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federica mogherini

Italiana y europeísta

La flamante alta representante para Exteriores y Seguridad de la UE tiene por delante el gran desafío de lograr que los grandes países de la Unión adopten políticas “europeas”.

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Federica Mogherini, flamante alta representante para Exteriores y Seguridad de la Unión Europea, presentó su renuncia como diputada italiana por el Partido Democrático del primer ministro Matteo Renzi debido a la incompatibilidad derivada de sus próximas funciones en Bruselas.

El texto fue leído por la presidenta de la Cámara, Laura Boldrini. Dos expresiones para subrayar: aquella donde afirma que en su interior conviven armónicamente el sentimiento de “italiana orgullosa de su Patria” y el de “europeísta convencida”, y su compromiso para que las instituciones europeas no se perciban como un “más allá hostil”.

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En sobrios trazos, delineó uno de los principales peligros que enfrenta el interior de las fronteras de los 28 países: el nacionalismo orgánico.

Eurofóbicos, neonazis, antiéuricos, post separatistas y ultraindignados, convenientemente irrigados por las recetas de estéril austeridad, enfrentan con diferentes tesituras (entre ellas la indiferencia) lo que visionaron Konrad Adenauer y Altiero Spinelli.

Luego de una breve intervención de la Mogherini y de escaramuzas reglamentarias, intervinieron diversos colegas, pintando un rico fresco sobre relaciones internacionales.

El legislador veneciano Renato Brunetta (Forza Italia, centroderecha), llamando a Mogherini “Lady PESC” (“Señora Política Exterior y Seguridad Común”), afirmó que un renovado protagonismo de Europa pasa por relanzar económicamente el continente, orientándolo al crecimiento y a la resolución de los problemas ligados al euro. Anteriormente, había dicho que las sanciones a Rusia mostraban una Europa débil económicamente, que conllevaba una Europa débil políticamente, lo que conducía a la inconsistencia en las relaciones entre el Este y el Oeste. Le deseó “¡buen trabajo!”, lo que frente al panorama que acababa de describir deja la duda de si debe ser interpretado como un enhorabuena o una injuria.

Alessandro Di Battista (Movimento 5 Stelle) había tenido un encuentro con el presidente de Bolivia, Evo Morales. “Nos ha hablado de palabras bellas como la soberanía monetaria, energética, la soberanía política ligada a la información”, confió. “Nos llega”, le dijo a Mogherini, un tratado de libre comercio como el que ha destruido a millones de campesinos en América Latina del que nada sabemos.

“¡Comprométase!”, exhortó, a contarnos qué hay detrás del tratado con los norteamericanos, porque no queremos una Europa plana frente a los intereses yanquis, no aceptamos eso de ser naturalmente súbditos. “La ministra debe saber”, zumbó, que no somos filorrusos, no somos filoamericanos y no estamos con los terroristas; somos exclusivamente filoitalianos “y queremos la soberanía nacional”. Si por Di Battista habló el movimiento al que pertenece, por la Península marcha sin pelos en la lengua la democracia directa, enarbolando las banderas de la nacionalización de la banca, del cuidado de la pequeña y la mediana empresa y del antiimperialismo. En las elecciones europeas de 2014, el M5S obtuvo el 21,2% de los votos. En cuanto a los EE.UU., “ha enterrado, sin honores, la era de Obama” (El Mundo). Los republicanos acaban de arrollar en las elecciones de “medio término”, pulverizando la coalición de mujeres, jóvenes, negros e hispanos que vio tornasolado lo que terminó desteñido.

El diputado Scotto (Sinistra, Ecologia, Libertà) adhirió a casi todos sus colegas en calificar los últimos seis años de “duros”. Ofreció dar una mano en lo que consideró una tarea prioritaria: “La resolución de la cuestión entre Israel y Palestina, y el reconocimiento por nuestro país de la estatalidad de Palestina”. Respecto de Oriente Próximo, ya en el cargo, Mogherini declaró: “Siento una necesidad de que la UE esté presente allí para que haya avances” (la jefa de la diplomacia europea hizo su tesis sobre la relación entre política y religión en el islam).

El nuevo ministro de Asuntos Exteriores de Italia, Paolo Gentiloni, nombrado luego de un acuerdo entre el presidente Giorgio Napolitano y el primer ministro Renzi, es un político sin experiencia diplomática, quien tras jurar su cargo se reunió durante tres horas con la señora Mogherini. Un tema: el reconocimiento de Palestina por el gobierno de Suecia, que sería seguido por una decisión similar de Londres; otros: Libia, la situación en el este de Ucrania y el proyecto de Tratado de Libre Comercio entre la UE y los EE.UU., acunado por Washington. No son pocas las cuestiones que ocuparán las horas de Gentiloni, a quien un diputado de Beppe Grillo (Cinque Stelle) calificó de “usado seguro”, asimilándolo a un auto de segunda mano.

Lo que nadie dijo es que la responsabilidad de Mogherini va mucho más allá de corporizar los intereses de Italia en el “club de los 28”, ya que su tarea consiste en guiar a la Comisión hacia metas que coloquen “lo europeo” en el sitial que le corresponde en el cuadrilátero que ocupan los grandes actores del poder mundial, e inspirar a los gobiernos que pesan en Bruselas –como los de Berlín, París y Londres–, para que adopten políticas definidas y diferentes: “europeas”; y hagan valer el peso de una experiencia histórica, hoy relegada al altillo de los recuerdos.

Es precisamente el gobierno israelita de Netanyahu el que le da a Mogherini la posibilidad de definirse y diferenciar a Europa en un gozne crucial que alarma a sus aliados occidentales: el plan de Israel de construir centenares de casas para colonos en Jerusalén oriental, zona ocupada en 1967. Un plan que “está haciendo estallar la ira internacional” (Financial Times). Días pasados, se supo que continuarán los planes para expandir otros asentamientos judíos en Jerusalén Este.

Antes, tanto la Unión Europea, el secretario general de la ONU y los palestinos repudiaron la aprobación israelí para levantar 2.500 casas para colonos en una de las últimas cumbres abiertas que separan Jerusalén (al Sur) de Belén. “El último nudo en el lazo” alrededor de esa ciudad palestina, según refiere el Financial Times.