Tanto los resultados de las elecciones primarias como la marcha de la economía señalan inequívocamente un cambio de etapa. En cierto modo, puede afirmarse que este proceso ya ha comenzado.
En términos políticos, creo que puede esperarse una transición menos traumática que la que auguraban algunos pronósticos hasta hace poco tiempo. Me inclino a pensar que la Presidenta terminará su mandato como exige la Constitución y transferirá a su sucesor el mando y, desde luego, una enorme crisis en la economía.
La visión sobre este momento es crucial respecto del análisis del futuro en este campo. No son iguales las condiciones para afrontar la crisis de un gobierno de emergencia como el de Eduardo Duhalde que las que tendrá un gobierno surgido de una mayoría electoral.
En la Argentina contemporánea hubo dos grandes crisis económicas, la de 1914-1917 y la de 1999-2002. En ambos períodos el producto bruto interno se contrajo alrededor del 18% y luego la recuperación fue extraordinariamente rápida. La primera de estas dos crisis tuvo como origen central el cierre de mercados y el desplome de los precios de nuestras exportaciones agropecuarias, asociado a la Primera Guerra Mundial. En 1918, concluida la contienda, las condiciones cambiaron rápidamente y la economía creció 18% en tan sólo un año, recuperando íntegramente la recesión previa.
En el segundo caso, la actividad económica comenzó a recuperarse a partir del segundo trimestre de 2002, y entre 2003 y 2004 creció 18% en términos acumulativos. Esta recuperación estuvo fuertemente asociada a la existencia previa de una importante capacidad ociosa en la industria que, bajo el nuevo contexto, se puso rápidamente en marcha. Más adelante llegó el fantástico aumento en los precios agropecuarios, que produjo excedentes comerciales externos sin precedentes.
Reducidos a su mínima expresión, los dos interrogantes por delante en materia económica son cómo será la eventual recesión y su posterior recuperación. Pero antes de abordar este aspecto, es pertinente preguntarse por qué no podría ser este gobierno el que protagonice un nuevo ciclo de recuperación.
Habría una serie de razones para argumentar negativamente sobre esa posibilidad, pero encuentro desde hace tiempo una respuesta a este tipo de cuestiones en una frase que se atribuye a Albert Einstein y que afirma algo así como que “no podemos resolver los problemas usando el mismo tipo de pensamiento empleado cuando se crearon”.
En definitiva, ésa es la principal restricción, la inercia de un pensamiento y una acción de gobierno cuando el error es evidente. Ocurrió con la convertibilidad y sucede nuevamente ahora.
La economía argentina está creciendo a tasas muy bajas, probablemente del orden del 2% este año y algo menos el año próximo. Además, la calidad del crecimiento se ha deteriorado. Está concentrado en pocos sectores y con una capacidad pequeña de difusión hacia toda la sociedad. Pero es improbable que experimentemos una recesión como la de 1999-2002. Hay varias razones para ello: entre otras, nuestro sistema financiero no está dolarizado y, por lo tanto, no corre el riesgo de experimentar un colapso como en los meses finales del período de convertibilidad. Tampoco tenemos un sistema cambiario rígido, ventaja que lamentablemente el Gobierno ha tardado en descubrir.
Pero el período de bajo crecimiento, y aun de algún momento de contracción, será probablemente más prolongado. Una de las razones es que actualmente el uso de nuestra capacidad de producción está en un nivel elevado y, por lo tanto, para que crezca la oferta se requiere un nuevo ciclo de inversión. Otra razón poderosa es que no tenemos por delante un proceso de alza de los precios agropecuarios y, junto a las importaciones de combustibles, nuestro balance de comercio exterior se ha debilitado.
En síntesis, probablemente tengamos por delante una declinación más suave y una recuperación más lenta. El próximo presidente encontrará una agenda pendiente más nutrida que Néstor Kirchner en mayo de 2003.
*Economista. Ex viceministro de Economía.