COLUMNISTAS
RUMORES, JUGADORES OFENDIDOS, DIALOGOS ESTUPIDOS? ¡SILENZIO STAMPA!

John Cage, los 4' 33'' y la pelota

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—¿Quiere decir que debo hallar el silencio dentro de mí para poder oír la música?
–Si, sí... El silencio es la clave; el silencio entre las notas. Cuando el silencio te envuelva, tu alma podrá cantar.

Ludwig van Beethoven (Ed Harris) con Anna Holtz (Diane Kruger) en “Copying Beethoven” (2006), dirigida por Agnieszka Holland.

John Cage (1912-1992), discípulo de Schoemberg y uno de los músicos contemporáneos más importantes del siglo XX, dedicó su vida a desarrollar una idea ya impuesta por vanguardistas como Edgar Varèse o Charles Ives: romper con toda estructura compositiva e incorporar los ruidos como parte de la obra. Su partitura más célebre y provocativa fue escrita en 1952 y se llamó 4’ 33’’. No hay notas. La palabra “tácet” (del latín: “él calla”) le indica al instrumentista que debe permanecer en silencio durante los cuatro minutos y treinta y tres segundos que dura la composición. El material sonoro, entonces, lo constituye el ruido ambiente. Murmullos, butacas que chirrían, toses nerviosas, estornudos, roces, los pasos de aquellos que abandonan la sala indignados; en fin, esas cosas.

Con su curiosa huelga de palabras, los jugadores de Independiente –como tantos otros a lo largo de la viscosa historia del fútbol– acaban de hacerle un involuntario tributo a Cage interpretando, muy a su estilo, una nueva versión de su 4’ 33’’ frente a la legión de cronistas que suelen esperar su vacuo gorjeo como si se tratara del Sermón de la Montaña. Ese silencio es, se ve, un “castigo” por las perversas mentiras difundidas durante el millón de años que pasaron sin ganar un partido, jugando espantosamente mal, comiéndose de a tres goles y dejando colgado de un pincel a su técnico, el simpático turquito Mohamed. O sea: nosotros no hablamos y ustedes, ¡jah!, ya nada podrán escribir en sus sucios pasquines, ni hablar por sus malditos micrófonos.
Mmm… Wrong, boys. La pifian otra vez, mal.

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No haré una defensa corporativa de mis colegas. Al contrario: creo que a muchos de ellos la obra muda de Cage les vendría bárbaro y por bastante más de esos cuatro minutos. Pero de algo estoy seguro: salvo alguna excepción, la mayoría de lo que informan está lejos de ser un invento malicioso. Lo afirmo con convicción, aunque menos por confiar ciegamente en su honestidad intelectual que por imaginarlos incapaces de semejante derroche de imaginación.
En todo caso, los que inventan y deslizan el dato como cierto son los mismos protagonistas; sean técnicos, jugadores, representantes, dirigentes o utileros. Instalan el tema por la razón que sea, la cosa explota, y los que al final pagan el pato son –como en esos programas con cámaras ocultas que deschavan corruptelas de morondanga– los perejiles que mandan a hacerles la notita diaria.
A ver. ¿Quieren vengarse en serio de los cronistas que los persiguen? OK, limítense a ser literales frente a sus intolerables preguntas con respuesta incluida. Por ejemplo, así:
—¿Es importante este triunfo heroico sobre la hora para seguir peleando arriba, darles confianza y ratificar al técnico, después de una semana muy complicada con enfrentamientos con la prensa, la barra y los dirigentes?
—Sí.

Y si no, paciencia. Seré brutalmente sincero: el mutismo de un ejército de obvios que compite por ver quién repite más veces “somos conscientes”, “hoy por hoy”, “dependemos de nosotros” y otras delicias por el estilo no debería –lo digo con cariño, muchachos– joder a nadie. Al contrario, es un alivio. Gracias. Cierren la boca, nomás. Todo bien.
Hay quienes opinan que las conferencias de prensa no sirven para nada. Coincido. Sin diálogo ni repregunta, esos formales interrogatorios terminan siendo intolerables para todos. Porque una cosa es levantar la manito para que te responda Fidel, Herzog, Agamben o Meredith Monk, y otra diferente es contribuir a otra desigual batalla entre el idioma castellano y algunos de nuestros héroes. Los que juegan, los que deciden… y los que la cuentan también.

El fútbol no es más que un hermoso juego al que se le dispensa una atención desmesurada. Eso significa mucha gente, en muchos medios, hablando sobre lo mismo, todos los días. Ay. Si hay que llenar el vacío con más vacío, ahí está la pelotita. ¡Aleluya! Almeyda acogota a Mauro Díaz o Cahais cruza al chico Viola en dos picados de entrenamiento y salen en todos lados; Riquelme corre, Palermo habla sobre su monumento, Prósperi cambia de peinado, Caruso trae otro jugador del fin del mundo. ¿No será... demasiado? Todo se agiganta: las victorias, las derrotas, las crisis, ¡las renuncias! “¿Tenemos novedades en el vestuario perdedor?, se regodean en estudios, impacientes por confirmar la inminente ejecución del DT de turno y adivinar el nombre del futuro ex.
“De lo que no se puede hablar, se debe callar”, dice Wittgenstein en el punto 7 de su Tractatus logico-philosophicus. El hermético y genial Ludwig se refería a la metafísica. Nosotros, más terrenales y fatalmente futboleros, nos limitaremos a decir: “Si no tenés algo más interesante que decir, cerrá la boca y andá a jugar, haceme el favor”.
Y a otra cosa, butterfly.