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Hipogresía

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Convierten lo malo en inevitable y lo antes denostado, en parte de una etapa promisoria. Por eso acuñaron la quimera de que la devaluación de enero le fue impuesta al Gobierno desde “afuera”. Arquetípica mueca peronista, siempre hay complots enderezados a despedazarnos. Ya en mayo de 1973, con Cámpora en la Casa Rosada, a punto de volver al país para morir aquí, Perón denunciaba la doble pinza de los “centros trotskistas” y de los “centros gorilas” conjurados contra él y contra la Argentina (portada de La Opinión, el diario de Jacobo Timerman, 31 de mayo de 1973). Esa característica indoblegable que permite usar las posiciones de principios dándolas vuelta como un guante, es una visceral hipocresía.

No debo robarle la palabra a Jorge Fernández Díaz, que cada noche se hace cargo del micrófono de Radio Mitre cuando yo concluyo mi “Esto que Pasa”. Él propone hablar de hipogresía para describir la hipocresía de quienes se llaman “progresistas”. Otra colega, Luciana Vázquez, inventó la semana pasada en La Nación un adverbio ríspido pero válido, “progremente”, que adjetiva en términos de prolijidad ideológica lo que se hace en nombre de la causa, aunque haya que devorarse densos guisos de sapo.

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Es lo que hizo el académico Alfredo Zaiat esta semana en Página/12. Zaiat, a quien Cristina Kirchner elogia en público, aseguró que la deuda contraída por la Argentina para indemnizar a Repsol por la expropiación de su 51% en YPF, era “buena” porque tuvo “un resultado muy favorable al Estado argentino”, algo que “culmina en saldo positivo para la Argentina”.

Es cierto que Axel Kicillof, exuberantemente elogiado por Zaiat, dijo que “no les vamos a pagar lo que ellos dicen, sino el costo real de la empresa. Dicen que son 10.000 millones de dólares. ¿Y eso dónde está? Los tarados son los que piensan que el Estado tiene que ser estúpido y comprar todo según el estatuto de YPF”. También es cierto que Kicillof y Julio de Vido habían calificado de saqueadora a Repsol y habían sugerido que debería ser la empresa española la que debería pagarle a la Argentina, no al revés.

Si bien la progresía local admite que el motivo oficial al decidir la expropiación es que el Gobierno se desayunó en 2012 con la calamidad de que la Argentina había perdido su autoabastecimiento energético, Zaiat es enternecedor en este punto. Barrunta que eso sucedió porque el Gobierno “confió (sic) en demasía en el comportamiento de las petroleras privadas, en especial de Repsol con sus socios argentinos Eskenazi”. O sea que Néstor Kirchner, uno de los dos padres de la patria, al lado de Jose de San Martín, como dictaminó estos días el gobierno argentino, fue una víctima de su buena fe. Pobre Néstor, dice la academia progresista, Repsol y los Esquenazi le hicieron el cuento del tío y luego se la llevaron con pala, hasta que llegó Cristina y “mando a parar”.

Las agachadas son movimientos tácticos geniales, los giros a cualquier extremo son artilugios monumentales que revelan la sapiencia profunda de la conducción. Todo obedece a la arcaica pero vigente doctrina nacional: así-como-te-digo-una-cosa-te-digo-la-otra. El muy presidenciable Daniel Scioli se maneja con una consigna astuta: propone alejarse del populismo y del neoliberalismo, o sea de Menem y de los Kirchner, gobiernos que han sido producidos por el peronismo. Juegos de palabras, muecas retóricas, impunidades semánticas, en todos los casos habrá siempre voluntariosos explicadores, listos para argumentar que el cambio de ruta es un imperativo táctico que no modifica el destino ideológico.

Sucedió en 1921 en la Rusia bolchevique, cuando tras los primeros años de revolución socialista, Lenin adoptó la Nueva Política Económica (NPE), una estratagema para lograr inversiones capitalistas en la derruida economía soviética. Eso incluiría libre mercado y un capitalismo de Estado que numerosos comunistas rusos aborrecían. Sin embargo, Lenin solo quería ganar tiempo y la NPE le permitiría fortalecerse para, ahí sí, lanzar a la URSS rumbo al socialismo. Lenin murió en 1924 y fue reemplazado por Stalin, que instauró un reinado del terror, en el totalitarismo mas desaforado. Así y todo, al georgiano no le tembló el pulso para pegar un volantazo en 1941 al firmar un tratado de no agresión con la Alemania de Hitler.

La feligresía intelectual del comunismo siempre justificaría las razones “del partido” para zigzaguear sin sonrojarse. Cuando la URSS se desplomó en 1990/1991, Cuba, que era a esa altura poco menos que un satélite dócil de los soviéticos, proclamó el “período especial”. Tres lustros más tarde, y ahora bajo la conducción de Raúl Castro, ha iniciado un tembloroso pero ostensible retorno a una especie de socialismo pequeño burgués o capitalismo barrial. Para todo siempre hay una explicación y una tolerancia inauditas. ¿Cómo no existirían, en esta estólida mirada, deudas “buenas”, mientras que otras serían malas?

La semana pasada este diario dedicó 12.500 palabras a reproducir una entrevista de Jorge Fontevecchia a Beatriz Sarlo y Horacio González. El director de la Biblioteca Nacional fue capaz de decir en esa ocasión que “el acto de la ESMA con (Néstor) Kirchner (en marzo de 2004) solo en la tarima, fue una injusticia hacia Alfonsín, reconocida de inmediato. Y por otro lado, el Gobierno es alfonsinista por todos los lados que lo quieras ver”. Dos patrañas en muy pocas palabras: Kirchner nunca reconoció en público el juicio a las juntas, ni jamás se rectificó de esa insolente desvirtuación de veinte años de luchas democráticas previas a 20113. Calificar de “alfonsinista” al gobierno de 2003 a la fecha es, por otra parte, una gruesa demasía, indigna de los pergaminos literarios de González, para quien el kirchnerismo es “como un intento de transformación de la trama íntima del peronismo”.

Deudas buenas y un Kirchner “alfonsinista”; para la ardorosa y florida prosa explicatoria de los sacerdotes de la hipogresía oficial no hay límites imposibles. Esas rodillas siempre se pueden flexionar un poco más.

 

www.pepeeliaschev.com – Twitter: @peliaschev