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ECONOMISTA DE LA SEMANA

Incertidumbre radical de Keynes, en versión criolla

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El economista inglés John Maynard Keynes decía que “las decisiones humanas que afectan el futuro, ya sean personales, políticas o económicas, no pueden depender de la expectativa estricta, desde el momento en que las bases para realizar semejante cálculo no existen y que es nuestra inclinación natural a la actividad la que hace girar las ruedas, escogiendo nuestro ser racional entre las diversas alternativas lo mejor que puede, calculando cuando hay oportunidad, pero con frecuencia hallando el motivo en el capricho, el sentimentalismo o el azar”.

Por “expectativa” Keynes hacía referencia al “valor esperado”; un concepto estadístico que permite estimar un resultado esperable en promedio, a partir de la ponderación de los distintos escenarios posibles, según su probabilidad de ocurrencia. Por ejemplo, el productor agropecuario no tiene certeza de cuál será su cosecha, pero sabe que si una de cada diez cosechas se pierde y en promedio en las otras nueve oportunidades saca 3,33 toneladas de soja por hectárea, pues el valor esperado de su cosecha es de tres toneladas por hectárea (el 90% de 3,33).

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Pero el problema es que a diferencia de esa incertidumbre probabilística de quien siembra su campo, en la mayoría de las actividades económicas, muchas veces no existen bases para estimar esas probabilidades de ocurrencia de los distintos escenarios, y sólo queda una especie de sensación térmica que le indica al empresario que hay un mayor o menor clima de negocios, siendo ese grado de confianza el que determina muchas veces las decisiones de contratación de trabajadores y de producir más o menos en un determinado año.

Las decisiones de inversión, por su parte, dependían para Keynes más de la expectativa de largo plazo que de la de corto, aunque algunos autores poskeynesianos, como el polaco Michal Kalecki, postularon luego la idea de que los empresarios invertían sólo cuando veían que sus plantas estaban con la capacidad a full, cercanas a los máximos niveles de producción posible, en virtud de una demanda sostenida.

En ese contexto, pasó bastante inadvertido el dato económico más importante del mes de enero; el índice de confianza del consumidor que publica la Universidad Di Tella, a partir de una encuesta representativa de todo el país, subió 12,9% y hay que ir hasta el mismo mes de 2010, cuando se salía de la crisis de 2009,  para encontrar una recuperación tan fuerte.

La responsabilidad de esa mejora en un indicador clave para el consumo tiene nombre y apellido: Alejandro Vanoli. El presidente del BCRA asumió el 2 de octubre con un dólar de $ 15,50 y logró estacionarlo en torno a los $ 13,50 durante enero. El billete norteamericano, como lo he explicado en numerosas oportunidades, es la variable de referencia para estimar el estado de la economía por parte del público; una especie de termómetro que mide la sensación térmica. Y si bien parte de la baja tiene que ver con un fenómeno de regresión a la media, luego de haber sobrerreaccionado hasta los $ 16, resultó crucial el quiebre de expectativas que produjo el lanzamiento del Bonad 16, un bono atado al dólar oficial, que en la práctica funciona como un seguro de cambio. Por primera vez en mucho tiempo, una autoridad de política económica del Gobierno ponía la plata donde ponía la boca.

En enero de este año, con una ortodoxa política de esterilización monetaria, el Central absorbió $ 23 mil millones, quitándole pólvora a la suba estacional de la divisa verde que venía produciéndose en los últimos tres veranos.

Con el mensaje claro de que el Gobierno no devaluará y el dólar paralelo estabilizado, volvió la confianza en los consumidores, por lo que si esta nota hubiera sido escrita 15 días atrás, habría sido optimista en el corto plazo, porque si se recupera un poco el consumo y el gasto público cumple su ley de subir fuerte en un año electoral, era plausible pensar que el efecto sumado compensara la caída en la inversión y la demanda externa, haciendo que al menos el PBI no cayera tanto como en 2014 y probablemente incluso subiera algún punto, tal y como pronosticó esta semana la consultora internacional Standard & Poor’s.

Soy consciente, no obstante, de que la calma era transitoria. La Argentina no volverá a recibir inversiones significativas mientras persista el control de cambios, y la aspiradora de pesos del Central tampoco sale gratis. Absorber los pesos excedentes con los que se financió el déficit fiscal de los últimos ejercicios le está costando al BCRA $ 80 mil millones por año.

Vanoli sabe perfectamente que el atraso cambiario es insostenible y que como postuló Sigmund Freud en su modelo hidráulico de las pulsiones mentales, los excesos por algún lado tienen que salir. No cree que las causas de la inflación sean de índole monetaria, pero gasta para sacar pesos de circulación, porque sabe que esos billetes no se pueden evaporar y que los argentinos no demandarían como activo una moneda que pierde valor. Ineluctablemente, el exceso de pesos se va a bienes, causando inflación, o se va a activos financieros, generando la suba del dólar, que a su turno repercute negativamente en las expectativas de inflación, como vimos en los primeros tres trimestres del año pasado.

El panorama era, no obstante, auspicioso en el corto plazo por la mejora en las expectativas, pero la Argentina se tiñó de novela policíaca y ahora parece imposible pensar en otra cosa que no sea en cómo sigue esta película. La muerte del fiscal genera una enorme cuota de lo que Keynes denominaba “incertidumbre radical”, porque con el precio del dólar nadie tendrá certezas de lo que ocurrirá en los próximos meses, pero hay probabilidades concretas, hay mercados de futuros donde uno puede comprar seguros y reducir los riesgos. Nadie tiene la menor idea, en cambio, de cómo terminará este hecho dramático que eclipsó la economía y los negocios.

La incertidumbre radical impide calcular la eficiencia marginal del capital, condición necesaria para decidir las inversiones. La economía esperará novedades por televisión.

*Economista del comportamiento, autor de Psychoeconomics, la economía está en tu mente.