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ECONOMISTA DE LA SEMANA

La agenda que el ministro postergó

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El paso de los meses permite hacer balances de la gestión. Hagamos un racconto. En poco tiempo, se flexibilizó el acceso a dólares financieros y se devaluó el peso oficial. Se relajó con ello parcialmente el evidente atraso cambiario, conteniendo la mayor dolarización con una fuerte suba de tasas de interés. Se avanzó también en la resolución de la herencia de litigios con acreedores externos con el fin último de recuperar acceso al financiamiento y, en el ínterin, se mostró capacidad para obtener multimillonarias líneas de crédito externo. Arreglar al golpeado Indec fue también prioritario, con implementación de mejoras en la medición de la inflación y del nivel de actividad. También se corrigieron las distorsiones más visibles de precios relativos: en poco tiempo, vimos quitas de subsidios y ajustes de tarifas y naftas.
Sin embargo, la suma de devaluación, ajustes tarifarios y un relajamiento de los controles de precios tras la apresurada partida de la gestión anterior llevó a un trimestre con inflación acumulada de dos dígitos, con fuerte impacto en la capacidad de compra del salario y señales evidentes de recesión.
Creerá el lector que hablo de los primeros setenta días de la administración macrista pero no. La activa agenda recién descripta no es otra que la del ex ministro Axel Kicillof tras asumir, a fines de 2013.
Recordemos. A comienzos de 2014 (febrero y mayo de 2014), acuerdos sin quita ni plazo de gracia con Repsol y Club de París buscaron, fallidamente, mejorar el acceso al crédito voluntario. La suba de tasas de interés de 15% a 29% entre diciembre de 2013 y febrero de 2014 no logró volver atractivo el peso; ni el intento de relajar el cepo en enero de 2014, cuando se lanzó el dólar ahorro, reducir la brecha cambiaria. La multimillonaria toma de deuda con China por US$ 11 mil millones tampoco pudo evitar la sangría de las reservas.
El fuerte ajuste de tarifas que Kicillof implementó tras su llegada para el gas (284%), el agua (406%), los colectivos (66%) o los trenes (100% para la línea San Martín) hizo poco por mejorar las cuentas fiscales, cuyo déficit pasó de 3,0% en 2013 a 4,3% en 2014. Falló también el ex ministro en su intento al devaluar 31% entre diciembre de 2013 y enero de 2014. La ganancia de competitividad cambiaria se había perdido completamente en septiembre, con una inflación que llegó a picos de 40% y salarios que ese año crecieron 30%. Tampoco el Indec logró recuperar su credibilidad, con un flamante IPCNu que, lanzado con pompas en enero, subestimaría 15% de inflación en 2014, o un nuevo PBI que escondió la caída de entre 2% y 3% del nivel de actividad de ese año.
A mediados de 2014, cuando el grueso del shock inflacionario del primer trimestre había quedado atrás –en mayo la inflación mensual estaba nuevamente en el rango de 2,0%/2,5% y con tendencia a la baja–, la economía recibió un nuevo golpe. Los incipientes pasos de normalización macrofinanciera chocarían en julio con el fallo del juez Griesa y “el default que no fue default”, aun habiendo sido estudiado en profundidad, llevó a una nueva ronda de contracción económica durante el tercer trimestre. Recuérdese, por ejemplo, que el blue, termómetro de la incertidumbre cambiaria, pasó de $ 11 en mayo a $ 16 en octubre. Con ello, el año cerraría con una caída de alrededor de 2,5% en el PBI.
A partir de entonces, la estrategia viraría hacia una procrastinación con atraso del tipo de cambio, anclaje de tarifas, creciente endeudamiento, mayor represión financiera, controles más estrictos de precios y deterioro fiscal a niveles insostenibles.
Más allá del ejercicio de memoria, recordar la experiencia fallida de los últimos dos años es una referencia válida de comparación sobre todo porque, en 2016, el nuevo gobierno ha decidido retomar aquella agenda del primer Kicillof, aunque con algunas variantes que permiten prever que esta vez sí podría ser exitoso.
Al igual que en 2014, el primer trimestre de este año vive el shock inflacionario y el impacto contractivo del combo devaluación, relajamiento de control de precios y ajuste de tarifas. Aun cuando el traslado a precios ha resultado menor que el de 2014, los salarios perdieron contra la inflación, en los últimos tres meses, alrededor de 5% de su capacidad de compra, caída que explica las incipientes pero cada vez más evidentes señales de desaceleración económica.
De repetirse el patrón de 2014, las consecuencias sobre el consumo deberían comenzar a menguar durante el transcurso del primer semestre, a medida que las paritarias recompongan poder de compra y que la inflación ceda respecto de los picos de diciembre y enero, algo que ya ha comenzado pero que resultará más visible hacia abril o mayo. Es optimista pensar que el consumo puede terminar el año con crecimiento, pero no que con el pasar de los meses recupere al menos parcialmente lo perdido.
Sin embargo, y en contraste con 2014, Argentina de 2016 tiene como as de espadas el impacto expansivo que, sobre la inversión y las exportaciones, debería tener la exitosa salida del cepo, la esperable resolución del juicio de los holdouts, la mejora en la competitividad cambiaria, la activa agenda internacional o los ambiciosos programas de infraestructura, entre otras medidas.
El camino a la recuperación no está exento de riesgos ni la actual administración es inmune a la posibilidad de tomar decisiones accidentadas. Argentina vive, en este primer trimestre de 2016, lo que posiblemente sea el peor momento del año, secuencia temporal (contracción hoy, expansión mañana) que complica tanto capitalizar políticamente los hitos de la gestión como la construcción de credibilidad, proceso que llevará tiempo.
Sin embargo, en sus grandes lineamientos, el nuevo gobierno ha acertado el diagnóstico. Relajar exitosamente la restricción externa –la crónica escasez de dólares– alejará el escenario de crisis de balance de pagos que, siempre latente, amenazó la estabilidad macroeconómica del último lustro y fue, posiblemente, el mayor factor detrás de casi cinco años de estancamiento. Por ello, si Argentina crece en 2016 será fruto de desandar el aislamiento autoimpuesto durante la segunda presidencia de Cristina Kirchner o, en otras palabras, ser exitoso en esa agenda de reinserción que quiso pero no pudo hacerse en aquel verano de 2014.

*Economista jefe de Elypsis.

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