Rembrandt pintó a Belona, la diosa romana de la guerra, esposa, concubina o tal vez incestuosa hermana de Marte, vaya uno a saber, regordeta como una Elisa Carrió de hace “chiquicientos” años, digamos, aunque bastante más feúcha, con casco, armadura y flor de escudo. Hay esculturas más antiguas, sin embargo, que la representan verdaderamente escultural, valga la redundancia, también encascada y escudada, pero con cierta mirada varonil que recién se descubre al ascender desde unos rígidos pechos a la intemperie. “Y a tu paso crecían / las armas como hierbas, / y detrás de tu paso cabalgábamos todos”, escribió en su poema A Belona un tal Leopoldo Marechal, autor nada menos que del Adán Buenosayres y de frases como ésta: “La patria es un dolor que nuestros ojos no aprenden a llorar”. A Belona la llamaron así por bellum, guerra en latín, es decir, por lo mismo que suele llamarse belicosos a los peleadores o a los simples rompepaciencias.
Belicosamente femenina se ha venido poniendo la política local, en fin. Valga el castañazo de la aguerrida (¿debo decir diosa?) Graciela Camaño al insufrible Carlitos Kunkel como botón de muestra más fresquito. O, mejor, más caliente. Ocurrió, como ya todo el mundo sabe, en plena sesión de la Comisión de Asuntos Constitucionales, donde, por lo visto, se cuecen toda clase de asuntos por demás reveladores de la insondable constitución... humana.
Con el cupo del 33 por ciento en un principio y con la coronación presidencial de Cristina Kirchner como colofón de una primera etapa de notable trasvasamiento genital en todas las áreas gubernamentales, la dirigencia prometía (y se esperaban, por qué no) al menos ciertos cambios de hábitos en quienes, por más que pocos les crean, suelen asumir con pompa la responsabilidad de irradiar ejemplos dignos de ser imitados. Era de suponer, aun a riesgo de pasar por tremendos pelandrunes, que esta especie de uterización política tenía chances de traer aparejada una onda más maternal, cálida, modosa y contenedora en el ejercicio del poder.
En el espectáculo de estos días se exhibió todo lo contrario. Ruidosas acusaciones de sobornos, hasta hoy sin pruebas. Efusivas denuncias de traiciones y transas. Portazos, rupturas, zancadillas, arañazos mediáticos, llantos nerviosos. Hasta llegar al ñoqui de Doña Barrionuevo, aplaudido pero jamás justificado (no, qué va...) por las coreutas opositoras. Los machos brillaron por su ausencia en una escena dominada por actrices. Las cosas ya no se resuelven a las piñas. Ha llegado la hora de los soplamocos que, como avance, te deja con las ganas.
El domingo 7 de febrero de este año, en este mismo espacio se publicó una columna de idéntico autor titulada “Histericracia” (hyster es útero en griego). Había lío parlamentario y político por la salida de Martín Redrado del BCRA y por el nombramiento de Merceditas Marcó del Pont en su reemplazo. Se escribió entonces, aquí mismo: “Con tanta histeria estamos siguiendo las alternativas casi pugilísticas de la política en esta etapa, que hemos perdido de vista hasta qué punto aquel matriarcado que se veía venir hace unos años se fue adueñando de nosotros”. Algo nuevo se ha parido al cabo de estos nueve meses: al “casi pugilísticos” bórrenle el “casi”, si son ustedes tan amables.