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Kant, las chinches y los talleres literarios

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Por una falla en sus observaciones, Immanuel Kant llegó un día a una hipótesis un tanto extraña sobre la generación y la propagación de las chinches. Kant mantenía las persianas de su casa continuamente cerradas para que no entraran los rayos del sol, pero en ocasión de un corto viaje al campo olvidó cerrarlas antes de su partida y al volver encontró su habitación llena de chinches. Dado que estaba seguro de que antes no había chinches en su dormitorio, llegó a la conclusión de que la luz debía de ser necesariamente vital para la existencia y la propagación de esos insectos, y que impedir que penetraran en el cuarto los rayos del sol debía ser un medio para prevenir su reproducción.

Nadie pondrá en duda, supongo, la inteligencia de Kant, pero en cualquier caso su historia con las chinches viene a probar que hasta la persona más inteligente puede llegar a sacar conclusiones idiotas a partir de datos concretos ofrecidos por la realidad. Sir Richard Burton decía, a propósito de una secta de ateos musulmanes del siglo XII, que una de las más grandes supersticiones son los hechos. Veo que muchos dan por buenos y certeros ciertos hechos a partir de comprobaciones fácticas que deberían ser puestas en duda. Y de esas comprobaciones depende la existencia, entre muchas otras cosas, de los talleres literarios.

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No, no voy a embarcarme en una gesta contra esa forma de vida, tan honesta como cualquier otra (tengamos en cuenta que solemos llamar “comerciante honesto” a alguien que compra a 2 y vende a 5, o a una pareja de abogados que durante la dictadura hizo su riqueza ejecutando propiedades, práctica que, como demuestra el reciente libro de Louis Ferrante Aprenda con la mafia, es comúnmente llevada a cabo por los abogados que operan en nombre de un banco, pero jamás por las organizaciones delictivas que consideramos brutales e inhumanas como la mafia). Lo cierto es que los talleres literarios se erigen sobre la hipótesis de que en literatura las cosas deben hacerse de un modo y no de otro. Cambiarán los modos, pero lo que permanecerá es la creencia de que hay cosas bien hechas y cosas mal hechas. Aquí mismo, ahora. Si yo escribo, por ejemplo, “cuando llegué a mi casa noté que mi casa, a diferencia de otras casas, ardía, como la casa de un demonio o la casa de un casero borracho, dormido sobre un colchón con el cigarrillo prendido en la mano”, es muy probable que los correctores omitan varias “casas” y dejen una sola, porque se considera que así debe ser y así es. Y yo no estoy tan seguro de que mi frase adolezca de algún defecto. Ni siquiera me parece repetitiva. En ruso no existe la regla de apelar a los “ésta”, “ésa”, “la anteriormente mencionada”, etc. Y todos saben, no soy ruso.

Kant estaba tan convencido de la verdad de su teoría que no aceptaba ningún tipo de objeción al respecto. Su sirviente, que se llamaba Lampe, nunca lo contradijo. Día a día se ocupó de la limpieza profunda de su dormitorio y de su cama, y las chinches disminuyeron, y abría las persianas diariamente sin que Kant lo supiera.