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macri tambien arraso con la ucr

Ironías y errores

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Coalición electoral, no de gobierno. Macri con Negri, uno de los radicales cercanos al PRO. | TELAM

Juan Manuel Casella, dirigente radical que fue ministro de Trabajo de Alfonsín, escribió esta semana una frase que vuelve imprescindible la autocrítica de su partido: “La coalición electoral que ganó las elecciones de 2015 nunca se convirtió en coalición de gobierno. En algunas circunstancias particulares funcionó como coalición parlamentaria, pero no pasó de allí. En concreto solo gobernó el PRO” (Clarín, martes 3 de septiembre).

Desde un punto de vista que solo registre la exterioridad de los actos, se puede estar completamente de acuerdo. Pero, tanto en cuestiones morales como en cuestiones políticas, para saber un poco más hay que preguntarse quién fue responsable de lo ocurrido y si, desde el principio, ya estaba muy anunciado lo que sucedería durante estos cuatro años. Cercano a la muerte, un dirigente que, después de treinta años de militancia, había roto con el Partido Comunista argentino, me advirtió: “Cuando se pierde en política y uno queda aislado hay que dedicarse a la historia para saber las causas que nos condujeron a esa derrota. No es seguro que nos impidan equivocarnos de nuevo, pero, por lo menos, hay que saber por qué”.

La entrega. Por eso es preciso volver a la convención de la UCR en Gualeguaychú, aquella decisiva reunión de marzo de 2015 donde la UCR decidió aliarse con el PRO para las elecciones que se aproximaban. En aquel lejano entonces, ni Morales ni Cobos estaban convencidos de esa alianza. Quien vio el futuro fue Ricardo Alfonsín: “No seremos columna vertebral de nada sino socios minoritarios. No nos engañemos”.

Ese fue el origen irrevocable de lo que sucedió después. El radicalismo entregó su peso territorial, indispensable para ganar, porque Mauricio Macri no tenía un partido de extensión nacional, sino algunos aliados locales. El radicalismo le ofreció todo lo que le faltaba.

Y así le fue. Dos o tres semanas antes de aquella fatal convención de Gualeguaychú, cuando ya se rumoreaba lo que iba a suceder en su transcurso, conversé con un dirigente radical de primera línea, que hasta hoy es destacadísimo apoyo de Macri en Cambiemos. Le pregunté si era cierto lo que se decía sobre una posible alianza de la UCR con el PRO y lo negó enfáticamente, con alta tonada cordobesa. Lo que la UCR, dirigida por Ernesto Sanz, estaba a punto de decidir no debía ser difundido antes de que fuera irrevocable.

En aquel año anterior a las elecciones de 2015, Macri llegaba con la imagen de un político elemental, práctico, constructor y renuente a las ideas, que había gobernado sin muchos esfuerzos la Ciudad de Buenos Aires (una plaza fácil, si se la compara con cualquier otra de las que la circundan en el GBA y muchas provincias). Frente al acartonamiento de los radicales, Macri parecía la nueva política, en sintonía con las necesidades de imagen y discurso que estaban (o siguen estando, Dios no lo permita) a la moda. Del otro lado estaba Cristina Kirchner, el gran argumento para votar a Macri, promovido por quienes decían no simpatizar con su ideología de derecha. Cristina, más que los equipos de discurso, lo puso a Macri en el despacho presidencial.

Macri parece más arrepentido de no haber dicho la verdad de la herencia K que de sus graves errores.

Lo peor de aquella convención radical en Gualeguaychú no fue solo la llegada de Macri al gobierno, sino la pasividad con que la UCR aceptó un trato de sirviente por parte de los iluminados de la Jefatura de Gabinete, encabezados por Marcos Peña y sus expertos en redes. La soberbia del macrismo con sus “aliados” no tuvo límites. Como dice bien Casella, la coalición llamada Cambiemos se mantuvo porque los radicales aceptaron el trato de arrimados de segunda clase, a los que nunca se consultó, ni se informó, ni se incorporó a las reuniones donde se decidieran asuntos de importancia.

Tan centralista y verticalista como Cristina Kirchner, a Macri lo diferenciaban los buenos modales y la pésima oratoria, un alivio después del desborde ciceroniano de la ex presidenta. Y, sobre todo, un doble aprendizaje: no se necesitaba atacar al periodismo para gobernar con buena imagen, por una parte; y, por la otra, no se necesitaba subordinar a todos los jueces para que las pocas causas que podían preocupar al Presidente o sus amigos fueran intocables y permanecieran en sus estantes. Si se atacaba al periodismo y a los jueces, las pérdidas podían ser mayores que las ganancias.

Y así llegamos a este final desastroso para los pobres, los nuevos pobres, las empresas pequeñas y medianas, que hoy se sienten incluidas en los pronunciamientos de la UIA.

El país de las crisis. Sobre la crisis, un discurso prolifera. Economistas y comentadores recuerdan incansablemente que la Argentina es un país caracterizado por más crisis que cualquier otro de América Latina (o del mundo). Que es tan alto el número de crisis y tan corto el intervalo entre una y otra, que habría sido un verdadero milagro que Macri lograra evitar la que le tocaba a su gobierno. Incluso cuando se culpa al llamado “populismo”, denominación usada para designar a los gobiernos que no supieron mantener cuentas arregladas (aunque el populista Néstor Kirchner se las arregló bastante bien, con la herencia recibida de los dos años anteriores), las crisis siguen siendo una enfermedad que afecta a las mejores familias políticas.

Y si no, miren la crisis que deja Macri. Solo quien crea firmemente en la predestinación podría decir que era inevitable. Por el contrario, a quienes lograron manejar con éxito la economía argentina, como Roberto Lavagna, a esos no les tocó crisis. Y sería creer en la buena suerte pensar que no hicieron nada para que no les tocara.

Con la palabra “crisis” nuestro lenguaje demuestra que puede convertirse en un “factor autónomo”, una especie de sombra terrible que (para decirlo como lo dijo Sarmiento de Facundo) puede “explicar la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo”.  Reiterada con la periodicidad que nos enseña la historia económica argentina, la crisis aparece como una especie de episodio inevitable: todos los gobiernos conducen a una crisis. Y aquellos que han tenido la suerte de que la crisis no les explotara en la cara mientras ocupaban el Salón Blanco son los causantes de las crisis del gobierno siguiente.

Optimismo y verdad. Macri parece más arrepentido de no haber dicho que el gobierno de Cristina Kirchner dejó el país en una situación desastrosa que de todos sus errores de estos tres años y medio. Varias veces ha repetido que debió haber denunciado desde el principio que la herencia de Cristina era terrible. Seguramente tal comienzo adusto se contraponía con el alegre tono amarillo que aconsejaban sus equipos de discurso.

Entre el optimismo y la verdad, eligió el optimismo. Pero un país que va de crisis en crisis no necesita ilusiones optimistas, sino gobiernos eficaces. La ineficacia de Macri se ensambló funcionalmente con su ideología (esas cosas suceden: no se es eficiente o ineficiente de cualquier manera). Deja más pobres e indigentes y ¡oh, sorpresa! deja una gran deuda. Si el PRO es un partido y piensa en el futuro, solo salvan la ropa dos dirigentes.

Para la UCR también todo fue pérdida. Durante los dos primeros años del gobierno de Macri, Sanz viajaba periódicamente desde Mendoza. Ahora hace tiempo que esa periodicidad ha bajado notablemente, salvo que su viaje sea clandestino. Otros, unos pocos, como el también mendocino Cornejo, han hablado y criticado con claridad. Pero nada parece suficiente (tampoco las palabras de Casella) para dar una nueva vitalidad política a ese partido.

La historia está llena de ironías: Alfonsín soñaba con llevar a la UCR hacia la socialdemocracia. Incluso, uno de sus asesores en los años 80 recuerda con escepticismo y nostalgia que el gran líder soñaba con un cambio de nombre: Unión Cívica Solidarista. Verdad o recuerdo embellecido por el paso del tiempo, Alfonsín conoció la Internacional Socialista antes de ser presidente, llevado allí por Dante Caputo. Quienes heredaron la dirección de la UCR terminaron aliados con Macri, un liberal de la derecha capitalista moderna y socialmente implacable.