Escribo esto hace unos días. Es miércoles. Mientras espero que me censen me invade una certera pero indefinible sensación de recuerdos futuros. En tres días más las exequias lo habrán ocupado todo, y esta columna lanzada hace tres días será noticia vieja.
Kirchner se ha muerto.
Mi suegra llama para avisar, porque supone que aún no nos hemos enterado. En efecto, prendo la televisión y descubro que no funciona. Algo en el tubo se venía quemando desde hacía unos meses, y en casa se usa tan poco que seguramente se quemó hace días y no nos dimos cuenta. Justo hoy, que ocurren las ceremonias por excelencia del peronismo de mi época (el peronismo sabe mezclar exequias con festejo de una manera intraducible a otras realidades), me resigno a escuchar programas sin ver nada. No es la muerte de un ser cercano. Tampoco me deja indiferente. La televisión sin imagen tiene hoy algo digno de un relato de Murakami. Las voces (usualmente chillonas y llenas de propaganda) se han puesto graves y medidas. Los amigos reunidos a aplaudir al ex presidente pasan revista a sus actos y la lista de episodios que lo dignifican es detallada y extensa. Los enemigos políticos suenan más dispuestos a la consternación que al festejo. El cardenal Bergoglio hace una misa y usa 35 veces la palabra “ungido”. Las descripciones de banderas a media asta en Plaza de Mayo, y por qué no en el Banco Central, son –en la imaginación sin imágenes que me ofrece mi pantalla– más grandilocuentes que su constatación visual. ¿Pasará todo el día sin poder atisbar nada de este evento, tan singular e irrepetible como la muerte misma? En lo que queda de esta semana alguien ya armará un cóctel con lo mejor, alguien curará el evento por mí y lo veré en todos los rincones. Pero no hoy. Así es que hoy aprovecho para pensar sin los ojos. Las imágenes son –como la figura que despide el país entero– contradictorias. Y obligados al balance que impone esta desgracia, descubro que –no siendo muy kirchnerista– no me da ninguna vergüenza reconocer que todos los otros presidentes que he tenido me daban una vergüenza enorme.
Y éste no.