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Huntington en Medio Oriente

La línea divisoria del choque de civilizaciones en Medio Oriente pasa primariamente por la grieta entre sunitas y chiitas, la Guerra de los Treinta Años del islam.

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Samuel P. Huntington publicó ¿Choque de civilizaciones? en 1993 y generó uno de los debates más esenciales para entender la dinámica de poder en el mundo de la pos Guerra Fría. La tesis huntingtoniana cuestionó la aceptación universal de la experiencia histórica de Europa y Norteamérica como modelo dominante del desarrollo político y económico, y consideró la variable “civilización” como alternativa al factor de la ideología que determinó la dinámica internacional después de la Segunda Guerra Mundial. El mundo del siglo XXI, según el artículo de Huntington que tres años después se amplió y se editó como un libro, será multipolar y el balance de poder se definirá en torno de siete u ocho civilizaciones que se establecen en torno de un país o Estado central y determinan las líneas divisorias de la dinámica geopolítica del conflicto futuro.

Huntington fue duramente cuestionado en su momento por los liberales institucionalistas fervientes defensores de un mundo caracterizado por el sello de la globalización. Pero tampoco faltaron entusiastas que no sólo aceptaron la tesis del choque de civilizaciones en su validez explicativa para denunciar la unipolaridad abrazada por Washington y relevante en el consenso bipartidista en el Congreso en torno a la necesidad de mantener la absoluta superioridad militar e impedir la emergencia de cualquier opción de balance.
Este rechazo de la unipolaridad, a su vez, motivó la búsqueda de alternativas realistas, es decir lejos del utopismo de los pacifistas abogando por un desarme universal; y no sorprende el hecho de que fuera en Rusia, y en el contexto del debate entre occidentalistas y eurasianistas sobre una nueva política exterior, que Huntington se transformó en un referente de los nacionalistas e imperialistas nostálgicos.

Es simplista pensar en el fenómeno de Putin como consecuencia de la implementación de la tesis huntingtoniana; pero ayuda mucho a entender el llamado “regreso de Rusia” sobre todo si se vuelven a leer las secciones que el profesor de Harvard le dedicó a Ucrania como un país desde donde pasa la línea divisoria entre Occidente y la civilización ortodoxa veinte años atrás del conflicto armado que terminó con la anexión de Crimea a la Federación Rusa.
Más que la élite rusa demasiado “occidentalizada”, por lo menos en el sentido del abrazo al capitalismo, son los islamistas quienes le dieron la más cálida bienvenida a Huntington. “¿Choque de civilizaciones? Pues, ¡es lo que queremos!” tituló una de las páginas de internet de la propaganda islamista después del 11 de septiembre elaborando una narrativa de resentimiento musulmán desde las Cruzadas hasta la fragmentación de la Umma en Estados territoriales después de la Primera Guerra Mundial, la abolición del Califato y la creación del Estado de Israel en el siglo XX para llamar a la yihad global.

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Huntington advertía que el gran defecto de la civilización islámica era la ausencia de un Estado central que pudiera determinar una alianza civilizacional. Pero desde la aparición de Al Qaeda en la escena internacional, la dinámica del conflicto en Medio Oriente sugiere, entre otros, un proceso competitivo de emergencia de un Estado central para la formación de una gran alianza civilizacional islámica.
El ascenso y la consolidación del Partido de Justicia y Desarrollo (AKP) en Turquía, el intento provocativo de reposicionamiento de Irán bajo los dos mandatos de Ahmadinejad y la declaración del Califato del llamado Estado Islámico, o Daesh en sus siglas en árabe, son fenómenos que encajan perfectamente en una lectura huntingtoniana del Medio Oriente.

En esa misma línea se ubica también la iniciativa de Arabia Saudita de formar una alianza de 34 países musulmanes para combatir el terrorismo que el ministro de Defensa, el príncipe y heredero de la corona Mohammed bin Salman, hizo pública el 15 de diciembre. Desde entonces se multiplicaron los cuestionamientos y las interpretaciones acerca de la naturaleza y la misión de esta alianza.
A nadie, por supuesto, se le escapó la coincidencia de la iniciativa con los esfuerzos nebulosamente exitosos en la ONU de un posible comienzo de un proceso de negociación por una solución del conflicto en Siria. Tampoco carece de credibilidad el argumento de un marco islámico para combatir el terrorismo y, de paso, terminar con la aberración del islam que genera Daesh en el mundo.

Desde su consolidación como Estado territorial en 1932, la monarquía saudí nunca negó su naturaleza teocrático-wahabista, pero siempre se caracterizó por una diplomacia discreta y conocedora de un mundo moderno donde la Umma encuentra su mejor expresión de unidad en la Organización de los Estados Islámicos y no en un califato resucitado.
Pero desde la Revolución Islámica en Irán, la emergencia de Al Qaeda, la caída del régimen de Saddam Hussein y, sobre todo, las consecuencias imprevistas de las revueltas árabes, la monarquía fue asumiendo un rol cada vez más asertivo, intervencionista y hasta agresivo en la región. La lectura huntingtoniana de la iniciativa saudita sugiere proyecciones más allá de la coyuntura actual que apuntan a la ambición de un posible Estado central, una alianza civilizacional en formación que, de paso, también corregiría la tesis del choque de civilizaciones en Medio Oriente.

A esta alianza militar no han sido invitados ni Irak, ni Irán, ni Siria, y el líder del Hezbollah, Hasan Nasralah, no tardó en advertir que el Líbano no formará parte. En pocas palabras, la iniciativa saudí ha dejado afuera la llamada “crecente shía” de cuya formación advirtió ya en diciembre de 2005 el rey Abdalah de Jordania. La línea divisoria del choque de civilizaciones en Medio Oriente pasa primariamente por la grieta sunni-shía, la Guerra de los Treinta Años del islam.

 

*PhD en Estudios Internacionales de University of Miami. Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés.