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EN CAMPAA

Juntos

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En un spot publicitario de Unión PRO, Diego Santilli imita al Guasón. Mientras tanto, los demás candidatos se alternan con personas anónimas en la recitación del mantra que eligieron como eslogan: juntos podemos. Al Frente Popular Democrático y Social, una dependencia del MST, le habrían puesto Frepodeso, pero sonaba demasiado parecido a Frepaso y entonces quedó Podemos. Pero no pueden solos; pueden juntos, y ahí está Vilma Ripoll pidiendo una medida cautelar para que se le prohíba al PRO la utilización del eslogan que ella tenía de antes. En su comercial indie, Prat-Gay nos cuenta que no le faltó nada. En realidad, le faltó “podemos”, pero su alianza se llama “juntos”. Inevitablemente, sus folletos de campaña están encabezados así: “Juntos podemos”.

Muy juntos no deben estar si ni siquiera consiguen enterarse del eslogan de campaña que usan sus adversarios. O bien es al revés, están todos tan juntos que elegir más de un eslogan sería redundante. Lo cierto es que las listas opositoras presentan kirchneristas en sus primeros puestos. Uno fue jefe de Gabinete; otro, ministro de Economía, otro quiere a Moreno en su equipo, otro les votó todas las leyes, ama a Chávez y odia a los Beatles. (Queda el PRO, cuyas transacciones con el kirchnerismo son más oscuras y tienen lugar en el submundo de los barrabravas y los operadores lúmpenes desplazados por el cristinismo.) En ningún caso se sienten responsables. No hay evidencia de error, arrepentimiento o motivos para el cambio de estrategia. Todo indica que muchos candidatos participaron activamente de las prácticas ilegales que caracterizan al Gobierno, pero aun imaginando que las desconocían –lo cual es imposible– seguimos esperando el gesto en el cual renuncien a los beneficios que obtuvieron de ellas. Si durante años cobré sobornos de la mafia sin saberlo, lo mínimo que hago cuando me entero es donarlo todo al cotolengo. Si soy una persona más o menos decente, es lo más razonable. Y si soy candidato, es mi obligación.

Pero no. Lousteau alquila un colectivo de línea para recorrer la ruta de “la corrupción kirchnerista”. Un periodista le pregunta si se puede restituir los mecanismos de medición del Indec y él le explica como si hace cinco años hubiera sido ministro de Economía de Marte. Agrega: “Lo que pienso de Moreno él ya lo sabe. Se lo he dicho en la cara, y muy bien”. Aunque es difícil imaginar a Lousteau diciendo algo muy bien, su canchereada es una admisión de culpa. Si pensaba “eso” de Moreno cuando fue su jefe, confiesa que estaba al tanto de lo que Moreno hacía y debemos, entonces, considerarlo responsable. El periodista no se da cuenta. O más probablemente sí se da cuenta y no dice nada, porque todos sus colegas han dispuesto adoptar el simulacro como norma, y cualquier otra cosa queda mal, está mal vista.

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Todos los medios –incluyendo este diario– siguen machacando con la idea de los dos lados antagónicos, un concepto que ya refutamos metódicamente hace tiempo. No les importa. Si alguien viniera a decirme que el kirchnerismo no existe, me vería tentado a demostrar lo contrario. A ellos les demostramos la inexistencia del no-kirchnerismo y siguen de largo, ni lo registran. No tienen a quién identificar del lado opuesto al Gobierno, ya no les queda ni un nombre, pero siguen estancados en ese delirio, alentando el “todos podemos” desde una convicción simétrica: solos no se puede.
No es insensato: coger y/o tener plata en el banco es más importante que decir la verdad. Uno por uno, hacen lo que pueden para defender la vida que consiguieron hasta ahora, y tal vez les sirva incluso para progresar. Colectivamente, sin embargo, sólo consiguen alimentar al monstruo.

Es evidente que –a diferencia de otras culturas más curtidas por la historia, la tradición o la guerra– juntos no podemos, o podemos solamente hacer cosas horribles. La buena noticia, que evaluaremos después en detalle, con más tiempo, es que juntos no hace falta.

*Escritor y cineasta.