Reivindican luchas (armadas) de las que no participaron. Hablan con desparpajo de una dictadura que no vivieron (porque no habían nacido o porque su edad no les permitía registrar) y sin la menor idea o experiencia de lo que es sufrir una de verdad. Jamás fueron víctimas reales de actos represivos, pero consideran represión a toda regla, norma o ley que les dificulte su accionar. Organizan y participan de marchas, piquetes y concentraciones que presumen como gestas heroicas, aunque no hayan tenido que superar ningún escollo para realizarlas. Repiten, gritan e imponen consignas sin argumentos para fundamentarlas. Algunos de ellos vuelven luego a la comodidad de sus hábitats y a la adrenalina de sus transas internistas, otros cobran el arancel estipulado, que les permite seguir figurando en las nóminas de los punteros, suben a los ómnibus pagos que los trajeron hasta el escenario del acting y regresan a sus casas a esperar la convocatoria a la próxima concentración o corte de calles. Pueden hacer todo eso con impunidad gracias a la vigencia de una democracia incompleta, fallida en muchos aspectos, carente de respuestas para muchos problemas esenciales, pero que sigue siendo, como decía Churchill, el mejor de los malos sistemas de gobiernos existentes, al menos hasta que se conozca otro. Esa democracia que se dan el lujo de despreciar irresponsablemente. Ignorantes de la verdad histórica, se aferran a una verdad narrativa. En su libro Verdad narrativa, verdad histórica (de 1982), el psicólogo Donald Spence dice que la primera es un relato en el que todo encaja, aunque no sea cierto, mientras que la segunda es la documentación de los hechos tal cual ocurrieron.
El pasado 24 de marzo, apropiándose de una conmemoración que ni respetan ni comprenden, vaciándola de contenido, torciendo su significado y usándola con fines facciosos, confirmaron todo lo descripto en el párrafo anterior. Solo que para Spence, en un proceso psicoanalítico, la verdad narrativa puede alcanzar valor terapéutico (en esto disentía con Freud), mientras que en este caso es una verdad tóxica. Diseminada, además, bajo el liderazgo de quien, a la luz de su conducta, sus palabras, la oscuridad de su patrimonio y de su historia conocida, encarna a la perfección la absoluta falta de vivencias, experiencias, conocimiento y sensibilidad política con que hoy es posible manejarse en la política argentina.
Quizás esta triste y a la vez dramática situación es posible porque, como señala el filósofo canadiense Alain Deneault (profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Montreal), los mediocres han tomado el poder y, por lo tanto, flaquean las barreras intelectuales, morales y políticas que pueden detener y enfrentar esta avanzada impune y depredadora. En su más reciente libro, titulado Mediocracia, Deneault enfatiza la siguiente idea: “En el siglo diecinueve, la mediocridad se refería al temor de la burguesía al surgimiento de la clase media, que insistía cada vez más en que podría desempeñar un papel en áreas que alguna vez se reservaron para ella, como las artes, las ciencias, la política o el ejército. Desde esa época, autores completamente diferentes como Marx, Max Weber, Hans Magnus Enzensberger o Lawrence Peter informan de una paulatina evolución, lo mediocre se convierte en el referente de todo un sistema. En el siglo veinte hay una inversión de la relación: la ´mediocridad´ ya no denota lo que la clase dominante teme, sino lo que organiza: un orden en el que los agentes se comportan de una manera media, intercambiable, predecible y remota. Los mediocres tomaron el poder casi sin darse cuenta”. Luce como una descripción de la deriva argentina del último medio siglo, especialmente acentuada (a un punto casi terminal) en los últimos tres lustros. Justamente el lapso en el cual quedamos aislados del mundo, del mismo modo en que un astronauta al que se le corta el cable que lo une a su nave flota en el espacio perdido para siempre. Mediocres en el poder y la oposición. E insertados entre ellos, una banda de impunes jugando el destino del país como si fuera una PlayStation.
*Escritor y periodista.