El corto siglo XX (en oposición al largo siglo XIX), dice Eric Hobsbawm, comenzó con la Primera Guerra Mundial. No es la única hipótesis que se puede sostener y, de hecho, Giovanni Arrighi plantea un siglo XX largo, que empieza antes y termina bastante después.
El 20 de febrero de 1909 apareció en “Le Figaro”, el “Manifiesto futurista”, promovido por Filippo Tomasso Marinetti. Como se sabe, esa vanguardia intelectual encontraría en el fascismo una vía de desarrollo poco sorprendente, si se recuerda que en su artículo 9 el “Manifiesto” ya proclamaba: “Queremos glorificar la guerra –sola higiene del mundo–, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las bellas ideas que matan, y el desprecio a la mujer”.
Esa misma inteligencia futurista se entregó, antes que al fascismo, a los juegos bélicos. Todavía hoy sorprende la cantidad de voluntarios y voluntarias que se enrolaron para pelear en la Gran Guerra (en ambos bandos): la mitad de los escritores de aquella época se enrolaron y algunos pocos sufrieron incluso el resentimiento de no haber podido participar de la contienda por diferentes razones (Francis Scott Fitzgerald siempre se quejó de no haber llegado al campo de batalla; Kafka quiso enrolarse, y no lo aceptaron).
Como tantos otros y otras, Guillaume Apollinaire (el inventor del superrealismo, el más sensible radar de la descomposición del mundo) murió al volver del frente. No se lo llevó propiamente la Guerra, sino la Gripe Española, que mató más personas que los ejércitos (cincuenta0 millones de personas en el mundo entero).
La inteligencia americana ya había previsto muy tempranamente esa pandemia gripal. El 5 de abril de 1909 Rubén Darío publicó en “La Nación”, de Buenos Aires una crítica radical al “Manifiesto”, que señalaba, entre otras cosas la aporía vanguardista de la “destrucción reglamentada” (¿qué sentido tienen un conjunto de reglas para destruir las reglas?) y luego se interrogaba: ¿La Guerra como Higiene? No sean infantiles: la Peste le gana.
A aquellos que pretendían que la Guerra era la higiene del mundo (a aquellos que marcharon a la guerra creyendo que iba a acabar con la Plutocracia y el Imperialismo) Darío les advierte: la Peste es mucho más higiénica. El contagio es mucho más eficaz que la dialéctica imperial-nacionalitaria.
Guerra y Peste, entonces, en ese comienzo del siglo, prefiguradas en 1909 por dos imaginaciones que no parecen compartir las mismas esperanzas (ni qué hablar de la distancia respecto de las mujeres, a las que Darío adoctrina con su “Sonatina feminista”).
Todo eso, que el siglo XXI quiso olvidar junto con el comunismo volvió condensadísimo en 2020-2022 para decirnos que la Guerra, el Fascismo, la Crisis y la Peste siguen estando ahí (sobre todo como nombres), y nos obligan a pensar las vías de superación de un régimen de acumulación insensato y hostil a lo viviente, porque Peste, Guerra y Crisis son la consecuencia de ese régimen.
No hace falta ser poeta ni historiador para evaluar todo lo que fue escrito con sangre y humo de cadáveres en el corazón mismo del siglo XX (que no es sólo “En busca del tiempo perdido”, sino también la puesta en acto de las más atroces fantasías de exterminio).
Y sin embargo, hoy todo el mundo semblantea y nadie se atreve a levantar demasiado la voz contra la guerra. Los políticos tejen acuerdos: te voto esta condena si me das un puñadito de dólares; me abstengo de llamar “guerra” al “conflicto” en Ucrania para no irritar a los países “amigos” o ponemos en la balanza el agresivo expansionismo de la OTAN para justificar lo injustificable. La insensatez es mayúscula y es como si de nuevo quisiéramos entregarnos a la sed de guerra. “¡Por fin un Dios!”, exclamó Rilke cuando estalló la Gran Guerra. Que alguien pretenda percibir en esos procesos de “depuración” o de “higiene” alguna esperanza para una humanidad agobiada por el régimen de acumulación capitalista ( liberal o autoritario) nos retrotrae a los momentos más trágicos del siglo pasado. Hoy es posible escuchar voces que se autoperciben de izquierda justificando la agresión rusa hoy y mañana, ¿por qué no?, la agresión china.
Mientras tanto, Meta despidió a 11 mil empleados, Twitter a la mitad de su planta, Amazon planea despedir a 10 mil trabajadores.
Un ejército de sedientos para la catástrofe perfecta.