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arquitecturas

Hombres y edificios

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Architektur ist Geiselnahme. La canción es de Einstürzende Neubauten y resuena en mi cabeza como un mantra: “La arquitectura es toma de rehenes”. Es casi lo único que sabía del tema hasta que empecé a grabar un programa sobre arquitectos argentinos. Entrevisto a expertos que me explican (y conmigo al espectador) la obra de los grandes nombres locales. Como yo no entiendo gran cosa, es lícito que les haga las preguntas más inadecuadas. Y ellos me las contestan casi todas, on y off the record, tal vez porque les causo algo de gracia: los arquitectos me han visto hacer un papel que los interpela y los parodia en la película El hombre de al lado, donde tuve el lujo de vivir unas semanas en la Casa Curutchet, de Le Corbusier. Y haber dormido en casa racionalista siempre rompe el hielo entre esta gente.

La arquitectura resulta fascinante para quien no la padezca como problema real. Salvo que uno esté lidiando con la falta de cerámicos o los contratos de albañiles y constructores, entrenar la opinión sobre cuál pueda ser el éxito o el fracaso de un edificio es tan apasionante (e inocuo) como elegir un equipo de fútbol para alentarlo o defenestrarlo sin piedad. En arquitectura también los goles son discutibles.

La arquitectura abreva de costado en todas partes en las que haya mano humana: tiene pretensiones artísticas pero –en contra de las demás artes– debe cumplir una función utilitaria. Y ésta es casi siempre objeto de discordia. Encargada siempre como vanguardia (ningún Estado contrata para construir algo “viejo”, si bien la Argentina oligárquica ofrece hermosos contraejemplos), está enemistada con ella. Me topé con una opinión ultrajante de Borges sobre La Equitativa del Plata, el edificio de Virasoro en Florida y Diagonal Norte, que ensayaba un racionalismo nuevecito y sin adornos: “Los reticentes cajoncitos de Virasoro, que para no delatar el íntimo mal gusto, se esconde en la pelada abstención”. Borges fue un poco injusto, pero esto sólo se sabría cincuenta años después, cuando el verdadero mal gusto de los edificios linderos mostrara toda su saña y su aluminio. Ahora Virasoro es art decó gentil y decoroso. Desplazadas las funciones artística y utilitaria, la arquitectura muestra su condición más elocuente: la simbólica, que es básicamente su función política, su intriga. En esa toma de rehenes que implica obligar a las personas a habitar determinados volúmenes, o a venerar instituciones impenetrables como monumentos (el Banco Nación, de Bustillo), o a circular de determinada manera (las iglesias cristocéntricas de Caveri), hay una dimensión política que suele ser invisible en el momento de elevar la construcción y que pasa a primerísimo primer plano cuando el tiempo deposita hollín, afiches, vagabundos, balas de cañón y grafitis sobre las escalinatas y sobre los muros portantes.

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Mientras dure mi asombro me verán escribir de arquitectura argentina más que lo que yo mismo hubiera esperado.