No son buenos tiempos para un gobierno acostumbrado a los traspiés, pero también a las justificaciones que fueron enmendando su impericia. Cambiemos siempre manejó un discurso que por elemental no dejó de ser monolítico. Casi calcado y ensayado desde el Presidente al último funcionario, a fuerza de repetición a muchos les resultó creíble. Desacostumbrado a voces disonantes, hoy la armonía que supo construir como identidad empieza a crujir ante la desaparición del encanto.
Formar parte ciegamente del redil es más peligroso que lograr desmarcarse a tiempo, o mantener una distancia prudencial del epicentro. Nadie podría afirmar con certeza si Mauricio Macri se arriesgará a una reelección difícil y con final abierto. Tampoco si se alejaría de un poder que le resulta más atractivo como “idea” que como “práctica”. Lo cierto es que las fichas empezaron a moverse con el ruido que desatan las internas.
María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta son prudentes a la hora de embanderarse en la defensa de decisiones que avalan en “la mesa chica” aunque tengan diferencias en su instrumentación o en sus efectos. Ambos se refugian en fronteras territoriales y mediáticas intentando preservar un capital político que, menos abruptamente, también va mermando. No pocos fantasean con que alguno de ellos podría ser la figura del recambio. “De esto no se habla” en Cambiemos, pero es tema obligado en las mesas de un establishment no dispuesto a renunciar a la oportunidad de consolidar un modelo de país a “imagen y semejanza”.
Hay voces disruptivas que parecen agravar las consecuencias de la crisis económica y su correlato político. Las peleas palaciegas de un Poder Judicial tentado a romper sus límites normativos para impactar sobre la esfera política, o junto a ciertos medios que suplantan “realidad” con “agendas”, complican el ejercicio de una democracia viciada en sus contenidos y desmaquillada en sus formas. Si esto no bastara, Elisa Carrió suma tensión desde su protagonismo exuberante. Cree manejar los hilos cada vez más delgados de la relación con el Presidente, quien se debate entre la conveniencia y el hartazgo.
Mauricio Macri no parece registrar ni la realidad ni sus límites. Nada resultó como lo imaginó o prometió. Poco importa. La “culpa” siempre es de otro. “Cada uno tiene que cobrar lo que corresponde, nadie puede pretender cobrar más de lo que vale su trabajo porque deja a cientos de miles de argentinos sin trabajo”, fue su última “perlita”. Macri sigue manejando el país como una empresa: los accionistas mandan, los trabajadores obedecen. Poco importa que la CGT haya convocado a otro paro con movilización incluida, que el movimiento de mujeres repudie el ajuste, que la peregrinación a Luján haya mutado a protesta, que su imagen caiga drásticamente, que la aprobación del Presupuesto esté cuestionada, que el malhumor social se dispare a la par de la inflación y las tarifas. El Presidente no puede romper con el CEO e incorporar al político.
Hace unos días la ex canciller Susana Malcorra comentaba que el Gobierno tuvo una visión muy empresarial en el armado del equipo y que el Estado no es “una empresa”. Fue, en su visión, uno de los temas que mas afectó la capacidad de gestión y la propia coordinación interna.
El PRO parece convencido de que la política, como tal, se conjuga en pasado. Y que los intereses están por encima de los ideales. Para integrar sus filas no es necesario un gran compromiso, convencimiento profundo o lealtad duradera. Su estructura se compone de funcionarios por doquier y militantes escasos. Una falencia de cara a 2019 que La Generación, la principal agrupación joven del macrismo, piensa suplir con reclutamiento de “cuadros”. A la caza de “potenciales militantes”, los elegidos son entrenados en oratoria, liderazgo, manejo con los medios, negociación, trabajo en equipo, debate. Una especie de laboratorio de políticos de probeta, todos iguales, todos “a medida” de una Argentina para pocos. “La fundación de una clase dirigente equivale a la creación de una concepción del mundo”. Cuánta razón tenía Antonio Gramsci.
*Politóloga. Experta en Medios, Contenidos y Comunicación.