Irrumpe Carlos Melconian, convertido en muleta de la candidatura de Patricia Bullrich. Raro: un economista para salvar a una dirigente política. Nadie imagina que ese apoyo repentino, una aparente cesión de poder –basta ver las fotografìas con ambos del mismo tamaño o la entrega pública de responsabilidades–, haya sido planeada con anticipación. Más bien, es el relleno a un hueco que dejó el último resultado electoral, un huracán del Trópico. Guste o no, se trata de una capitis diminutio de la candidata. Ahora consultan los tracking de las encuestas, para ver si las maratónicas apariciones del racinguista Melco han logrado modificar el descenso que enfrió a la dama, justo cuando ella imaginaba que por haber vencido a Horacio Rodríguez Larreta le correspondía la Presidencia como un simple trámite. Error de análisis: tanto Mauricio Macri como Cristina Fernández de Kirchner ya habían advertido sobre el resultado. Ella, al apartarse de la campaña de su elegido y anticipar el reparto en tres tercios de los votantes. Y él, sorpresivamente, formulando elogios sobre Javier Milei y confesando más de una charla con el personaje.
También Sergio Massa, desde los últimos comicios, sigue arrasado: letal para su ambición parece la doble contingencia del precio del dólar y la trepada inflacionaria. También necesitaba apelar a un asistente psicológico, un economista tipo Melconian todoterreno.
Bullrich-Melconian: el déjà vu kirchnerista
Pero ni se le ocurrió un contrato con la Mediterránea, instituto dispuesto a brindar servicio técnico a cualquier cliente, sin importar la marca o ideología del producto. Al ministro lo agobia más el futuro que su lamentable presente: lo acecha el doble dígito inflacionario de los próximos dos meses, la desconfianza en el peso, quizás desabastecimiento por importaciones suspendidas y por otras que fueron autorizadas, pero ahora se han postergado. Entre otras lindezas. De ahí que su tutora Cristina se encerró en el silencio, alejada, y le transmite la conveniencia de dejarle a los competidores el cumplimiento de las metas con el Fondo Monetario Internacional, suspender los ajustes y obsequiarle a los sucesores de otras agrupaciones que se encarguen de darle polenta al gentío. Inclusive con el riesgo de que el FMI, por no honrar los compromisos, eluda el envío de los 2.900 millones de dólares para el tramo final del año. Idea más del Instituto Patria que de la Patria.
Atrapado en un éxito mínimo (apenas un par de puntos sobre los rivales), pero de mágica extensión territorial, Javier Milei procede como un ganador indeclinable. Como si la inalterabilidad matemática de Johann Gauss fuera igual a la disciplina política. Se refugia en la espera y audiencias, en las mieles del triunfo, habla en contadas ocasiones e incurre, como le sucede a menudo, en controversiales desafíos teóricos como la gratuidad de los ríos, tan innecesario debate como el de la venta de órganos o la portación universal de armas. Evitó, eso sí, enredarse en una polémica con Melconian, al que no considera de su nivel (en lo económico, claro), pero con quien podría tener un mal desenlace sobre temas específicos. Por ejemplo, la dolarización.
Demasiadas aristas ofrece esa alternativa –además, lo más importante, un largo proceso previo para su aplicación–, en particular si se la confronta con el bimonetarismo de más fácil lectura, teoría a la cual se aferran Melco y sus ochenta colaboradores cuando en rigor proviene de un outsider, Horacio Liendo, hombre que por su cuenta se preocupó en instalar ese proyecto con su correspondiente arquitectura jurídica. Como hizo con la Convertibilidad en tiempos de Domingo Cavallo.
Lejos de estas escaramuzas, Patricia, de Recoleta y de visita ayer por Escobar, vive la paradoja que la contemplan favorablemente cuando ocurren episodios de inseguridad y, al mismo tiempo, pareció rozarle en contra la renuncia de Eugenio Burzaco, su no querido ladero, cuando ella fue ministra –permaneció por obra de Macri– quien partió del cargo para liberarlo a Horacio Rodríguez Larreta de responsabilidades en un asesinato cerca de su domicilio. Dicen que mañana la candidata exhibirá a su team de Justicia, como hizo con Melconian en Economía, aunque en este caso, no son tantos los aspirantes que quedarán relegados. Contenta porque Macri viajó sin hablar y se comprometió –en la reunión en la casa del exmandatario a la mañana del pasado miércoles–a apoyarla in totum, mientras intentará conservar con Melconian el apoyo del “círculo rojo”, el mismo que casi siempre se equivoca (recordar que imaginaba a Rodríguez Larreta presidente). Después de su raid comunicacional, Melconian quizás revise sus parlamentos: le habla a los mercados más que a la gente, aunque supone que ciertas vulgaridades lo vuelven más entendible con un público que, inexplicablemente a su juicio, terminó votando por la escuela austríaca.
Massa, a su vez, seguirá con los anuncios cotidianos de su actividad y, tal vez, cambie a su jefe de campaña Wado de Pedro, más por ineficiencia que por falta de interés. No le conviene, sin embargo, desprenderse de simpatizantes de Cristina y, menos, para cambiarlo por Juan Manuel Olmos, un acomodaticio de todos los sectores. Tampoco para ampliar la distancia con la vice, obsesionada con el destino político de la provincia de Buenos Aires –sería su exilio si pierde Axel Kicillof– y en el número de legisladores que puede perder su fracción. Vive con el lápiz en la mano. Menos nervios se registran en Milei, aunque la organización de equipos no parece su debilidad. Confía en que la espuma de los días (aunque nunca leyó a Boris Vian, un rebelde como él) se mantenga hasta las elecciones, creciente, sin saber la razón física por la cual se puede diluir. Solo piensa en la duración y en que la coraza que le prestó Batman se conserve rechazando balas hasta el 22 de octubre.
Difícil la historieta.