COLUMNISTAS
Los laberintos de macri y fernandez

Creer o no creer

El FMI no quiere ofender a quien, muy posiblemente, sea el próximo presidente argentino; ni quiere humillar al mandatario con quien negoció sin asperezas durante casi cuatro años.

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Dupla. Las dudas que acechan a F-F no son sólo económicas. | AFP

En un comunicado sobre su visita a Buenos Aires, el FMI usó dos adjetivos. Con el Gobierno, las reuniones fueron "constructivas"; con Alberto Fernández, el encuentro fue juzgado como un intercambio "productivo" de opiniones. Templanza y equilibrio, porque el FMI no quiere ofender a quien, muy posiblemente, sea el próximo presidente argentino; ni quiere humillar al mandatario con quien negoció sin asperezas durante casi cuatro años. O sea que los que creen que Alberto es Cristina deberán juntar unos pesos para el pasaje a Washington y explicar allí que sus creencias no fueron tomadas en cuenta.

Fernández, por su parte, fue tan ecuánime como los amigos del FMI. Declaró que coincide con los "cuatro objetivos principales del acuerdo": crecimiento, empleo, reducción de la inflación y una trayectoria descendente de la deuda pública, aunque está convencido de que ninguno de esos objetivos fue alcanzado ni tiene posibilidades de alcanzarse porque Macri no fue capaz y ahora ya no tiene tiempo.

Una semana antes, Fernández no solo enmudeció con datos a quien le hacía preguntas no muy bien preparadas, sino que aseguró que, si llegara a Presidente, la Argentina no tiene posibilidades de entrar en default. Días después, una agencia estadounidense de calificación de riesgos ubicó a la deuda en estado de "default selectivo", mala nota cuya vigencia duraba un día, como se aclaró casi al mismo tiempo.

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Como Roberto Lavagna, Fernández critica el uso que el Gobierno hace e hizo de los préstamos del FMI. Dicho con las palabras de Lavagna, esos préstamos sirvieron para financiar “una gigantesca fuga de capitales especulativos” que llegaron en los primeros años de Macri. Cito a Lavagna para evitar que alguien piense que Fernández, cuando emite juicios parecidos, está obedeciendo a la locutora de Radio Calafate. Lavagna no piensa que el actual desastre económico deba atribuirse a las PASO. Y la “emergencia alimentaria”, sobre la que alerta, viene de más lejos.

Esperar y renegociar. El jueves 29 conocimos la reacción de Alberto Fernández frente a las medidas anunciadas por Hernán Lacunza, ministro de Hacienda. Se propone esperar y atender las reacciones del mercado. Esto lo difundió el entorno del candidato, que acertó cuando, después de vencer en las PASO, dijo que hay que renegociar y reperfilar la deuda.

En esos días enardecidos por la victoria de Fernández (los dos polos estaban en llamas o con accesos de llanto) se reprochó al vencedor que agitara la renegociación de la deuda, interpretando esa palabra como si propiciara un default. Hoy Macri retoma el concepto, porque en diez días no se solucionó nada. El Gobierno, entonces, quiere tranquilizar los mercados con esa discusión de perfiles de deuda que Fernández consideró necesarios en agosto (del 2019).

Tanto Roberto Lavagna como Alberto Fernández habían planteado la necesidad de eso que ahora se llama "reperfilamiento", nombre que a los legos nos recuerda una dolorosa cirugía estética. Fue un escándalo cuando antes lo dijeron los opositores a Macri, mientras que hoy es recibido como lo más natural del mundo (del mundo financiero brutalmente antinatural).

Ellos marchan. Mientras tanto marchan los pobres y los indigentes. Si a Patricia Bullrich no le gusta que, entre otros, los dirija Grabois, debió sugerir a su gobierno que disputara política y económicamente a esos perjudicados por el ajuste macrista. Un detalle: la ministra de un Presidente que no puede pronunciar casi ningún sonido sin que se empaste con el eco de clase, no debería criticar el esfuerzo de Grabois por comerse las “s”. Por lo menos demostró que es más dueño de su voz que Macri, al que los expertos en fonética apenas pudieron aliviarle el tonito.

También marcharon manifestantes de las capas medias que Macri todavía no ha perdido (aunque perdió miles de votos de ese sector social). Los vi pasar el sábado 24 a la noche. No tengo el reflejo populista de despreciar a las capas medias, mientras que a otros, que las desprecian, les parece extraordinario que las dirigentes populares se atavíen como esas señoras movilizadas. Pero eran eso: unos miles que, en el entusiasmo de la actividad callejera, fueron hasta Plaza de Mayo. Con esas capas medias, seguramente Rodríguez Larreta ganará las elecciones de Buenos Aires. Pero no compensan el número de perjudicados en otros barrios de la Ciudad y del país.

Quienes marchaban decían que "llegaban con la SUBE", aludiendo a que no eran acarreados en los ómnibus de jefes territoriales. Más bien parecía que venían caminando, porque vivían relativamente cerca y era una linda noche para jugarse por las ideas en una caminata por Talcahuano o Libertad.

Si se quieren pensar los interrogantes serios que acechan a Fernández, no conciernen solo a la economía, sino a lo que puede esperarse sobre los juicios por corrupción y la independencia de la Justicia. Hombre habilísimo, no va a decir una palabra que abra la puerta para que se fuguen los votos de quienes se interesan por estos temas fundamentales. En ese campo, su vicepresidenta no tiene todos los papeles en regla.  

Si creo que Alberto Fernández trasmite sus verdaderos planes, esa creencia atribuye un sentido a sus actos. Lo mismo sucede si creo que miente o disimula. Si creo que Cristina Kirchner es una gran política, esa creencia también desborda sobre sus actos. Así son las creencias. Ya lo dijeron antes los filósofos y lo comprobaron algunos sociólogos. La fe es totalitaria.