Hace unas semanas tuve un arranque de cólera. En mi caso, esos episodios que pasan inadvertidos para casi todo el mundo determinan cambios de dirección. Una mañana me levanté y renuncié a la mitad de los proyectos en los que estuve involucrado en los últimos diez años. Por fortuna, para las personas que participamos de los espacios académicos y pedagógicos, que un año termine y otro empiece suele implicar pasar de un proyecto a otro. En nuestro caso (me refiero a las personas que trabajamos juntas haciendo circo ambulante desde hace ya treinta años) nos llamaron la atención dos posibles caminos que parecen ir en diferentes direcciones, pero que, tal vez, como los caminos proustianos, se junten en alguna parte. Uno de ellos es la transformación gigantesca que sucede ante nuestros ojos a partir de la digitalización de las humanidades, los archivos y la necesaria actualización de los paradigmas de lectura. Lejos de todo optimismo (pero también de toda hipótesis apocalíptica), nos preguntamos si esas mutaciones (que implican una cierta desmaterialización del ser) implican mayor participación política o mayor desigualdad social.
No es evidente que la creación de nuevos vocabularios y nuevas herramientas analíticas impliquen necesariamente un acceso más democrático a los materiales a partir de los cuales nuestra memoria se ha formado y, ni siquiera, que esos materiales sean ahora de acceso más democrático. Tampoco es seguro que esté garantizada la correcta identificación de los registros de tales o cuales experiencias, porque en general esos registros están fuera del control de quienes las han realizado (uno es siempre fichado por otro).
Además, las políticas de acceso abierto (libros, artículos, revistas) garantizan la libre disponibilidad de materiales, casi sin restricciones, a niveles ya tan generosos que es fácil perderse en esos laberintos. Hacen falta señales de validación y reconocimiento. A partir de esas señales se van formando pueblos virtuales.
Un poco por eso, decidimos también examinar las “ideas de pueblo” a las que recurren no solo los paradigmas de investigación, sino, sobre todo, los imaginarios sociales. Desde las diferencias entre pueblo, masa, multitud y ciudadanía hasta las peculiares autopercepciones de las comunidades. ¿Hay un pueblo que coincide con la Nación? ¿Hay un pueblo cuir? ¿Hay comunidades de origen o, más bien, comunidades de destino?
El pueblo puede ser una aldea flotante o aquello que falta en la (inequitativa, por ahora) cibercultura actual.