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Historias de hombres solos

Así como en el 2006 distribuyó la filmografía completa de Martín Rejtman, ahora, dos años después, el MALBA decidió publicar las tres películas del que tal vez sea el director más radical del cine argentino: Lisandro Alonso. Alonso nació en Buenos Aires en 1975 y para una parte de la crítica especializada es el “último autor”.

Tomas150
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Así como en el 2006 distribuyó la filmografía completa de Martín Rejtman, ahora, dos años después, el MALBA decidió publicar las tres películas del que tal vez sea el director más radical del cine argentino: Lisandro Alonso. Alonso nació en Buenos Aires en 1975 y para una parte de la crítica especializada es el “último autor”. Sus obras –La libertad (2001), Los muertos (2004) y Fantasma (2006)– tienen muy poco en común con las de sus compañeros de generación, o con las de los jóvenes que empezaron a filmar después de él: forman algo así como un archipiélago que reclama una hermenéutica propia, una nueva manera de plantarse frente a la pantalla. Poco importa si, como se ha dicho, Alonso se autoexcluye del circuito de la industria del cine y decide filmar al margen de ella (así y todo, sus dos primeros filmes se exhibieron en el Festival de Cannes): es su manera de elegir qué ver y qué mostrar lo que lo pone en un lugar excéntrico.
En La libertad, el eje de la trama (porque hablar de “relato”, en el caso de Alonso, es algo por lo menos desacertado) es un día de trabajo en la vida de un hachero; en Los muertos, lo que se ve es la vuelta de un isleño a su hogar en medio de la selva, luego de pasar algún tiempo preso por un crimen del que no sabemos nada. En Liverpool, la película que Alonso terminó semanas atrás, habrá otro regreso: el de un hombre que tras haber desaparecido veinte años llega a Ushuaia en un barco carguero. Se entiende: lo que cuenta en el cine de Alonso son las imágenes y los silencios, que generan un efecto hipnótico. “Si fuera por mí, nadie hablaría. No confío en las palabras”, declaró en una entrevista. ¿Cómo es que alguien se inclina por este tipo de representaciones, en un ambiente saturado de relatos convencionales, calculados, pretenciosos, triviales? Alonso lo explica así: “Yo no soy el enfermo: los enfermos son los demás, que cuentan siempre lo mismo, y lo hacen de la misma manera. Es un problema mundial. Por eso se celebran tantos festivales, porque es la única forma de ver películas diferentes”.
“Sacó el cuchillo, lo abrió y clavó en el tronco. Sacó una de las truchas. La golpeó contra el tronco. La trucha se estremeció y se quedó rígida. Nick la colocó encima del tronco y le rompió el cuello a la otra del mismo modo. Eran unas truchas estupendas. Nick las limpió, abriéndolas desde el ano a la punta de la madíbula. Las entrañas, las agallas y la lengua salieron de una sola pieza. Las entrañas salieron todas juntas, limpias y compactas. Nick lanzó los despojos a la orilla para que se los comieran los visones.” Luego de estrenar Los muertos, Alonso confesó que su película estaba inspirada en la novela La casa de los muertos, de Dostoievsky, y en algunos cuentos de Horacio Quiroga. Sus personajes –quedó dicho– son hombres solitarios que se desplazan con lentitud y en silencio. Los vemos todo el tiempo, los seguimos en sus recorridos casi sin interrupciones, pero jamás sabemos qué es lo que cruza sus cabezas, qué pensamientos los ocupan, qué secretos mecanismos ordenan sus actos. Alonso los sigue, los acompaña, los muestra magistralmente: hombres en apariencia pacíficos, que en cierto momento (a la hora de alimentarse, por ejemplo) demuestran que son capaces de destripar un cuerpo con naturalidad, brutalmente pero sin violencia.
Es extraño que hasta hoy no se haya señalado la semejanza que tienen los protagonistas de sus dos primeros filmes con personajes como el del fragmento de las truchas de arriba: nada menos que el Nick Adams de El río de los dos corazones. ¿Habrá leído Alonso los cuentos de Hemingway?