El tipo de conocimiento que respeta y privilegia una sociedad y las credenciales profesionales de quienes la gobiernan van de la mano. Por ejemplo, si como antaño las “sanaciones” son el argumento de autoridad, la casta sacerdotal que “dialoga con los espíritus” será puesta a cargo; si el país ha sido construido sobre el molde de la primacía de la ley y la separación de los poderes (como lo pensaron los padres fundadores de los Estados Unidos), los profesionales del derecho; si se repudia una vieja filosofía y se prestigia la “intelligentsia”, como sucedió con el materialismo a expensas del confucianismo en China a principios del siglo XX, lo que prevalecerá será lo científico. Y aparecerá reflejado en los contenidos de la educación, en la planificación de la producción y en la diplomacia.
Dentro del organigrama chino, el Comité Permanente del Politburó es un órgano importante, a lo que se suma que el líder supremo debe formar parte de él. Hoy, el presidente Xi Jingping, junto al primer ministro, Li Keqiang.
A comienzos de los ’90, las élites políticas chinas estaban dominadas parte por tecnócratas (ciencias naturales e ingeniería). Un trabajo muestra que el porcentaje alcanzaba alrededor del 80% si se consideraban intendencias, secretarías de Partido de ciudades significativas, gobernadores de provincias, y miembros del Comité Central (Cheng Li y Lynn White).
Esta era una política deliberada, extendida a Singapur, Corea del Sur, Malasia e incluso Taiwán. Se relacionaba con el rápido crecimiento lanzado por Deng Xiaoping, quien reemplazó a los “Rojos” –gobernantes que basaban su accionar en orientaciones derivadas de la ideología– por los “Expertos” –científicos, muchos formados en la Unión Soviética–.
Uno de ellos, un especialista en cohetería educado en el MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts), decía que “los gobiernos debían esencialmente ser conducidos como un departamento de ingeniería”. Sin embargo, una mirada en profundidad demuestra que ya no es así.
Naturalmente, una aproximación a los problemas desde una mentalidad ingenieril presagia determinadas orientaciones ideológicas, políticas y económicas en el mediano y largo plazo; lo propio puede decirse si el abordaje está arraigado en las ciencias sociales. Fan Zhang, estudiante de ciencias de la comunicación, posteó su síntesis: “… cuando la mayoría de la gente cree que la democracia es el motivo por el que un país es fuerte, los ingenieros creen que la democracia es el resultado de una economía fuerte; zanjemos la cuestión cuando seamos ricos”. Un punto de vista.
Tal verificación se relaciona con el hecho de que la integración al mundo –superada la etapa de la acumulación primitiva– requiere de estándares adicionales. Dicho esto sin la pretensión de tomar a China como modelo para imitar sin cortapisas, habida cuenta de las diferencias significativas que existen con tan formidable país.
Si se toma en cuenta la formación profesional que se exhibe en páginas web institucionales, el presidente Xi Jingping tiene credenciales “partidarias, militares y estatales”, así como en relaciones internacionales. El premier Li Keqiang, en “gobierno, administración y economía”. Como se ve, ambos poseen formación en ciencias sociales. Ello abre la cuestión acerca de si estudiaron en el extranjero, en China con profesores que lo hayan hecho en el extranjero, o en su país con educadores locales. El premier Li Keqiang, cursó un programa de posgrado de cuatro años en la Universidad de Pekín y tuvo por profesor a Gong Xiangrui, experto en sistemas administrativos occidentales.
Así como la tercera generación de líderes del Partido Comunista de China (por ejemplo Jiang Zemin) fue de ingenieros y tecnócratas, y también la cuarta (Hu Jintao, hidráulico; Wen Jiabao, geológico), la quinta se caracteriza por iniciar el apogeo de los profesionales legales, inclinados a las leyes constitucionales extranjeras (Cheng Li, El auge de la profesión legal en el liderazgo chino). No es lo mismo expandirse desde la región que consolidarse mundialmente como potencia usando medios pacíficos.
“Antes de iniciar la labor de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu propia casa”. Este es un proverbio chino, válido para la era tecnocrática y para la de las ciencias sociales.
Ambas “eras” orientales son oscilaciones “cortas” de un movimiento histórico “largo” y secular. Dos imágenes: la del emperador chino que hizo fabricar un ejército de terracota, para que lo acompañara y defendiera en su vida eterna, y la de un sub-emperador sonriente, más contemporáneo–Chou En-Lai– quien supo decir a su interlocutor que la unificación lingüístico-cultural de China como etnia Han probablemente tardaría unos cien años más en completarse. Esto ocurrió en Pekín hace ya medio siglo, y lo refiere Henry Kissinger en su parcial e inteligente libro sobre China.
El sueco Gunnar Myrdal (Nobel de Economía en 1974), dice que las decisiones en política exterior están generalmente muy influenciadas por motivos irracionales. En esa pista podemos situar al secretario de Estado del presidente Johnson, Dean Rusk, cuando dijo en 1964 que “dada su enorme población (la de China) no podemos permitirnos ser desangrados peleando contra ellos usando armas convencionales”, y también al mismo Johnson, al declarar que “perder China, era excremento de gallina comparado con perder Vietnam”. Ambos mostraron conductas cuyo punto de contacto no era ni tecnológico ni socio-jurídico sino surgido de un impulso por dar un mensaje político de miedo racial al público. Lo que prueba que no solamente son peligrosos los generales excitados (tan bien retratados por el cineasta Stanley Kubrick); lo pueden ser igualmente quienes usan un “peligro”, sea comunista, asiático, o inmigratorio clandestino, como bandera de campaña política. El éxito que cosecha con su prédica antimexicana y antiveteranos de guerra el agente inmobiliario y precandidato republicano a la presidencia de los EE.UU. en 2016, señor Donald Trump, ilustra lo antedicho.