COLUMNISTAS
NISMAN y gestion cfk

Isabelita 2.0

De la crisis, que generó el Gobierno, sólo se sale con mejor democracia.

Gritos silenciosos, Alberto Nisman.
| Dibujo: Pablo Temes

Las entrañas del Estado, los edificios más próximos a la Casa de Gobierno, oscuros y mediocres personajes que están o estuvieron hasta hace demasiado poco tiempo en el entorno presidencial son los espacios y los protagonistas de otra trama más de muerte y violencia. Se habla casi nada de libertad, casi siempre de lealtad. Se anula el diálogo, el respeto al otro, la construcción siempre enredada pero imprescindible de acuerdos. Se impone el verticalismo: por eso se destripa el pluralismo. Se mata de a poquito, en rebanadas, al Estado de derecho.

No habla con los líderes de la oposición. No recibe ni acompaña a los familiares de todas las víctimas que está pariendo a diario el país. Ve traidores e intrigas por todos lados. No advierte que los más perversos conspiradores son, tal vez sin advertirlo, ella misma y sus ¿colaboradores? La inercia de la crisis parece acelerarse, cada día se hace más daño a sí misma y al conjunto de la sociedad.

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La acompaña buena parte del partido y del sindicalismo. Miran para abajo, se hacen los distraídos, ponen cara de “ustedes saben que yo no tengo nada que ver con esto pero qué quieren que haga”, sin embargo en la foto están. Listo, pasó el mal rato, ahora control de daño y volver a empezar. Están con ella, la mayoría, por obligación (ese documento está destinado a tener la misma importancia que la ley de intangibilidad de los depósitos o de pago soberano).

La crisis política, casi permanente en la Argentina, está tomando un envión con rumbo desconocido. Nadie puede en la práctica establecer con mínima precisión cuáles pueden ser las consecuencias de este nuevo episodio que incrementa exponencialmente la desconfianza y el escozor de los ciudadanos, licuando la legitimidad de ejercicio de un gobierno contradictorio, inescrupuloso, embustero y chambón.

¿Cómo pretender que la ciudadanía crea en serio en las denuncias de conspiración cuando ya se han repetido hasta el hartazgo sin que jamás se presentara la más mínima evidencia y sin que, además, esos vaporosos espectros golpistas se hayan convertido en algo parecido a un hecho real? Si se viene mintiendo descaradamente con la inflación, que es algo comprobable en la experiencia cotidiana de cualquier resignado habitante de este país; si se niega la importancia de la inseguridad, a la que se devalúa con el término degradante de “sensación”, ninguneando a las víctimas permanentes y suponiéndolas una caterva de zombis manejados por un productor de televisión; ¿cómo y por qué creerle a lo que dice el Gobierno? ¿Cómo y por qué, cuando además se pasa de un extremo al otro con discursos precipitados que, por supuesto, se desprenden de lo que en el momento surja de la fantasiosa imaginación presidencial?

Ella y todo su gobierno son las principales víctimas de sus propias limitaciones. Han construido un marco conceptual sencillito y dicotómico según el cual ellos son y buscan el bien (no importa lo que hagan), y todos los demás (aun algunos de los que fueron hasta ayer colaboracionistas y/o aplaudidores) representan el mal. Han reclutado personajes de historieta a los cuales les han dado una notable capacidad de decisión. Los Moreno y los Jaime de ayer son los D’Elía y los Kicillof de hoy. Nunca se equivocan, nunca se hacen responsables de nada, nunca piden perdón.

¿Cómo pudimos caer de nuevo tan pero tan bajo? ¿Por qué la Argentina se empeña sistemáticamente en repetir los mismos errores? ¿Aprenderemos por fin que así no se gobierna? Resulta patético a esta altura seguir construyendo liderazgos personalistas, disfuncionales y descontrolados, que un día parecen semidioses y al otro se devoran a sí mismos. Y terminan atormentados, con miedo a perder todo, sin poder caminar tranquilos por la calle, sintiendo vergüenza de sí mismos (algunos tal vez ni siquiera se permiten eso).

Muchos se enojan porque usó Facebook o su blog en vez de recurrir a la cadena nacional. Había abusado hasta el hartazgo de sus inocuos sermones, prácticamente ya nadie le llevaba el apunte. Hasta ella misma debe haberse aburrido de ser la Fátima Florez de Susana. Sin embargo, le salió bastante bien, logró su objetivo: ahora todo el mundo habla de sus cartas. Además, puede editar los errores. El riesgo es que termine en incontinencia epistolar.

El problema es el método: el mismo mecanismo perverso y sombrío que utilizaron para construir su poder hegemónico es el que ahora está devorando su autoridad y precipitando un final patético y desmadrado. Construyeron un frente para ganar. Quisieron ir por todo. Dividieron para imperar. Confrontaron para construir poder. Doblegaron a débiles, otrora también poderosos. Destrataron, atacaron, humillaron, gritaron, callaron, ignoraron, hablaron por hablar. Néstor dixit: para hacer política hace falta plata. Esta política: la que no sirve para nada. La que genera crisis recurrentes. La que defaultea, corrompe y se financia con inflación. La que ignora la agenda ciudadana. Es cómplice del narcotráfico. Y pacta con Irán.

Se olvidó de gobernar, al menos como una líder de valores genuinamente democráticos. Le quedan apenas menos de 11 meses y es fundamental que termine su mandato: las irregularidades institucionales ya han sido demasiadas para que encima se altere el calendario electoral y se modifique el proceso sucesorio que establece la vapuleada Constitución Nacional.

Tal vez sea demasiado tarde para cambiar. Pero de eso depende su ya atribulado legado. Todo lo que hizo, bien o mal, se juega y será evaluado a partir de las decisiones que tome en las próximas horas, en los próximos días. Puede seguir aferrándose a una autoridad cada vez más diluida, frustrándose sobre todo a sí misma, con el evitable riesgo de promover una profunda crisis de gobernabilidad. Sin embargo, puede salir de este laberinto por arriba, y comenzar ya mismo a definir una agenda de transición con los principales candidatos presidenciales y líderes parlamentarios.

De esta crisis se sale con más y mejor democracia: debemos acordar un conjunto básico de prioridades políticas, económicas y sociales, incluyendo el esclarecimiento de la muerte del fiscal Alberto Nisman y un shock de transparencia basado en la racionalización de los servicios de inteligencia y la ley de libre acceso a la información pública. Es la única manera de evitar que esta crisis escale y comprometa la paz social.