COLUMNISTAS
lutos

Innombrable capicúa

1-11-2020-Logo Perfil
. | CEDOC PERFIL

Tuve que aclarar a amigos en el extranjero que no, que no estábamos de luto, que no creyeran en las noticias, pese al decreto oficial y el velatorio en el Senado y los protocolos sin lágrima y con sorna. Sin embargo, como siempre que se trata del innombrable, los hechos me refutan.

Carlos Sául Menem gozó del privilegio de convertirse en adjetivo: lo “menemista” signó una época larga y retornable y designó una serie de conceptos en cadena para los cuales no hubo ni habrá palabra otra. La arquitectura que en otros países se llamó “international style”, por ejemplo, acá se simplificó como “menemista”, con los dorés y espejitos del Hotel Costa Galana. Ciertos autos, como el Chrysler Neon, también. Muchos salones de fiestas respondieron al adjetivo, por no hablar de las fiestas que alojaron. Los trajes cruzados de colores brillosos lo son. El menemismo, hecho palabra, hecho adjetivo para pegárseles a las cosas, se les pegó a todas, como un virus. Las personas que discutían acaloradamente acusaban a cualquier interlocutor de “menemista” para desautorizar un argumento equis. Los críticos de teatro encontraban obras “menemistas” cuando les parecían malas y los artistas se enfrentaban a críticos “menemistas” cuando éstos hablaban mal de sus creaciones.

Pero hay más que lo semántico: Menem logró un salto sobre la grieta que ningún historiador podría haber augurado previamente y que ninguno quiere aclarar a posteriori: se trata del único peronista (y con papeles) votado por la oligarquía y el gorilismo, a quienes por única vez no les importó de dónde viniera, sino más bien a dónde era evidente que iría. Se lo votó en silencio y sin que los vecinos se enteraran. Tengo una obra de teatro de su época en la que aproveché un episodio universal muy parecido para metaforizar la situación: el voto checo a la ocupación nazi en 1939, donde nadie podía creer que Hitler ganara el plebiscito en el que se elegía la anexión al Tercer Reich porque nadie lo habría votado abiertamente y sin embargo todos lo votarían puertas adentro y con pudores. Yo nunca, nunca, nunca conocí a ningún menemista confeso en mi círculo de acción. ¿Dónde estaban?

De la supuesta traición a sus creyentes poco puede agregarse hoy que el capítulo se pretende cerrado: el rango de movilidad del peronismo es amplio, local y variopinto. También por ello es que el adjetivo “menemista” es sinónimo de “traidor”, de “disfrazado”. 

Nos quedará sin develar el secreto mejor oculto en el lacerado pundonor de un pueblo: ¿por qué llegó a donde llegó? ¿Qué hilos automáticos lo dejaron hacer? Siguió siendo nuestro Senador. El menemismo fue ese pacto negro no enunciado que reunió a todo un pueblo, ya herido y ya vejado. El mismo pueblo que ahora se enfurece con el luto y dice que no, no y no.

Ya conocemos las palabras: lo capicúa siempre vuelve, como un boomerang. A cerrar puertas y ventanas.