COLUMNISTAS

Inseguridad y mentira

Todo habría cambiado en los años 90, cuando la política habría llamado a la Policía y le habría pedido una parte de su caja negra. La Policía habría resuelto el problema aumentando la productividad de su sistema de recaudación: en lugar de prostitutas y juego clandestino, como habría sido desde principios del siglo pasado, habría agregado la venta minorista de drogas, entre otras actividades.

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Todo habría cambiado en los años 90, cuando la política habría llamado a la Policía y le habría pedido una parte de su caja negra. La Policía habría resuelto el problema aumentando la productividad de su sistema de recaudación: en lugar de prostitutas y juego clandestino, como habría sido desde principios del siglo pasado, habría agregado la venta minorista de drogas, entre otras actividades. Cada vez que las últimas crisis minaron el poder de consumo de los argentinos (Tequila primero, default-devaluación después), la política no habría aceptado que los fondos que recibía de la Policía se redujeran: “Es problema suyo, mejore sus sistema de recaudación”, habría dicho. Para poder mantener actualizados sus aportes, la Policía habría tenido que ampliar su radio de acción a delitos cada vez más penalizados.
Esta historia, atribuible a la provincia de Buenos Aires, es un pequeño ejemplo de lo que sucede en México, donde los asesinatos y el narcotráfico a gran escala integran los sectores negociados por la política y la Policía corrupta, mientras que en la Argentina se tolerarían los desarmaderos, por ejemplo, pero no los secuestros y asesinatos.  
Recientemente, Eugenio Zaffaroni, juez de la Corte Suprema, dijo: “No hay distribución de drogas sin connivencia oficial”. Es difícil, si no imposible, mantener delimitadas cuáles zonas del delito son liberadas y cuáles no. El comercio minorista de drogas desemboca en la producción y distribución de droga en alta escala y estos, a la vez, en los asesinatos. Cuando el consumo de drogas alcanza a personas sin recursos, el robo y consumo de drogas son parte de un mismo proceso de dependencia.
Ningún país vuelve a ser el mismo después del día en que se le pide a la Policía que aporte dinero a la caja política, porque  más grave que el delito en sí es la degradación institucional de quien debería ser parte de la solución, transformado en parte del problema.
En alguna medida, esto también sucede con aquellos políticos que, en lugar de luchar contra la inseguridad, luchan contra quienes se quejan por la inseguridad. Aníbal Fernández, ministro de Justicia y Seguridad, por ejemplo, quien en lugar de aceptar con humildad la complejidad del problema y el estado de emergencia en que nos encontramos ideologiza el problema acusando al periodismo de ser agente de la derecha por poner foco en la inseguridad. O directamente, con el tacto de un elefante, ataca a familiares de las víctimas, como hizo con el hermano de Rodolfo, el chico por cuyo secuestro y asesinato se realizó ayer una de las marchas contra la inseguridad más numerosas de los últimos tiempos. Mientras tanto, el crimen crece sin pausa. Ayer también hubo otro asesinato conmovedor: el del ingeniero que llevaba los sueldos del personal de Macabi, en el Gran Buenos Aires.
Aníbal Fernández es uno de los varios gallos de riña que el Gobierno utiliza para difamar y amedrentar a todo aquel que piense distinto. Hace ya tres años, en esta misma contratapa, cité el libro de cabecera de esta gente: Dialéctica erística o el arte de tener razón expuesta en 38 estratagemas, de Arthur Schopenhauer. La erística es la forma degenerada de la dialéctica, con la que se disfraza lo verdadero para persuadir e imponer un razonamiento falso.
Cité algunas de sus técnicas: “Provocar la irritación del adversario y hacerlo montar en cólera, pues, obcecado por ella, no estará en condiciones apropiadas de juzgar rectamente ni aprovechar sus ventajas. Se lo encoleriza tratándolo injustamente y comportándose con insolencia”. “Si notamos que el adversario comienza una argumentación  con la que va a derrotarnos, no tenemos que permitir que siga interrumpiéndolo o desviando a tiempo la discusión.” “Desconcertar y aturdir al adversario con absurda y excesiva locuacidad.” “Cuando se advierte que se va a perder, se procede ofensiva, grosera y ultrajantemente, pasando del objeto de la discusión a la persona del adversario, a la que se ataca de cualquier manera. Se trata de pasar de la fuerza del espíritu a la fuerza del cuerpo, a la bestialidad.”
Pasaron más de 200 años desde que Schopenhauer dijera que los erísticos eran “educados por la malicia”, pero si este filósofo de la Alemania de la época de Goethe visitara la Argentina actual, vería que poco han cambiado algunas cosas en algunas partes del mundo. La misma técnica de Aníbal Fernández la aplican los medios que fueron comprados por el Gobierno para difamar a los medios que se quejan y critican, dando vuelta su argumento verdadero, falseándolo, para usarlo en su contra.
Aristóteles distinguía entre aquello que estaba preocupado por la verdad –la filosofía, la lógica o la analítica, por ejemplo– de aquello que sólo estaba preocupado por la persuasión, como la erística. El Gobierno sabe que en determinados temas, como el de la inseguridad, entre otros, la razón no está de su lado y en lugar de mejorar incorporando la crítica prefiere quedarse en el cómodo arte de la apariencia sin percibir que, más tarde o más temprano, choca contra la realidad, como sucedió con la economía, que terminó demandando un cambio de planes (qué frase la de la Presidenta, quien lanzó anteayer su Plan de Contingencia explicando que venía todo bien en nuestra economía hasta que “de repente, apareció el mundo”) .
¿No merecería la inseguridad otro Plan B tanto o más urgente que la economía? En zonas como el norte del Gran Buenos Aires, la inseguridad se retroalimenta con la economía generando un desplome inmobiliario igual o mayor  que la burbuja inmobiliaria mundial, porque la ola de asaltos y muertes hizo que no se abrieran nuevos comercios y las viviendas que no están dentro de un barrio cerrado fueran prácticamente invendibles o tuvieran que bajar a precios ridículos frente a un departamento en la Capital.
El único vinculo entre economía e inseguridad que el Gobierno dice percibir es el de exclusión y delito. Pero tan real como ese vínculo es el de la corrupción de las cajas negras de la política generadas con tolerancia al delito, o el de la pérdida de actividad económica que genera una fuerte ola de inseguridad que aplasta al desarrollo y la inversión en determinadas zonas.
¿No se puede ser igualmente duro con los represores de la última dictadura militar y, sin reblandecer un milímetro los meritorios avances realizados en la defensa de los derechos humanos de los años 70 y 80, con igual ímpetu y legitimidad luchar contra el crimen actual? ¿Por qué se ideologiza la seguridad de hoy y se confunde la Policía actual con la de los militares de hace tres décadas? ¿No sería superador que la política se preocupase de mejorar la Policía curándola de los vicios que la propia política exacerbó en su beneficio?
Es obsceno ver reír a carcajadas al ministro de Justicia y Seguridad junto al de Interior durante el anuncio de los 13 mil millones de pesos destinados a incentivar el consumo, mientras crece el número de muertes, sin darse por aludido. Los fondos  necesarios para aumentar la seguridad de la población hubieran sido, y son, una inversión que podría haber generado tantos beneficios económicos como varias de las medidas  reactivantes, pero desde hace cinco años el oficialismo decidió que la inseguridad no ocupa un lugar prioritario en su agenda, porque es un tema de la derecha. No sabe el favor que le hace a la derecha actuando así.