Llegaron las Pascuas, pero el Dr. Chupete no fue el primer radical que zarpó anticipadamente. Setenta años antes lo había precedido don Hipólito, víctima de la descomposición de sus fuerzas más que del teatral desfile militar de Uriburu. Treinta años después lo precedió el Dr. Illia, en parte de la inoperancia de su gobierno, pero más a causa del sólido bloque montado con la careta de Onganía por la Sociedad Rural, la industria farmacéutica, las cámaras empresarias y la Iglesia. Y apenas doce años atrás lo precedió Alfonsín que abrevió su mandato constitucional y anticipó la entrega del poder a Menem, cuando el Estado y la sociedad se le habían puesto incontrolables. Cuando asumió Alfonsín escribí en Primera Plana: “Creer que las palabras de las personas reflejan su voluntad; creer que las voluntades –al sumarse– producen los acontecimientos; creer que el valor histórico de los acontecimientos expresa la intención que los alentó son las ideas radicales”. No bien su ministro de Economía abrió la boca y dijo “no soy un keynesiano ni un neokeynesiano ni un estructuralista, soy un radical y estoy al servicio de un proyecto político, no de una teoría económica”, escribí en El Porteño que así como el Dr. Illia (que dio mil pruebas de haber sido siempre un hombre bueno) había legado una ética, Alfonsín sólo legaría una retórica. Conocía la intimidad de su retórica. Un oscuro redactor publicitario lo persuadió de la potencia de la fórmula “estoy persuadido” en reemplazo de “pienso” y del autoritario “estoy convencido”. Y un brillante creativo gráfico –Juan Fresán– le aconsejó posar autoabrazándose o estrechándose sus propias manos, lo que a algunos les pareció payasesco, pero dibujó a un hombre con buen humor, blando y dispuesto a simular, y le rindió millones de votos a la hora de enfrentar a un adusto e insignificante Dr. Luder. Sus agentes de marketing evaluaron las fórmulas “pacto síndico-militar” para estigmatizar al peronismo, y “hacia el tercer movimiento histórico” para desvincularlo de la historia de fracasos radicales y mimetizarlo con algo del peronismo. Todo era falso, como su amago de mudar la capital a Viedma. ( “al sur, al mar, al frío” convocaba a una platea electoral que no necesitaba tomarlo demasiado en serio). Todo era retórica en ese supuesto gran demócrata, que a poco instalarse Videla anunció que en cuanto a derechos humanos, “podemos empezar a alentar algún optimismo” y que en pleno 1977, escribió: “Todos sentimos la necesidad de llevar a feliz término este proceso”, y reclamaba que dieran mayor participación de los políticos para “centralizar y unificar la represión”. Felices Pascuas.