Califico al peronismo popular y doctrinario como la ideología argentina de la esperanza. El peronismo no es la única formulación histórica y teórica vigente en el país, aunque pienso que las hegemónicas son dos, el neoliberalismo y el peronismo. Pero es evidente que el partido radical, el socialismo, las izquierdas y algunas fuerzas provinciales, sin ser nacionalmente hegemónicas, tienen una fuerte presencia en el país. Todas las tradiciones políticas de nuestra cultura interactúan en el presente. Y entra aquí también este populismo kirchnerista de nuestro tiempo. Yo desgajo las que considero hegemónicas hoy, el peronismo y el neoliberalismo. De dichas ideologías deberían surgir los nuevos proyectos de organización del país.
Llamo peronismo a dos de sus vertientes, el popular y el doctrinario. O sea: el peronismo popular (que tiene presencia en el espíritu del pueblo y un caudal importante de votos) y el que atiende los planteos teóricos e históricos del quehacer del general Perón.
El peronismo como doctrina profundamente arraigada en el alma popular, que apunta a una organización integral de gobierno, Estado y pueblo, no tiene nada que ver con las improvisaciones fracasadas que, invocando su nombre, se intentaron desde Menem en adelante. Allí una dirigencia espuria se apropió del aparato justicialista y hablando en su nombre actuó en estricto sentido contrario al país que planteaba el general Perón.
La pregunta es si se puede tener una esperanza basada en ese peronismo incompleto que tiene el apoyo del pueblo pero que carece de conducción y de organización eficaz. Tener la base en la cual afirmarse para construir la comunidad organizada es tener mucho ya ganado.
Ya estuvimos así de carentes años atrás. Decía el General en sus Directivas de 1968: “Se necesitan miles de predicadores esparcidos por todo el país. Estos predicadores en lo posible han de pertenecer a los propios estamentos que se desea despertar, en forma de llegar a cada uno por su conducto. Cuando por una prédica intensa y eficaz se logra despertar la mística y la decisión, la mitad del trabajo estará realizado”. Insistir en la doctrina es, pues, una tarea política de la mayor importancia.
Claro que carecer de conducción es una falta que debilita al movimiento nacional, del cual el peronismo es su eje central, sin ser el único componente. El peronismo, organizado por un militar, siempre tuvo un esquema vertical con una primordial importancia de la conducción, pero careciendo de ella en el país –como ocurrió en tiempos del exilio– Perón instaba a que cada uno tomara el bastón de mariscal y operara por su cuenta, coordinando con los compañeros. Si bien es un consuelo, no quita la enorme carencia de la falta de una conducción que opere con eficacia.
Y esto nos lleva a la caracterización actual del país. Sí, esa es la situación del peronismo, pero cuál es el estado actual del país. Y aquí caemos en un agujero negro, en medio de la poderosa pandemia, con una terrible situación de pobreza, ensañada con los más jóvenes, con un gobierno ineficaz, con unas cercanas elecciones que absorben la atención y con las que –al ponernos a discutir nombres de candidatos– se pretende disimular la mala situación general.
El populismo que nos gobierna nos encuentra al borde del default, mendigando que nos den una tregua, que nos perdonen deuda, que nos amplíen plazos de pago, y con espíritu –pareciera– de querer irnos del restorán sin pagar la cuenta. El populismo criollo nos pinta un buen panorama porque los norteamericanos reciben y le dan la mano a nuestros dirigentes y porque alardeamos de habilidad diplomática, oscilando entre lo que nos sugieren los norteamericanos, de los que dependemos por nuestra deuda. O sea que estamos navegando sin objetivos claros y perdiendo nuestra valiosa juventud, que anhela irse del país. Es necesaria una reacción nacional que nos abarque a todos, esa sería la revolución que estamos esperando.
*Ensayista.
Producción periodística: Silvina L. Márquez.