Un año acaba, otro comienza. ¿Cuál? Las fechas se confunden, se mezclan, la historia no repara en el calendario. ¿Vuelven los 70? Quizás ya volvieron y no nos dimos cuenta, pasaron por aquí en forma de cita, llamada, mención que llama a otra cita, vana invocación, pura referencia. El tesorero de un sindicato cae asesinado en su auto de miles de dólares, una balacera atraviesa otro auto (salieron ilesos), el hijo del patrón sindical dice temer por su vida. Pero ya nada tiene el glamour del día lluvioso y el paraguas abierto frente a la escalinata del avión, ninguna foto pervivirá en la memoria popular. Es sólo asunto de sicarios y mafias, asunto de quien maneja la caja y el poder (lo que vendría a ser la misma cosa). ¿La sidra ya está fría?
Como los seres humanos, los intelectuales también aprenden de la experiencia. Ya no hay intelectuales oficialistas, no al menos en sentido estricto. Aprendieron de lo que a muchos les pasó con el alfonsinismo y el Frepaso: dos años de oficialismo y luego diez de autocrítica, escarnio, tristeza y decepción. Ahora son todos post, neo, pan: post-peronistas, pan-kirchneristas, neo-populistas. Hacia afuera sus palabras son duras (Carrió es la nueva derecha, la izquierda es paleozoica), pero hacia adentro sus términos son demasiado ambiguos, demasiados vagos, demasiado complacientes. Son las ideas, no la pose lo que hace crítico a un intelectual: la dimensión crítica no se adquiere machacando la palabra crítico una vez por párrafo, como esperando en los confines el milagroso derrame de alguna propiedad transitiva.
Es curioso, pero tampoco hay intelectuales opositores, al menos no de forma manifiesta. Como si se hubieran invertido las cargas de la esperanza. Pesimista, el intelectual neo-oficialista (hábil tacticista) conoce la astucia de la historia y sabe que el presente algún día terminará. Qué sentido entonces quedar (tan) pegado a este tiempo. Al contrario, el intelectual opositor (optimista malgré lui) prefiere no mostrar todas sus cartas, convencido de que esta época durará mucho, y que la soledad no es buena consejera para el pensamiento (error: la soledad es el gran atributo de la literatura). ¿Ya hay que ir sacando el helado del freezer?
El vitel thoné está a punto, pero hay que tener cuidado con la mayonesa, con que no se haya cortado la cadena de frío. Lo escuché en la tele: da temor saber lo que puede ocurrir si se corta la cadena de frío. En el noticiero y en las cadenas de información continua todo es atemorizante, todo es riesgoso: salir a la vereda, cruzar la calle, subir a un taxi, viajar en subte, tomar un avión, hacer una cola, ir a un banco, cenar, dormir, hablar. La inseguridad gana terreno, pero por suerte el ministro propone nuevas medidas; es decir, siempre la misma. Medida por medida. Y mientras tanto, la pantalla de la información funciona bajo la emergencia del cartel de “urgente”: un choque en Paternal, cayeron las Torres Gemelas, alerta meteorológico, renunció Chacho Alvarez, Gelman ganó el Premio Cervantes, apareció el caballo extraviado, el gordo de Navidad quedó vacante.
El arrollado está un manjar. ¿Dónde pasará el año nuevo Carlos Carrascosa? ¿Y Luis Gerez? (¿ya se esclareció su secuestro?) ¿Y Julio Grondona? ¿Y Domingo Cavallo? Y además: ¿No es una ingenuidad pensar que el INDEC debería ser autónomo del Gobierno? Las estadísticas son un arma estratégica. La democracia, “ese curioso abuso de la estadística”, como escribió Borges en el prólogo a La moneda de hierro, fechado el 27 de julio de 1976. El tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos. ¿Cuántas pasteras hay funcionando en la Argentina? Mi reloj marca las 23.59 pero el de al lado dice 23.58, hay que mirar Crónica TV para confirmarlo. El pollo está rico pero lo hubiera preferido frío. Ya no hay fiestas como las de antes. Leo sólo escritores consagrados: pasé por las librerías de saldos y me compré una pila de novelas para las vacaciones. Bouvard y Pécuchet, el libro del año.