“El hombre puede elegir en un sentido u otro, pero lo único que no puede hacer es no elegir”
Jean Paul Sartre (1905-1980)
Los empresarios japoneses, que son unos vivos bárbaros, insisten en jugar a algún deporte con sus posibles socios antes de firmar un contrato. No se trata de fanatismo por la vida sana o un bruto narcisismo a lo Menem, que en sus buenos tiempos hacía que los hoyos de golf persiguieran a sus pelotitas, los arqueros esquivaran sus remates y sus raquetazos definieran cada set. Los astutos nipones saben que los hombres son ellos mismos, sin máscaras, solo en situaciones límite... y a la hora de definir los porotos en un partido peleado. Es esa puja la que les permite detectar las señales típicas del desleal, el tramposo, el mezquino o el voraz. Es verdad nomás, muchachos: se juega como se vive.
Ricardo Caruso Lombardi es simpático, entrador. El porteño rápido para los negocios, egoísta, fanfarrón; hábil para tejer alianzas, comprar barato, vender caro, quedarse con la parte del león y salir de fiesta con su cliente hasta el amanecer. Un estereotipo que Dante Quinterno inmortalizó en su Isidoro Cañones, aquel personaje de la tira Patoruzú que, por alguna extraña razón, se convirtió en ídolo nacional con revista y película propias. Isidorito, su versión infantil, es la que más se parece al DT juguetón que nunca da puntada sin hilo.
Angel Cappa es su contracara: alto, flaco, de bajo perfil. Un muchacho old fashion, bien de barrio; respetuoso de los sagrados códigos de amistad entre varones, aficionado a la lectura, al rito de las charlas de café y al fútbol bien jugado, un compromiso estético que nadie debería resignar –cree–, ni siquiera en las malas. Un principista naíf y de amable discurso, salvo cuando dirige y los árbitros le cobran mal: entonces sí, maldice con furia, como cualquier hijo de vecino. Los años le enseñaron cómo sobrellevar con dignidad la incomprensión que instala el fracaso, pero lo que hoy debe soportar estoicamente es la sobrevaloración que provoca su éxito. Algunos periodistas lo tratan como si fuese el Dalai Lama, Heidegger o un teórico de la revolución. Angel se sorprende, sonríe y les responde lo mejor que puede, sereno pero turbado. En fin... será la falta de costumbre.
Caruso y Cappa son los técnicos que más han dado que hablar a la prensa en la temporada. Los dos arrancaron de la nada, sin chances casi, y con jugadores que venían de campañas espantosas. Babington, el presidente de Huracán, tomó como una humorada la pretensión de su nuevo técnico, que le pedía un plus por salir campeón antes de firmar. Confiaba en que las cosas mejoraran, sí; pero ni soñaba con una campaña histórica como ésta. Lo mismo pasó con Caruso. Agarró a un Racing caído y lo dejó afuera de todos los males gracias a una nueva mística, electrodomésticos de canje como premio y un exótico discurso ganador, anabolizado con la rotunda elocuencia de quién ignora la duda. ¡Milagro!
Revisando You Tube, uno puede confirmar las diferencias de estilo entre uno y otro. El video más reciente de Caruso lo muestra como estrella del sketch Los Reclutas, en el programa de Tinelli. Allí canta, actúa y se burla de sí mismo, sin pudor. Quizá pronto se sumen los tortazos que intercambió en cámara con las chicas de Fanáticas, el programa femenino de fútbol; su show disfrazado de Super Mario Bros en Gol de Medianoche, o la charla con Chiche Gelblung donde recordó cómo sedujo a su actual mujer al volante de su Fiat 600. También puede verse el corto que mandó hacer para motivar a su plantel, desbordante de guerreros espartanos, lanzazos, sangre, gritos y pierna fuerte. Conmovedor.
Cappa también aparece en You Tube. En un video opina sobre la Ley de radiodifusión, en otro reflexiona sobre su exilio y en un tercero aparece un tal Ber Stinco, autor de Angelito, una balada especialmente dedicada. “Sale Cappa y que la espada la usen los demás / Angel va desarmado, solo quiere jugar”, dice la letra. Otra película, claro.
Caruso especula, hace números. Calcula lo que tiene, lo que quiere, lo que le sobra y lo que le queda. Lo hace muy bien. Es organizado, tiene buen ojo para elegir y aunque en Racing llegó a jugar con media docena de zagueros centrales, conoce su oficio. Sobreactúa, pero sabe. Aburre, pero cumple.
Cappa baja línea. Convence al grupo y desarrolla una idea a partir del aporte grupal. Los hace jugar lindo. El gran enemigo que tiene su causa es la opacidad individual, lo que en fútbol se llama “una mala tarde”. Ahí sí, no hay estructura que lo salve. Sin la guitarra de Hendrix su trío podía sonar como cualquier otro. Y, sí: sin Pastore, Bolatti o Defederico este Huracán sería una brisita. No ganaría seguramente, aunque cierto es que tampoco daría pudor verlo jugar, como sí ha sucedido más de una vez con el heroico Racing de Caruso.
¿A quién le pongo el voto? ¿A la platisticidad cáppica o al rigor carusiano? Si es por placer, no tengo dudas; si es por eficiencia, tampoco. Es el viejo duelo entre la convicción y el sistema, la idea o lo posible, la improvisación o la seguridad de la partitura. La utopía contra la tabla del dos.
¿Entonces? Les doy las gracias a ambos; pero mi respeto y mi voto se los doy a uno solo. Y no me importa nada que pierda, compatriotas. Ni hoy, ni muchísimo menos la semana que viene.