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Jugar al toque

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Twitter es un dispositivo muy propicio para hacerse de enemigos. Eso es lo que me pasó con alguien que firma allí como Aarón de Anchorena. El individuo me cayó mal desde la elección de su alias (un terrateniente que fue pionero de la aviación), signo entre tantos de su pedantería. Si me obligaran a definir al pedante, diría que es alguien que exhibe su erudición sin pensar en sus interlocutores. Esa característica de Anchorena aparece con todo esplendor en El sentido olvidado, un libro que acaba de publicar bajo el nombre de Pablo Maurette.

Como indica el subtítulo, se trata de una serie de ensayos sobre el tacto, sentido que Anchorena-Maurette explora en todos sus aspectos, ya sean plebeyos o sofisticados. Así vamos desde el “Toquetón”, un personaje que en tiempos de la Revolución Francesa les tocaba el trasero a las mujeres en el preciso momento en que la guillotina decapitaba a los condenados, a la tesis de que “el teleologismo platónico-aristotélico-galénico-judeo-cristiano” claudica frente a la corriente materialista del pensamiento que nace en el atomismo y en Lucrecio para producir el vuelco de la filosofía hacia la modernidad, cuyos nombres señeros son Galileo, Newton, Diderot, Darwin, Jefferson, Marx, Einstein y Schrödinger, etcétera. Y eso porque la modernidad abandona la tradición oculocentrista (privilegiar la vista como herramienta filosófica) para incluir lo háptico, es decir para prestarle atención al tacto.
 
Maurette-Anchorena no se priva de arrojarle al lector quince referencias bibliográficas juntas ni cinco poetas medievales en una frase, de hablar de écfrasis, catábasis, anagnórisis o paraclausithyron, ni de afirmar que la psicología homérica ubica el etor en el phren. Y menos de recorrer la historia de la cultura desde la pintura rupestre hasta Seinfeld, Tarkovski y los libros del noruego de moda Karl Ove Knausgard. Maurette se justifica en la página 194: “Para bosquejar una sensibilidad cultural y pensar lo invisible, la carne, la ceguera habrá que proceder tanteando en la oscuridad, tocando un pasaje de la poesía cortesana aquí y un beso poético allá, aquí una carta barroca, allá un ensayo contemporáneo”. El pasaje revela la elocuencia de Maurette, su pasión y su determinación. Ha llegado el momento de aceptar que el libro es espléndido y su exuberancia es admirable. Las lecturas que hace Anchorena de La Ilíada y La Odisea, de Moby Dick, de la literatura sobre el beso, del Lancelot de Chrétien de Troyes, de Joyce, son brillantes y conmovedoras, un lujo para las letras nacionales.

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Pero la pedantería es una cuestión de (falta de) tacto, aunque en una acepción de la palabra que Maurette no menciona en su obra: la noción de cuidado, prudencia, mesura. El prefiere “hacerse presente en el texto, encarnar al sujeto inquisidor, meter las manos en la masa” más que tantear sin violencia. Ilustro esta idea con el insólito prólogo de El sentido olvidado a cargo de José Emilio Burucúa, que empieza diciendo que el libro se inspira en Cassirer y Auerbach aunque es “una obrita” y Maurette no alcanza la altura de sus maestros. Y luego nos endilga un insoportable ensayo sobre el tacto en la pintura que nada tiene que ver con el libro. La intervención de Burucúa en el texto de Anchorena podría llamarse El caso del toquetón tocado