El cambio es perceptible en la calle. Ya no me gritan “agente de la CIA”. Hace mucho que no escupen al suelo cuando se cruzan conmigo. No pueden ocultar que pasan por un momento espinoso. Desde el anonimato me han preguntado, lastimeros, ¿por qué no nos querés? Va aflojando en los funcionarios el terror a vérselas con periodistas que preguntan; ahora el Gobierno habla con los otrora destituyentes. La Presidenta todavía corcovea desde la penosa impunidad del Twitter, como cuando expele frases tan finas y tersas como “loros mediáticos”. Pero ignoro qué terminará prevaleciendo, si la indisposición sistemática de una jefa que sólo sabe despotricar o lo que perciben sus cuadros más vulnerables, para quienes la noche lentamente se va poniendo en el horizonte.
Nada es lineal, claro. Hay una componente de agresividad tan gratuita como feroz en quienes encarnan desde hace diez años del poder un remedo contemporáneo de la “guerra popular permanente” ejecutada por los vietnamitas desde los años 50 a 70 del siglo XX. En la Argentina, estas caricaturas criollas de aquella pugnacidad se dedican a la cháchara descalificatoria permanente. En ese escenario se destacan figuras como Carlos Kunkel, quien llamaba “Tabaré Menem” al entonces (y ahora futuro) presidente uruguayo Tabaré Vázquez. Mariano Recalde, cuyo padre es diputado nacional, ha definido a los miembros del Congreso como “zánganos”. Juan Cabandié, que nació en la ESMA, avala haber convertido ese predio fatídico en parrilla donde los actuales militantes comen asados. Cuestionado, se embronca, alegando que desean “resignificar” sitios y espacios. Esa palabra relativamente moderna pretende nombrar el acto de cambiarles el sentido a las cosas, darles una nueva significación, uno de los artilugios preferidos en la jerga del grupo gobernante que replica en palabras lo ya consumado por decisiones políticas.
Gobierno teóricamente mortificado por las violaciones de los derechos humanos, el de Cristina Kirchner trabó desde por lo menos 2010 una cordial relación con la Siria de Bashar Al Assad. Para con esa satrapía sangrienta, la interpretación que la Presidenta hace de los derechos humanos es exactamente la contraria a la que se usa en la Argentina para fines domésticos. Mientras que para el caso sirio la Argentina equipara las responsabilidades de esa dictadura con las de la oposición armada, presumiendo que “ambas partes” (¿los dos demonios?) perpetran crímenes de lesa humanidad, aquí proceden de modo diferente, negándose a asumir los crímenes de la guerrilla, incluso los previos a 1976.
Belicosidad verbal sin proyecciones, tuvo consecuencias tangibles. Tras agasajar a Al Assad en Buenos Aires en julio de 2010, Cristina despachó a Alepo a su ministro Héctor Timerman en enero de 2011, para que acordara el “entendimiento” de la Argentina con Irán, en el cual el sátrapa sirio fue eslabón necesario. El lector de Perfil lo sabe porque fue primicia de este diario, con lujo de detalles (ver 26 de marzo de 2011, http://www.pepeeliaschev.com/exclusivo-web/argentina-negocia-con-iran-dejar-de-lado-la-invest-15140, y 23 de julio de 2011, http://www.pepeeliaschev.com/exclusivo-web/las-condiciones-que-pone-iran-para-dialogar-15155). Lo que sobrevino era previsible; la mayoría oficialista del Congreso argentino convirtió dicho pacto en ley en febrero de 2013. Irán, casi ocho meses después, no respondió aún a la prosternación argentina.
El Gobierno no puede condenar de manera creíble al régimen sirio, responsable de atrocidades colosales, sin desautorizarse a sí mismo. ¿Qué coherencia tiene ese fogoso apoyo a los derechos humanos cuando se le permite a ese régimen que siga masacrando a sus propios ciudadanos sin tener que preocuparse por represalias o advertencias punitivas de la comunidad internacional? ¿Por qué sería admisible haber castigado a Serbia por sus matanzas masivas en Bosnia, y no a Siria por gasear con veneno a su pueblo? ¿Por qué en otros casos (Sudán, Sierra Leona, Mali, Libia) se condonó la intervención internacional ante criminales “limpiezas étnicas”, mientras que en este caso se censura la reacción de quienes se proponen detener el accionar brutal de un régimen sanguinario, calificándola de intromisión extranjera o de aventura belicista?
Para nada pequeños sectores que han simpatizado con el Gobierno, la era de la rabia sarcástica y triunfalista parece terminada, pese a que el grupo gobernante se autoestimula con pataletas catárticas. El propio Gobierno es quien más se perjudica con esa incontinencia, pero sin embargo, hasta que la propia jefa del modelo no cambie en serio (proyecto muy improbable), la brecha entre la ira imparable de la Presidenta y la paulatina atenuación de las broncas de sus seguidores se irá ensanchando.
Cristina no deja resquicios en su modo de ver el mundo. Fascinada consigo misma, ahora que dispone de las balas retóricas del Twitter que la seduce sigue desparramando castigos. Ese país tiene un gobierno cuya titular ha criticado en público a los gobiernos y/o pueblos de los Estados Unidos, Grecia, Italia, Brasil, Chile, Uruguay y España. No serán gratuitos estos mamporros transnacionales. El día que el kirchnerismo termine de advertir que tanto castigo sólo los perjudica a ellos, la Argentina comenzará un cambio epocal. Por ahora, al menos, dejaron de escupir por la calle, se presentan mansamente en Todo Negativo, y piden ser queridos.
Errata: en mi columna del domingo 1º de septiembre, donde escribí Memphis, Arizona debió ser Memphis, Tennessee. Disculpas.