Con ustedes, los Moreno.
Don Mariano y Don Guillermo.
Los honorables secretarios: el de la Primera Junta y el de Comercio.
El que peleó contra el monopolio español sobre el comercio y monopolizó la palabra escrita oficial desde La Gazeta, usándola como un arma revolucionaria. Y el que les puso el chumbo sobre la mesa a ciertos empresarios para que aflojen con los precios y hoy pelea como gato panza arriba por monopolizar la fabricación de papel de diarios, soñando que toda la palabra escrita entone de una buena vez con el coro de los seis, siete u ocho medios gubernamentales y otros tantos semigubernamentales para ganar la próxima elección.
De Moreno a Moreno.
El que pasó a la historia como Padre del Periodismo nacional (acaso para edulcorar al belicoso político que era). Y el que vaya uno a saber qué pito termina tocando en los manuales, si es que a la larga toca alguno (por empeño, lo merece).
Tipos bravos, los Moreno.
Mírenlos en las imágenes de aquí al lado. Si hasta parece que hablaran por teléfono...
—Hola, ¿Moreno?
—Psé... ¿quién es ahora?
—Moreno.
—Ah, ¿cómo anda, compañero? ¿Qué andaba necesitando?
—Decirle que la verdad, como la virtud, tienen en sí mismas su más incontestable apología. A fuerza de discutirlas y ventilarlas aparecen en todo su esplendor y brillo: si se oponen restricciones al discurso, vegetará el espíritu como la materia; y el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y el embrutecimiento harán la divisa de los pueblos. Y causarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria.
—¡No me diga que usted también se informa por Clarín...! Ya ni mi mamá lo compra... Parece que no entendieron nada. Acá trazamos una línea. De un lado estamos nosotros y a todos los que estén del otro lado les vamos a cortar la cabeza...
—Está bien, con calma, con calma... Yo mismo escribí alguna vez que nadie debería escandalizarse por el sentido de mis voces, de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda costa, porque para conseguir el ideal revolucionario hacía falta recurrir a medios muy radicales, incluso la conducta más cruel y sanguinaria con los enemigos. Pero de aquello hace una pila de años, ¿vio?...
—¡Qué tiene que ver! Mis muchachos son expertos en partirle la columna y hacerle saltar los ojos al que se pase de la raya... Ya lo he dicho: esta gestión se maneja con pelotas y el que tiene las pelotas más grandes soy yo...
—¿Sabe qué pasa? El pueblo debe aspirar a que sus jefes nunca obren mal y no sólo contentarse con que a veces obren bien. Seremos respetables ante el mundo cuando renazcan en nosotros las virtudes de un pueblo sobrio y laborioso. Ni siquiera lo seremos por el número de nuestras tropas ni por el tamaño de nuestras riquezas...
—¡Riquezas! Pero si acá, el que dice que se está fundiendo es porque es un boludo... Nosotros, a la prepotencia del establishment le opondremos la prepotencia del Estado...
—Yo sólo quería decirle que el pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes y el honor de estos se interesa en que todos conozcan los misterios inventados por el poder para cubrir sus delitos. Porque si los pueblos no se ilustran y no se vulgarizan sus derechos, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin desterrar la tiranía. Adios, Moreno.
—Chau, tocayo. Y cambie de diario, que el papel de ése chorrea sangre.
Los dichos de Mariano y Guillermo Moreno usados a ritmo de guión de radioteatro para este diálogo ficticio fueron tomados de La Gazeta de Buenos Ayres, de cartas escritas por el prócer, de diversos artículos y libros de reciente aparición, y de las actas de las últimas asambleas de accionistas de Papel Prensa. ¿Ustedes creen que Radio Nacional lo pasará? ¿O mejor se lo llevo a Mitre?