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MONUMENTO

Isabel evita a Perón

Parece un axioma de la teoría de las matemáticas aplicada a los cuerpos: basta con que se reúna la condición de célebre y difunto para que una cantidad siempre creciente de personas exija la erección de un monumento.

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Parece un axioma de la teoría de las matemáticas aplicada a los cuerpos: basta con que se reúna la condición de célebre y difunto para que una cantidad siempre creciente de personas exija la erección de un monumento. Se verifica ahora con Juan Domingo Perón, a quien por decreto se le erigirá la condigna estatua, en un espacio público de la Capital, financiada por aportes populares. A instalarse en pleno Puerto Madero, apenas alcanzará los once metros de altura, contando la base de hormigón armado revestido de granito rojo y la figura en bronce del propio General.

Suena como una suspicacia excesiva, pero el método para la recolección de fondos y la modestia que afecta o exhibe el proyecto parecen denunciar precisamente aquello que el monumento preservaría: que los muertos, aunque la anhelen, no conservan una gloria eterna en el mundo de los vivos. Así, la figura del Líder de los argentinos –si era cierta su sardónica afirmación de que todas las facciones políticas se incluían dentro del peronismo– estaría siendo homenajeada con un criterio de merecimientos que equivale en realidad a una devaluación, paso previo al olvido (que es la verdadera despedida). Habrá quienes justifiquen la brevedad del tamaño y la discreción con la que fue lanzada la propuesta (ya convertida en ley) argumentando que la crisis mundial obliga a los gestos austeros. Pero crisis hubo siempre, y ahora la receta prescribe medidas favorables al gasto, lo que incluye el gasto suntuario e icónico. Contracíclicamente, un monumento a la altura de la figura de Perón habría debido alcanzar las dimensiones de aquel que en la década del 50 iba a levantar el italiano Leone Tommasi, primero al Descamisado peronista y luego a la propia Evita. El tamaño total superaría los 150 metros, por lo que iba a ser una obra más enjundiosa que la Estatua de la Libertad, a la altura de la pirámide de Keops y de la tumba de Napoleón. Lo más triste es que la propia María Estela Martínez, que algo le debe a Perón de su nombre y su fortuna y el puesto con el que culminó sus tareas públicas, apenas aportó mil euros al fondo. No hay memoria más fuerte que el rencor de una viuda.

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*Periodista y escritor.