A menos que una eventual eliminación de la Argentina del Mundial de Rusia se convierta en el “cisne negro” que convulsione este mediocre y cansino proceso electoral, Cambiemos se encamina a un triunfo mucho más contundente del esperado, incluso por el propio gobierno. Podría superar claramente el umbral del 40% de adhesión a nivel nacional, con victorias particularmente significativas en los cinco distritos demográfica y políticamente más importantes.
De este modo, 2017 sería para Macri lo que 1993 implicó para Menem: un trascendental espaldarazo tanto para su programa de reformas económicas como para sus ambiciones políticas, particularmente la reelección. Menem ya había derrotado a la inflación y necesitaba reformar la Constitución para permanecer en el poder; el capital político acumulado en ese turno electoral, sobre todo frente a una oposición fragmentada y aturdida, fue crucial para forzar el Pacto de Olivos y despejar su camino hacia la Constituyente del 94 y la reelección del 95.
En Cambiemos casi se descuenta el triunfo oficialista en 2019, aunque surja de análisis entre superficial e infantil. Mientras la política no parece poner obstáculos, la gran incógnita se centra en el éxito del programa económico, en una doble dimensión.
Por un lado, respecto de la velocidad y la efectividad de la lucha contra la inflación: a pesar del optimismo que emana del Banco Central, y del sólido respaldo de Macri al esfuerzo unilateral de estabilización liderado por Federico Sturzenegger, existen en muchos observadores dudas respecto de la posibilidad real de reducir el déficit fiscal, sumado al impacto de los aumentos en las tarifas postergados por motivos electorales. Por otro lado, y no menos importante, se suman también cuestionamientos al compromiso de Cambiemos, más allá de la voluntad o de la aspiración del propio Macri, para avanzar en el proceso de reformas estructurales orientadas a mejorar la competitividad de una economía todavía mucho más aislada del mundo y cerrada al comercio de lo que las críticas que recibe el Gobierno por parte de los líderes opositores parecieran indicar.
Respecto de lo primero, la fórmula oficialista es muy conocida: la lucha contra el déficit fiscal dependerá de la reducción gradual de los subsidios, la mejora en la calidad del gasto público, pero sobre todo, de todo el crecimiento económico posible para que, congelando el gasto en términos reales, decrezca paulatinamente la inflación.
Respecto de lo segundo, Macri tiene una visión bastante clara: quiere que su gobierno sea recordado como el que puso finalmente en marcha la postergada modernización de la Argentina, incluida una inserción sustentable e inteligente en el mundo. Esto requiere más que una política de shock, un esfuerzo permanente, tanto del sector público como del privado, para coordinar esfuerzos y sumar voluntades a los efectos de mejorar la competitividad de una economía que hace demasiado se olvidó de invertir, innovar, apostar por el capital humano y adaptarse a la revolución tecnológica, para entregarse el carpe diem populista del consumo cortoplacista con fines electorales.
Ahora bien, ¿es ése acaso el programa de Cambiemos? ¿Hay algún documento, o alguna otra evidencia empírica incontrastable, en el sentido de que la coalición del Gobierno comparte in toto la visión que el Presidente tiene para el país? Ya casi nadie tampoco espera que, en efecto, luego de las elecciones haya un llamado a una mesa de diálogo para lograr consensos sobre políticas de Estado. Las cosas se harán, si es que se hacen, al uso nostro: desde arriba, impulsadas por el Poder Ejecutivo, con acuerdos parciales y minimalistas. Si hay que hacer política, en fin, que no se note.
A las dudas que surgen de la falta de un apoyo explícito del conjunto de la coalición de gobierno respecto del programa de reformas estructurales se le agrega, entonces, lo que Morgan Stanley Capital Investments definió hace unos meses como la “reversibilidad” potencial que surge de la falta de consenso con las fiestas de oposición. Esto se da en un contexto en el que el peronismo, liderado por el senador Pichetto, se prepara para una etapa diferente, en la que parece dispuesto a ofrecer garantías de gobernabilidad y posibilidades de afianzar un rumbo reformista a cambio de defender los intereses de sus líderes territoriales (gobernadores e intendentes), y de mantener algunos privilegios para los sindicalistas que sobrevivan. Aliviado tanto por la probable derrota de CFK en la provincia de Buenos Aires como por la inevitable tormenta perfecta que enfrentará en la Justicia, el justicialismo se encamina a convertirse en lo que nunca fue: una fuerza de oposición moderada, republicana, cooperativa y responsable. Un estadio ideal para invernar hasta que surja algún candidato con aspiraciones serias de recuperar el poder.
Macri, sin embargo, genera aún más cuestionamientos con el ya famoso listado con 562 nombres de supuestos mafiosos que frenan el cambio en la Argentina. Si esa lista en efecto existe, debería sin lugar a dudas publicarse para cumplir con el compromiso por el libre acceso a la información que dice tener este gobierno. Pero lo que llama la atención es el desafío que el Presidente se dispone a hacer no tanto a los exponentes de la Argentina prebendaria y del capitalismo de amigos que, dada su historia personal y familiar, tan bien conoce. En rigor de verdad, Macri parece cuestionar algunas de las principales teorías sobre la acción colectiva, privilegiando el papel de los líderes por sobre los intereses y los actores sociales que se estructuran en un contexto institucional determinado. En efecto, siempre habrá algún Caballo Suárez o un Pata Medina que sirvan como estigmas de las mafias vernáculas. Pero en aquel misterioso listado están, presuntamente, los representantes de sectores beneficiados con el gasto público, el proteccionismo extremo, el consumo alimentado por la inflación, los regímenes de promoción industrial y regulaciones de distinta índole para favorecer regiones o segmentos específicos.
Esos 562 protagonistas de la “vieja política” pueden desaparecer. Pero habrán sido tan sólo agentes que representaban intereses más profundamente enraizados que sus prácticas mafiosas. ¿Qué plan tiene Macri para esos sectores que, en muchos casos, generan enorme cantidad de puestos de trabajo?
Las simplificaciones del marketing electoral no deben contaminar la estrategia de avance en el programa de reformas estructurales. Si es que en verdad hay una.