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No es raro, entre nosotros, que lo inadmisible suceda, y de hecho ha sucedido una vez más. En este caso, se trata de un verdadero ejército de falsos ex combatientes de Malvinas, que venían cobrando pensiones que en realidad no les correspondían.

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No es raro, entre nosotros, que lo inadmisible suceda, y de hecho ha sucedido una vez más. En este caso, se trata de un verdadero ejército de falsos ex combatientes de Malvinas, que venían cobrando pensiones que en realidad no les correspondían. No es, aunque parezca, una matufia como hay tantas; ésta toca dramáticamente la vivencia terrible de la mutilación y la muerte, de los enloquecidos en el frente de combate, de los que vieron morir y debieron matar y no lo soportan. No por nada fue un auténtico ex combatiente, uno que de veras fue soldado y fue a la guerra, quien detectó estas arteras maniobras y las denunció con presteza para que se interrumpa cuanto antes la intolerable usurpación.
Es justo que se desenmascare a estos falsos soldados de Malvinas. No por eso puede dejar de percibirse, sin embargo, la verdad que revelan en su misma falsificación. Son unos farsantes, qué duda cabe. Pero esta farsa de la verdad descubre al mismo tiempo la verdad de esa farsa. Porque si algo hubo en la Guerra de Malvinas, en el general Galtieri vociferando su desafío al principito, en el himno neblinoso de las hermanitas perdidas, en los conciliábulos vacilantes del canciller Costa Méndez, en la confianza bullente del “Seguimos ganando”, fue farsa: la completa verdad reconvertida en farsa. Por supuesto que hubo tragedia, y en algunos casos hasta puede que haya habido épica, pero la farsa resultó el sustrato fundamental y no hubo nada que no quedase contaminado por ella, dañado por ella.
En la farsa de la Guerra de Malvinas hay entonces una verdad de la Guerra de Malvinas. Pero los falsos ex combatientes instalan esa verdad allí donde no se la puede tolerar: en plena realidad. En las narraciones literarias, en cambio, brilla y se consuma de la manera más acabada. Desde Los pichiciegos pioneros de Fogwill hasta la reciente Una puta mierda de Patricio Pron, pasando por los cuentos de Historia argentina de Rodrigo Fresán o por Las islas de Carlos Gamerro, la ficción mostró esa clase de verdad que se puede percibir ni más ni menos que cuando es ficción. No la verdad que se esconde por detrás de la máscara, sino la verdad que existe en la máscara misma.