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desprecio por la moneda

Inflación y masa

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Qué sucede en una inflación? Según analiza el escritor búlgaro Elías Canetti (Nobel 1981) en su monumental obra Masa y poder, “no hay nada, salvo guerras y revoluciones, que le sea comparable. La conmoción que provoca es de naturaleza tan profunda que se prefiere ocultarla y olvidarla”. Esto tiene raíz en las propiedades psicológicas del dinero que lo vuelven un símbolo de masa. Una palabra de timbre cosmopolita: el millón puede referirse tanto a dinero como a hombres y en esa ambigüedad instala su cercanía y su potencia. Durante la inflación la unidad monetaria pierde repentinamente su valor mientras aumenta su masa. A los millones que otrora se ambicionaban se los sostienen en una mano pero ya no son tales, sólo se llaman así. Ocurre así un proceso de inversión, el placer ante el crecimiento rápido adquiere un carácter negativo. Lo que antes era un peso se llamaba ahora diez y luego cien, mil… La identificación del hombre individual con su peso se halla así abolida. Todo, no sólo tambalea externamente, sino que él mismo, el hombre, disminuye produciéndose así una doble devaluación. El individuo se siente devaluado porque la unidad en la que confió, que respetaba igual que a sí mismo, se desbarrancó.
Dos grandes procesos hiperinflacionarios arrasaron económica y socialmente a la Argentina: uno iniciado en junio de 1975 y otro en marzo de 1989, inoculando en el pueblo una profunda sensación de miedo. Para Canetti, las salidas de estas crisis suelen ser portadoras de algún anticuerpo, expresado en el rechazo a cualquier medida devaluatoria y el apoyo a políticas que fortalezcan la moneda autóctona y, por ende, al individuo y la nación.
En nuestro país, en los últimos años, se instaló la idea de que la moneda internacional de referencia, el dólar, estaba muy por debajo de su valor “real”. Por lo tanto, nuestro peso tenía un valor “falso”. En los términos simbólicos que venimos manejando, cada uno de nosotros (y todos) valía menos que lo que se decía. Para corregir esto, en las elecciones de noviembre pasado, amplios sectores de la población votaron, a conciencia, por una política que liberó el mercado cambiario y provocó una depreciación inmediata del peso de alrededor del 40%. Así, de un día para otro, nos “sinceramos” y pasamos a “valer” lo que verdaderamente valemos.
Ahora bien: ¿cómo se explica este fenómeno único en el mundo? ¿Este desprecio del argentino por su propia moneda que echa por tierra la relación (simbólica) dinero-hombre? Podemos aventurar una hipótesis. La primera brutal escalada inflacionaria abierta por el rodrigazo se prolongó años y obligó, a la manera de refugio, a una (no tan) virtual dolarización de la economía cotidiana. Este ciclo amagó cortarse con el plan Austral de Alfonsín y su nuevo símbolo monetario, pero otra ola hiperinflacionaria lo volvió pura ilusión. El menemismo, después de momentos erráticos, finalmente interpretó la profunda identidad argentina: con el plan de convertibilidad –costara lo que costase– desde el 1° de abril de 1991 puso al peso en igualdad con el dólar, y los argentinos pasamos a valer tanto como los estadounidenses y no necesitábamos visa para comernos el mundo. Esta absurda, patética y falsa conciencia se fue instalando profundamente en diversas capas sociales –mayoritariamente medias– durante más de diez años. La posterior caída fue a su escala. En diciembre de 2001 cualquier resabio de valor simbólico del peso se había desvanecido (recuérdese que se emitieron más de quince cuasi monedas), y el corralito puso infranqueable distancia entre los argentinos y su dólar (a esas alturas fugado). Algo de calma sólo llegó cuando Duhalde mintió las palabras mágicas: “El que depositó dólares recibirá dólares”.
La historia explica la actualidad.
Hoy, después de vivir “encepados”, logramos alcanzar “nuestra normalidad” sin que nadie nos controle.
Eso sí: ahora, el que votó globos recibirá globos. In God we trust.

* Director de teatro.

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