La lucha por el poder parece una puerta giratoria en la que los políticos corren, acosándose entre sí, sin que esté claro cuáles son los perseguidores y quiénes los perseguidos. Hasta hace poco los corredores tenían identidades: eran comunistas, liberales, socialistas. Ahora forman un tropel desordenado, en el que los aliados incondicionales de una vuelta son enemigos en la siguiente. Las masas desmitificaron a los líderes, se sienten lejos de sus conflictos de intereses, les aburren sus concursos de egos y buscan una nueva dirigencia que sea distinta, más sencilla y menos solemne.
El relato autoritario del populismo fue maniqueo, se basó en viejas teorías de bijouterie. Dividió el mundo en buenos y malos, en devotos de sus caudillos y enemigos de la historia. Nos dijeron que era malo dialogar con los que pensaban de otra manera o reconocer sus virtudes. Nos acostumbraron a la impostura, a que las palabras tengan el sentido que le conviene a su relato en cada momento. Felizmente algunos usamos los relatos sólo para hacer dormir a nuestros nietos y estamos acostumbrados a decir lo que pensamos, aunque sea políticamente incorrecto.
Soy pacifista. Creo que ningún ser humano debe matar a otro, aunque el asesino crea que sirve a un Dios o a una idea. Ningún mito vale más que una vida humana. Rechazo la pena de muerte, me repugnan los crímenes de las dictaduras militares, de Sendero Luminoso, de los grupos guerrilleros, los paredones de Castro, los crímenes de Estado Islámico y los bombardeos a Siria. La violencia sólo genera violencia. Sé que se deben defender los crímenes de los “nuestros” y descalificar los de los adversarios, pero aunque sea políticamente incorrecto, rechazo todo tipo de violencia.
Los derechos humanos se desarrollaron en sociedades liberales, y no bajo gobiernos totalitarios que segregaron a mujeres y homosexuales, encarcelaron a los disidentes y prohibieron pensar. Los derechos humanos deberían ser para todos, por el simple hecho de pertenecer a nuestra especie, para los que apoyan al gobierno, para los que lo critican, y también para los que son acusados de cualquier delito. Todo ser humano tiene derecho a defenderse. No me gustan los que linchan a los déspotas que exhibieron una soberbia circense y se volvieron débiles, ni a los que atacan a otros simplemente porque son poderosos. Algunos que antes querían que los jueces obedecieran al gobierno, ahora ruegan que sean independientes. Otros que defendían la institucionalidad quieren que el Presidente intervenga en la Justicia. Algunos condenan sin ser jueces, insultan y le faltan el respeto al buen nombre de los otros. Una vez instalado el fanatismo, no se deben defender los derechos humanos, la independencia de poderes ni la presunción de inocencia de toda persona, ni vivir en un mundo de colores cuando el maniqueísmo nos condena al blanco y negro, pero me gusta defender ideas políticamente incorrectas.
Casi todos los países celebran el nacimiento de sus héroes: lo hacen con Benito Juárez, Bolívar, Martin Luther King y otros. Por alguna razón nosotros festejamos la muerte: en junio la de Belgrano, en agosto la de San Martín. Tenemos un feriado para recordar al golpe militar y no uno para celebrar el retorno a la democracia. Nos educamos venerando la muerte, la violencia, la venganza, celebrando la derrota, convertidos en una estatua de sal que mira hacia la desgracia que queda atrás, como la mujer de Lot. Aunque sea políticamente incorrecto, quisiéramos superar los traumas del pasado, conmemorar los nacimientos y no las muertes.
Necesitamos cambiar la actitud de las nuevas generaciones. Mientras los países desarrollados ponen su energía en crear tecnologías que les permiten vivir mejor, nosotros nos empantanamos en discusiones acerca de un pasado imaginado, que no ayudan a construir. Hay que asumir el desafío de crear, de descubrir, olvidarnos de los relatos y discutir ideas, les guste o no a los que corren en la puerta giratoria.
*Profesor en la GWU, miembro del Club Político Argentino.