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India y la ecuación asiática

Todo indica que Narendra Modi, flamante primer ministro indio, llevará a la nación asiática a ocupar un sitial y a desempeñar un rol más descollante en la configuración mundial del poder en gestación.

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El domingo 25 de mayo de 2014 culminaron las elecciones europeas, con la novedad del crecimiento de las derechas y de un remezón en el monótono cuadro de dominio (alternado) de los partidos y alianzas políticas “clásicas”, desde fines de los 40.

Pero ningún vuelco a la derecha en Europa es comparable en escala con el que se produjo el 16 de mayo en la India. Ese día, culminaron las elecciones parlamentarias definidas por el alambicado sistema hindú y se produjo la victoria electoral, mucho más amplia de lo esperado, del Bharatiya Janata Party (BJP), que desplazó del poder al venerable Partido del Congreso, cuya urdimbre minuciosa había venido controlando casi todas las parcelas de la política, la administración, la economía y las finanzas del vasto país desde los días del fin del virreinato.

El líder del BJP, Narendra Damodardas Modi, 63 años, vegetariano, juró el 26 de mayo como primer ministro de la India en el Rashtrapati Bhavan (residencia presidencial), ex palacio de los virreyes británicos de la India –340 habitaciones, 60.000 m2 cubiertos y 130 ha de parques. Será responsable de guiar durante los próximos cinco años a un país de 1.250 millones de habitantes.

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El partido de Modi gozará de una cómoda posición en la Lok Sabha (La Casa del Pueblo, Cámara baja del Parlamento), al ganar 282 bancas sobre un total de 543. Modi es un dirigente que ha construido renombre de buen administrador y hábil integrador de la iniciativa privada a los esfuerzos estatales. El diario The Guardian afirma que esto le ha granjeado el respaldo de numerosos gigantes corporativos, entre otros el arquitecto e ingeniero Ratan Tata y Mukesh Ambani (célebre por haberse hecho construir una casa de 27 pisos y helipuertos para que su familia pueda vivir con espacio), a quienes se sumaron con apropiada velocidad las estrellas de Bollywood (industria cinematográfica en idioma hindi). Adhesiones sumadas a la adoración y popularidad de que ya goza por parte de las muchedumbres en casi todos los rincones del país subcontinente.

Solamente Indira Gandhi, hija de Nehru y dos veces primera ministra (1966-1977 y 1980-1984), suscitó parecida devoción; su programa de combate a la pobreza, el Garibi Hatao, apalancó el alzamiento de un mito duradero mientras se moderaba un crecimiento desmedido en la curva de población. Los memoriosos recuerdan su paso por Buenos Aires en épocas de Onganía –un general golpista que nos atropelló entre 1966 y 1970– y la contradanza verbal durante el banquete oficial en el que ella mencionó el uso de métodos anticonceptivos para frenar la explosión demográfica de su país, a lo que él replicó que eso en la Argentina era pecado mortal.

El sentimiento de cuasi adoración por Indira fue cercenado en 1984, al ser asesinada por enturbantados miembros de su custodia, de religión sij. Indira Gandhi pertenecía a una generación diferente, había alcanzado el poder luego de la muerte de Nehru, su padre, que había sido el primer jefe de gobierno de una India independiente y contraparte de las negociaciones con el virrey imperial, mister Mountbatten. El nacionalismo hindú aparecía entonces encauzado en una posición de fuerte autonomía soberana y presencia internacional independiente; ni ella ni el Partido del Congreso, que construyeron y condujeron su padre y el Mahatma, vistieron a la India frente al mundo con otros ropajes que no fueran de tolerancia y pacífica convivencia interior; y afirmación de la presencia de la India en el mundo como sinónimo de lugar de equilibrio y equidistancias.

Volviendo a Modi, ciertamente su gestión (2001 a 2014) como primer ministro del estado de Guyarat (fronterizo con Pakistán, 61 millones de habitantes, 200.000 km2, 1.500 de costa sobre el Indico), siguiendo criterios de incorporación de la iniciativa privada, reducción de la pobreza y el desempleo junto al aumento de los niveles de educación, le fue sirviendo de zócalo para su construcción política. No es menos cierto que su nacionalismo sin sombras contribuyó parejamente a sumarle adhesiones. Las guerras sucesivas de la India con Pakistán, la “cuestión musulmana” en un Estado con 89% de hindúes y fronterizo con aquel país, también fueron escalones que usó Modi para obtener devociones y resultados electorales como el que comentamos.

Una tacha que apedrea su pasado refiere a la matanza de 2 mil musulmanes en 2002, y corren regueros de dudas sobre su complicidad o algo más. Una mirada somera a la historia –extensa y torrencial– de la India ilustra las veces que la pugna musulmanes-hindis quitó sosiego al recorrido de los siglos en aquella región. La cuestión musulmana empapa también la crónica de las negociaciones con Gran Bretaña, en 1947, que terminaron con la subdivisión del virreinato en dos países, uno de mayoría musulmana: Pakistán, y otro de mayoría hindú: la India. Este pragmatismo, dictado por la urgencia que tenía Londres en deshacerse de una responsabilidad que excedía su apremiante realidad de posguerra, fue ásperamente resistido por Mahatma Gandhi, quien auspiciaba una convivencia de ambas vertientes religiosas en un mismo territorio. Todo culminó en epílogos dramáticos, con 12 millones de personas que iniciaron éxodos en direcciones opuestas: hindúes de la región occidental hacia el Este y musulmanes del centro hacia el Oeste. Hubo muchas muertes y dolor; fue un fanático hindú, que consideraba a Gandhi demasiado blando, quien lo mató de tres pistoletazos con una Beretta.

En cuanto a Modi, su trayecto hacia la cúspide no fue ni veloz ni sinuoso. Paso a paso, desde ayudar a su padre a vender té en la estación de trenes hasta ser elegido primer ministro del estado de Guyarat, su recorrido fue escalonado y disciplinado, siempre enrolado en el BJP.
Un dato a resaltar es que, desde antes de su incorporación al BJP, Modi era miembro de la Rastriya Swayamsevak Sangh (RSS), organización de ultraderecha cuyos miembros tienen firmes creencias en la hindutva (hinduidad o calidad de hindú). El asesino de Gandhi, en 1948, era miembro de la RSS.

Se ha escuchado decir a Modi que los campamentos de desplazados musulmanes son “centros de reproducción”. Como escribe el novelista indio Pankaj Mishra, el pogromo de Guyarat bien puede haber sido un primer rito iniciático para la India de Modi. Reemplazar la no violencia por el Vivekananda, o instauración de un sistema que haga de los indios miembros de una nación “viril”, no es impensable en un hombre solitario, desconfiado y orgulloso de medir 1,42 m de pecho, como Francis, el “tío de cariño” de Piscine Molitor Patel en la bella película La vida de Pi. Dirigentes de su partido afirman, sin embargo, que Modi no dejó que el RSS influenciara su gestión durante los doce años como gobernador de Guyarat. Y que su deseo de modernidad para la India está muy por encima de esas derivas ideológicas.

Un dibujo del nuevo mapa electoral de la India, preparado por la BBC, muestra un sarpullido rosa que desplaza al azul del Partido del Congreso en la mayoría de los estados. Lo que ningún mapa muestra es el inminente reacomodamiento de las relaciones exteriores de la India. Ya hay indicios de una voluntad de aproximación a Beijing y seguramente la presencia de la India en la reunión de julio de los BRICS será mucho más neurálgica que hasta ahora.

La generación post independencia y post statu quo que llega al poder con Modi venía dando muestras de querer modificar la “imagen” de la India. Los jóvenes laderos manifestaban sentir humillación por tener como figuras líderes a una mujer nacida en Italia, Sonia Gandhi; a Rahul Gandhi como jefe del Partido del Congreso y a un anciano balbuceante, Manmohan Singh, como presidente.

Para millones que creen que el hinduismo es más un modo de vida que una religión y que expresan la necesidad de una afirmación más certera de la potencia de un país tan protagónico en la Historia, Narendra Modi llevará a la nación asiática a ocupar un sitial y a desempeñar un rol más descollantes en la configuración mundial del poder en gestación. Nada menos.