En los últimos cuarenta años el contexto de la escuela cambió radicalmente. Pobreza y desigualdad social se propagaron y dieron por tierra la cohesión social que caracterizaba a la sociedad argentina. Pese a la mejora del bienestar de la última década, estos problemas persisten, afectan la tarea de la escuela, y generan impotencia y reducción del tiempo pedagógico.
Por otro lado, la infancia de hoy es otra. Las pantallas han avanzado como espacios de socialización mientras retrocede el rol orientador de los padres. Frente a la cultura de la dispersión y los múltiples estímulos de las nuevas generaciones, la escuela parece rezagada a la hora de atraer a los alumnos.
¿Cómo enfrentar las desigualdades educativas en este nuevo mundo? Un eje irrenunciable para avanzar en la construcción de la justicia educativa es la redistribución de las condiciones materiales del aprendizaje. Esto exige que el Estado garantice situaciones de vida dignas a todas las familias, e insumos necesarios en todas las escuelas. Las escuelas que atienden a los sectores más postergados deben ser priorizadas para que tengan la infraestructura y el equipamiento indispensables para la enseñanza.
Pero las desigualdades educativas no obedecen solamente a los grados de pobreza material de las familias o de las escuelas. Responden también a las características de la organización escolar y la pedagogía. Desde esta perspectiva, el segundo eje de la justicia educativa es el reconocimiento de los distintos contextos y tipos de actores, para que todos puedan participar en toda su potencialidad en la vida escolar.
¿Reconoce la escuela las diferencias cuando solicita deberes que requieren de la ayuda de los padres? ¿Reconoce las diferencias cuando pone sobre las espaldas de las familias el fracaso escolar de algunos alumnos? ¿Reconoce las diferencias cuando utiliza los mismos métodos con todos los alumnos? ¿Reconoce la escuela las diferencias cuando todos sus objetivos se centran en los saberes académicos?
Reconociendo las diferencias, la escuela podría contribuir mejor con la construcción de una mayor justicia educativa y garantizar el acceso de todos los alumnos a los aprendizajes prioritarios. Es decir, esos saberes sin los cuales tanto la inserción laboral como la continuación de los estudios superiores o la participación ciudadana quedan seriamente comprometidas.
Reconociendo las diferencias la escuela podría diversificar los sentidos de la experiencia escolar. Por un lado, esto supondría profundizar la personalización de la enseñanza, reconociendo los distintos modos y ritmos de aprender. Por otro lado, exigiría multiplicar los espacios de expresión, interés y éxito de los alumnos, para que todos encuentren en la escuela su lugar y adquieran las herramientas necesarias para la vida.
*Codirectora del programa de Educación de Cippec.