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"Interdependencia negativa"

Es costosa una ruptura entre las potencias y díficil una solución de fondo a la disputa global. Más allá de momentos de cooperación, la conflictividad llegó para quedarse.

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Piloto de tormentas. Trump intenta contener el ascenso de China. | ap

En su libro Destined for War: Can America and China Escape Thucydides’s Trap?, el prestigioso académico Graham Allison analiza 16 casos de la historia en los que una potencia emergente desafió la primacía del poder dominante a nivel global. La evidencia recabada muestra que 13 de esos casos concluyeron con una guerra. En consecuencia, el gran interrogante que hoy invade a los analistas internacionales radica en determinar si la contemporánea disputa entre Estados Unidos y China podrá o no escapar de tan trágico desenlace.

La actual disputa por la hegemonía global tiene dos características que la diferencian de cualquier antecedente histórico. La primera es su carácter vertiginoso. Como bien señala el propio Allison, nunca antes en la historia una potencia ascendió de manera tan acelerada y en diferentes dimensiones del poder como lo hizo China, y en consecuencia nunca antes una potencia dominante enfrentó un cambio tan dramático en su posición relativa de poder como EE.UU. en las últimas dos décadas.

En el último tiempo China logró una convergencia asombrosa con EE.UU. En la dimensión comercial, el país asiático aumentó significativamente su participación en los flujos globales y, lo que es más importante, reemplazó a EE.UU. como principal socio comercial en una cantidad considerable de países. En la dimensión tecnológica, China escaló hasta los eslabones más altos en las cadenas de agregación de valor, superando incluso a la potencia dominante en segmentos relevantes de la denominada “cuarta revolución industrial” (5G, inteligencia artificial, robótica, internet cuántica). En la dimensión militar, si bien EE.UU. mantiene una distancia significativa, los avances tecnológicos de China podrían acelerar el recorte de la brecha actualmente existente. Por último, en la dimensión financiera China sigue bastante lejos de EE.UU. aunque los progresos realizados en las dimensiones previamente referidas constituyen una buena base para una internacionalización más extendida de su moneda. Naturalmente, el ascenso de China en el plano material tuvo su correlato en el de las ideas y las percepciones. Las elites norteamericanas no dudaron en identificar a la potencia emergente como la principal amenaza a la supremacía de EE.UU., con todo lo que eso implica.

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La segunda particularidad que distingue a la actual disputa por el poder global entre EE.UU. y China radica en el carácter fuertemente interdependiente del vínculo. Nunca antes a lo largo de la historia los Estados involucrados en un proceso de transición hegemónica evidenciaron el grado de interdependencia que hoy existe entre Washington y Beijing. La metáfora de un “plato de espaguetis” es ilustrativa de las ramificadas e intrincadas vinculaciones que por más de treinta años se desarrollaron entre las referidas potencias –sobre todo en el plano económico y financiero–, tanto a nivel gubernamental como no gubernamental.

Esta fuerte interdependencia constituye justamente el principal límite a la ocurrencia de un “desacople” entre las potencias, entendiendo por esto una desconexión tal del vínculo bilateral que conduzca al surgimiento de dos sistemas autónomos. Los costos de un proceso de tales características son demasiado altos para ambos actores, tornando difícil un escenario tan rígido y extremo. Ahora bien, si la “interdependencia positiva” que estructuró el vínculo durante más de treinta años ya no existe –o al menos se encuentra fuertemente cuestionada– y al mismo tiempo el “desacople” parece poco probable en el corto plazo, ¿qué escenario podemos esperar entonces de aquí en adelante?   

Tal como se destacó, la bipolaridad actual emerge en un contexto de profunda interdependencia económica y financiera entre EE.UU. y China, con altos grados de integración en las cadenas de valor y una intensa interacción en el nivel corporativo. Todo lo dicho torna sumamente compleja la disputa por la supremacía global que ambas potencias han iniciado, en tanto cualquier intento de afectar al otro entraña naturalmente costos para ambos y para el resto del mundo. Esta particularidad impone a las potencias el desafío de gestionar lo que podemos conceptualizar como una “interdependencia negativa”, donde el juego entre Washington y Beijing ha dejado de ser percibido por las partes como win-win y en muchos casos se estructura más bien como uno de suma cero: lo que uno gana representa una pérdida para el otro.  

El conflicto comercial es una expresión concreta pero epidérmica de una disputa mucho más amplia, que abarca sobre todo la dimensión tecnológica vinculada a la “cuarta revolución industrial”, factor clave y real trasfondo en la disputa por el liderazgo global en curso. Esto torna compleja una resolución del conflicto en el corto plazo. Ahora bien, así como es difícil una solución de fondo en el corto plazo también existen factores que impiden o al menos tornan muy costosa la ruptura entre las potencias. La profunda interdependencia económica y financiera opera ciertamente como una muralla de contención. La extensión del conflicto al plano financiero y monetario podría ser la última estación de la disputa; sin embargo, ninguna de las partes parece hasta el momento preparada para ello y han encontrado allí un límite que no se han atrevido a traspasar. Más allá de algunos amagos, no se ha llegado aún a una instancia decidida de guerra de divisas.

Por último, y como consecuencia de todo lo anterior, la dimensión militar sigue en estado latente. Una guerra tradicional parece muy lejana, pero una aceleración en la carrera armamentística en el marco de la disputa tecnológica se presenta como altamente probable así como el desarrollo de las denominadas “guerras híbridas”, de “baja intensidad” y “ciberguerras”.

Así, la “interdependencia negativa” pone de manifiesto que, más allá de los momentos de cooperación y entendimiento, motorizados por la conjunción de intereses coyunturales de las potencias –el actual acuerdo Fase 1 es un ejemplo–, la conflictividad constituye hoy un rasgo estructural de la relación entre EE.UU. y China.

En conclusión, la “interdependencia negativa” representa un equilibrio incómodo que refleja lo costoso de una ruptura entre las potencias y al mismo tiempo lo difícil de arribar a una solución de fondo del conflicto. Su gestión es tan compleja como clave para evitar caer en el destino que marca la historia de las disputas hegemónicas.

*Dr. en Relaciones Internacionales. Prof. de Política Internacional Latinoamericana (UNR).

**Dir. de Estrategia Global en Terragene SA. Prof. de Política Internacional Argentina (UNR).