Aunque no lo veamos, el peronismo siempre está. Al punto que se empeña cada vez que puede en demostrar su poderío: para gestionar a piacere si es gobierno o para demoler al oficialismo si no está en la Casa Rosada.
El miércoles 7 hizo gala, una vez más, de esa característica. No sólo aprobó un proyecto de cambios en el impuesto a las Ganancias que unificó entre toda la oposición unas horas antes, sino que además armó un escenario de presentación de esa unidad que olió a rejunte hipócrita.
No tuvieron ningún empacho en mostrarse amontonados Axel Kicillof y Héctor Recalde (del kirchnerismo) con Marco Lavagna, Facundo Moyano, Graciela Camaño de Barrionuevo (massistas) y Victoria Donda, entre otros, para parir un proyecto de reforma del tributo a los ingresos de los que tenemos trabajo registrado. Pillo, no se sumó a la foto el pater seraphicus de la movida teatral, el inefable Sergio Massa: un aspirante presidencial debe manejar los hilos, no aferrarse a ellos porque corre el riesgo de anudarse. Ya le pasó.
Técnicamente, el proyecto que se aprobó en Diputados y debe pasar ahora por el Senado, reduce el aporte impositivo que sale del bolsillo del asalariado. La merma en la recaudación se compensaría con nuevos impuestos a otros sectores.
El argumento opositor es contribuir a mejorar el ingreso real de los trabajadores, en especial de los que menos tienen. Resulta llamativo que muchos de los que aparecieron en la foto y aprobaron las modificaciones tuvieron importantes responsabilidades de gobierno en la última “década ganada” y no movieron un dedo para hacer lo que promueven ahora. Típico.
Encima, si es que realmente les importa la situación de los que menos tienen, deberían discutir una reducción del IVA (que está en el 21%), que afecta en especial a los más vulnerables. Y habría que sumar que los nuevos impuestos impactarían en la declamada necesidad de nuevas inversiones, ya que altera la estabilidad de reglas de juego que tanto intranquilizan a las empresas privadas.
Estos rasgos desnudan el gran componente de especulación política y demagógica que aúpa esta iniciativa.
Claro que para lograr semejante “éxito” la oposición peronista contó con la inestimable colaboración de la torpeza oficialista. Con internas crecientes, fuentes importantes del Gobierno no acuerdan siquiera a la hora de calificar si esto fue previsto o no por Macri.
La mayoría sostiene que el avance opositor tomó de sorpresa al Presidente, de allí su reacción política y personal contra Massa. Pero algunos del núcleo duro presidencial, justifican que estaba advertido de esta posibilidad y dejó hacer, como forma de ensanchar la grieta entre “ellos” (lo viejo) y “nosotros” (lo nuevo).
Desde este sector se alimentan todos los frenos a la incorporación de peronistas a Cambiemos, que Macri verbalizó en los postres del retiro espiritual de Chapadmalal luego de que el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, lo declamara en una entrevista a PERFIL. Con otro estilo al de Monzó, María Eugenia Vidal contradice a su jefe político y sigue incorporando peronistas a su gabinete. Ojo.
Aquellos PRO puros, conocidos como “los accionistas” en la interna, también empezaron a disparar miradas conspirativas, en las que incluyen a Monzó como parte de un supuesto plan desestabilizador. Asoma como un desvarío propio de la tensión del momento. Pero el peronismo no calma ese psicopateo: la foto del miércoles lleva a recordar las prácticas peronistas fuera del gobierno. No hay que irse tan lejos. Apenas a 2001.