La mentira y el silencio se han convertido en factores esenciales de la actualidad política en el país. “Vos sabés bien que no miento, Alfredo”, le dice el Presidente a un adversario político en el Congreso. En paralelo la vicepresidenta, con facilidad de palabra a la hora de decir cualquier cosa sin fundamentarla, calla y solo gesticula sobre temas decisivos. Cuando el Presidente dice que no miente y trata de involucrar en esa afirmación a un antagonista, desafía a la clásica paradoja del mentiroso, un reto que desde hace veinticinco siglos la filosofía no termina de resolver definitivamente. Todo empezó hacia el siglo IV antes de Cristo, cuando el pensador griego Eubulides de Mileto dijo: “Si un hombre dice que está mintiendo, ¿lo que dice es verdadero o falso?”. Si miente es verdadero, y si dice la verdad es falso. Más tarde Epiménides de Cnosos le daría otra vuelta de tuerca al asunto al declarar: “Todos los cretenses son mentirosos”. Esto no podía ser así, porque si todos los habitantes de Creta hubiesen sido mentirosos no habría quedado nadie en condiciones de expresar esa verdad.
La paradoja del mentiroso no deja de ofrecer variantes hasta el día de hoy, ni de quitar el sueño a filósofos, cultores de la lógica y sofistas. Incluso Pinocho se ha visto involucrado en ella. Sabemos que su nariz crece cuando miente. Si él dijera: “En este momento me va a crecer la nariz”, y eso ocurriera, habría dicho la verdad. ¿Por qué, entonces, le crecería la nariz? En el siglo XV, Pablo de Venecia ofreció quince posibles soluciones al tema, de las cuales una calmó los ánimos, pero no clausuró la inquietud sobre la paradoja. Se trataría de establecer un metalenguaje para referirse al lenguaje en el cual se expresa la paradoja. Un metalenguaje es la herramienta lingüística que se usa para analizar el lenguaje.
Sin detenerse en estas complicaciones, el Presidente afirmó lo que de inmediato se convirtió, como no podía ser de otra manera, en pasto de memes. Afirmó que no miente, como si no hubiese sido él quien dijo una y diez veces las diferentes cosas que dijo ante cámaras y micrófonos que las documentaron para siempre y que luego negó o simplemente tapó con afirmaciones en sentido contrario. Así ofreció su propia versión de la paradoja. Según todas las evidencias existentes, cuando el Presidente dice que no miente, miente. Y diría la verdad si afirmara que miente.
En ese mismo momento, a su lado, la vicepresidenta hacía morisquetas y se acomodaba el pelo, únicas expresiones que por el momento reemplazan a su obstinado silencio, arma con la que tiene en vilo al oficialismo, a la oposición y a su propio delegado en la presidencia. La palabra, el lenguaje, no son cuestiones menores en la vida humana y en la política. Gracias al lenguaje, decía Aristóteles, nos asociamos y deliberamos acerca de los temas que a todos nos conciernen en la polis (la sociedad, la comunidad). El lenguaje nos permite reflexionar y acordar sobre lo bueno y lo malo, sobre lo que es debido y lo que no, sobre la justicia y la injusticia, apuntaba el filósofo estagirita. Aislados no somos autosuficientes, necesitamos de los otros para realizar nuestra naturaleza, y el verdadero encuentro y la deliberación son posibles a partir del lenguaje y a través de él. Más allá de la economía y de establecer un marco de derechos, el fin de la política, su razón de ser, es crear las condiciones para formar buenos ciudadanos y cultivar virtudes, decía Aristóteles. Ni satisfacer a las mayorías ni empoderar aún más a los oligarcas. Por estas razones, afirmaba, deberían gobernar quienes demuestren poseer valores que no son simplemente declamados, sino que se verifican en las actitudes y en las acciones. En lo que él llamaba hábitos, es decir la manera de vivir. Ligaba la política a la vida buena (no confundir con buena vida). No la veía como la economía por otros medios, sino como la manera de crear las condiciones para la expresión de lo mejor de las capacidades humanas. Esas que ni la mentira ni el silencio manipulador alimentan.
*Escritor y periodista.