El mundo moderno se construyó en base a tres crisis de seguridades de una realidad naturalizada y dos revoluciones que movilizaron las conciencias dormidas en pos de valores que se consolidaron en la vida política.
Las tres negaciones de las seguridades esperan el inicio de una cuarta como su sustrato que les permitan desplegarse. Las revoluciones concretan dos valores y dejan uno inconcluso. La cuarta crisis de seguridad latente es el cultivo de la tercera revolución faltante.
Hasta que el hombre sale de las cavernas ontológicas que lo constreñían a pensarse sin reflexividad critica, todo estaba sujeto a un conocimiento que había naturalizado condiciones sociales de existencia y al propio sujeto cognoscente.
La primera crisis de desnaturalización la instala Carlos Marx, quien deconstruye la solidez de la propiedad privada alejándola del derecho natural y trayéndola a la sociología política. La segunda desnaturalización está en manos de Sigmund Freud, cuyo sistema psicoanalítico desmantela la seguridad de un “yo” racional y profundiza el universo del inconsciente. La tercera crisis es iluminada por Albert Einstein, que relativiza la solidez de la materia. La cuarta desnaturalización es descubierta por la física cuántica y el Covid-19 puso ante los ojos de la humanidad: la interconexión de todas las dimensiones humanas y la inexistencia de un sujeto aislado.
Estas inseguridades que fortalecen al hombre y su socialización política, recorren la historia moderna y cabalgan dos revoluciones con dos idearios concretados y uno inconcluso. La primera revolución - la francesa-, instala la idea de un poder ascendente alejado de toda divinidad y carácter teológico. Esta revolución dejó el legado de la libertad y la inconclusa igualdad y fraternidad – desarrollados por Roger Chartier en Les origines culturelles de la Révolution française. Libertad que se transformó en un valor político y se crearon instituciones para reconocerla.
La revolución rusa se propuso ampliar el segundo valor de la igualdad y concretó el legado de todo el pensamiento socialista en sus variadas raíces a un costo altísimo en vidas humanas y una tensión con el ideario de la libertad que tan notablemente analiza Sheila Fitzpatrick en La Revolución Rusa.
La tercera revolución inconclusa de la fraternidad es puesta en evidencia por la pandemia: la imposibilidad de continuar con una forma de relacionarse y de producir que solo llevan al “ecocidio” como el fracaso del proyecto colectivo de la modernidad.
La nueva humanidad o se sostiene en el principio de interconexión y lo lleva al plano socio-político de la revolución de la fraternidad o solo queda esperar el final del único ecosistema conocido.
Estos dos principios, que además de ser éticos y socio-políticos en su esencia, se sostienen en las dos nuevas ciencias que pueden salvar a la humanidad.
Por una lado, la interconexión de todo la existencia en una interdependencia sistémica es desarrollada por la física cuántica. Esta demuestra que no es posible comprender nada de manera aislada si no es a través del todo complejo, descrito refinadamente en Zen et physique quantique de Vincent Keisen Vuillemin.
Por otro lado, la fraternidad de estos tiempos se debe desarrollar como compasión hacia todos los seres. Las neurociencias demuestran que los estados máximos de felicidad -medidos en encefalogramas y en niveles endócrinos sanguíneos- se logran cuando los individuos de despojan de su egoísmo auto-centrado e imaginan el bien de los otros a través del altruismo – ver los estudios del Dr. Herbert Benson de la Escuela de Medicina de Harvard.
Interconexión y compasión son los pilares para lograr un mundo con un desarrollo inclusivo no violento, plenamente humanista. A partir de esto, cada ideología tendrá que sincerarse y recrearse. Todo lo demás ya es conocido e irreversible.
*Politólogo y Doctor en Ciencias Sociales.
Profesor e investigador de la Universidad de Buenos Aires.