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Ir a la guerra en año electoral

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El asesinato del general de la Guardia Revolucionaria Islámica, Qassem Soleimani, en territorio iraquí ha trastocado todos los pronósticos sobre la situación internacional colocando a Medio Oriente una vez más en el punto álgido de tensión. La decisión de los Estados Unidos de retirarse del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) firmado en julio de 2015 y la aplicación de sanciones para forzar una renegociación del programa nuclear iraní fueron el inició de un conflicto cuyas posibilidades de hallar una solución pacífica son pocas.

El acuerdo comercial entre China y los Estados Unidos y los informes sobre la marcha de la economía mundial que desechaban los riesgos de una recesión habían creado expectativas favorables para este año. En este contexto, se sumaban las negociaciones del Grupo de Normandía, integrado por Francia, Alemania, Rusia y Ucrania, para avanzar en un acuerdo para poner fin al conflicto bélico ente los dos últimos países. Este acuerdo permitiría levantar las sanciones económicas contra Rusia y facilitar su reincorporación en el G-7. Putin podría volver al encuentro de los líderes mundiales con todo reconocimiento.

La decisión de los Estados Unidos pareció contradecir la contención mostrada en las semanas anteriores cuando no hubo represalias por el derribamiento de dos drones, el hostigamiento de buques petroleros en el estrecho de Hormuz y el ataque a refinerías de petróleo en Arabia Saudita. El asesinato del general Soleimani se produjo después de que Hezbollah disparara misiles contra una base militar norteamericana y fuerzas proiraníes invadieran la embajada en Bagdad, lo que hizo recordar el ataque contra la misión diplomática en Bengasi donde murieron cuatro diplomáticos.

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Este es un año electoral en los Estados Unidos, donde se decidirá la reelección de Donald Trump. Los temas de política exterior juegan un papel importante en la campaña y hasta el presente el presidente Trump no puede exhibir ningún éxito. La Casa Blanca en los últimos tres años debilitó los organismos multilaterales, cuestionó a sus aliados europeos y fomentó las fricciones con China y Corea; el denominado “acuerdo del siglo” continúa siendo rechazado por la Autoridad Palestina porque no define la creación del Estado palestino.

La actuación de los Estados Unidos pareciera responder más a los impulsos de su presidente que a una visión de largo plazo para consolidar la paz y el progreso. La intervención en Irak responde a esos parámetros porque fue una demostración de fuerza sin prever las consecuencias o la forma para evitar el escalonamiento de las hostilidades. El Parlamento iraquí reaccionó pidiendo el retiro de todas las fuerzas extranjeras, lo que debilita las intenciones de los Estados Unidos de permanecer en el país para contrarrestar la presencia de Irán y un posible resurgimiento de EI.

El discurso del presidente Trump a la nación sobre el enfrentamiento con Irán mostró su preocupación por la campaña electoral al utilizar el atril para acusar a Barack Obama y Hillary Clinton por la firma del PAIC y por haber permitido a Irán retirar sus depósitos en los bancos norteamericanos. Las reiteradas referencias para distinguirse de la administración anterior y presentarse ante la opinión pública como un líder fuerte y temerario señalan el orden de prioridades de la política exterior de los Estados Unidos, y no hacen más que aumentar la preocupación sobre los próximos cursos de acción. Es imposible recurrir a la racionalidad para imaginar cuáles podrían ser las reacciones del presidente Trump a medida que avancen las acusaciones en el juicio político y la cercanía a las elecciones.  

La fragilidad de la situación internacional requerirá de una mayor presencia de la Unión Europea, Rusia y China para contener los desbordes que pudieran surgir como consecuencia de las reacciones de los Estados Unidos e Irán. Solo el mayor involucramiento de los líderes mundiales podría actuar para disuadir a los contendientes en momentos tan difíciles.

*Diplomático.