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ESCENARIO de crisis

La Argentina necesita terapia intensiva

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Imagine a un hombre que ha vivido de manera muy extravagante y que eventualmente debe ir al médico para el tratamiento de una enfermedad aguda, junto con varias otras afecciones crónicas. El médico prescribe un tratamiento de antibióticos de diez días y aconseja a su paciente que comience a cuidarse. Después de tres días de tomar las píldoras, el hombre se siente mucho mejor. Olvida la medicina y el consejo de su médico y se vuelca al libertinaje. Por un tiempo, su regreso a la vida ligera se siente genial. Pero después vuelve al médico, en peor forma que antes. El ciclo se repite: esta vez toma su medicamento durante una semana completa, pero finalmente vuelve a sus viejos hábitos.

La Argentina es ese hombre que gasta y regula excesivamente de manera crónica hasta que se ve obligado a ir al Fondo Monetario Internacional para una nueva ronda de tratamiento. En 2001, el país sufrió una crisis importante y tuvo que pedir prestado al exterior para cubrir los gastos. Tras salir de la paridad dólar-peso, la Argentina adoptó políticas monetarias y fiscales necesariamente restrictivas, y entró en un programa de préstamos del FMI. Pero su reestructuración de la deuda fue desordenada, y las políticas para abordar sus problemas estructurales subyacentes (reducir las barreras comerciales, permitir que los precios de los servicios públicos aumenten) se llevaron a cabo a medias o directamente nada.

Después de varios años de políticas económicas relativamente restrictivas, el crecimiento repuntó ligeramente, y el gasto público y los déficits fiscales comenzaron a aumentar nuevamente. El gasto público consolidado aumentó de un mínimo del 22,9% del PBI en 2002 al 30,1% del PBI en 2008 y al 42,2% en 2015. Cuando terminó el auge de los commodities, aumentaron los gastos del gobierno y el déficit fiscal, y volvieron los problemas. Se impusieron nuevamente controles de capital para frenar la fuga de capitales, y el tipo de cambio se depreció. Los problemas estructurales abundaban.

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Para una economía tan distorsionada como la argentina no existe un medicamento que pueda evitar un período de ajuste doloroso. Cuando el actual presidente de Argentina, Mauricio Macri, sucedió a los peronistas en 2015, heredó un desastre absoluto. Había prometido reformas, incluida la eliminación de los controles de capital, un tipo de cambio flotante, ajuste fiscal y precios de servicios públicos más realistas. Las dos primeras reformas se llevaron a cabo poco después de que asumió el cargo, pero otras medidas se retrasaron para mantener el apoyo público. Como resultado, el déficit fiscal en realidad aumentó durante el primer año de Macri, y las otras reformas resultaron insuficientes para estabilizar la economía. Aunque la tasa de inflación había disminuido, pronto comenzó a trepar nuevamente.

A principios de 2018, la Argentina estaba en otra crisis. Si bien el gasto público había disminuido ligeramente, hasta el 40,4% del PBI, el déficit fiscal consolidado fue del 4,2% del PBI. Además, la deuda denominada en dólares aumentó en un 80%, las entradas de capital privado se habían convertido en salidas, una sequía afectó la producción, la tasa de inflación se había disparado a más del 40% y el PBI real disminuyó en un 2,5%. En respuesta a todo esto, el Banco Central abandonó su marco de metas de inflación.

En poco tiempo, la Argentina se vio obligada a regresar al médico. Debido a las reformas que ya se habían emprendido, en junio de 2018 el FMI aprobó un programa de préstamos de US$ 50 mil millones, el más grande en la historia. Durante el año siguiente, parecía que el programa y las políticas del gobierno de Macri podrían cambiar las cosas, reducir la inflación y reiniciar el crecimiento. Pero luego Macri sufrió una derrota en las elecciones primarias del país el mes pasado, lo que sugiere fuertemente que será derrocado por los peronistas. De manera demasiado previsible, las salidas de capital se convirtieron en un diluvio, el peso se depreció bruscamente, la inflación aumentó y el Gobierno se vio obligado a restablecer los controles de capital.

El problema, una vez más, es que el medicamento no era lo suficientemente fuerte. Ante la insistencia del paciente, las medidas fueron demasiado leves para ser efectivas y se retrasaron las reformas estructurales más difíciles. Obviamente, la estabilización macroeconómica es esencial. Pero la única forma posible de evitar una profundización de la crisis antes de la votación de octubre es que los candidatos se comprometan a realizar reformas serias después de las elecciones.

La crisis de la Argentina exige la continuación de las medidas fiscales, monetarias y cambiarias descriptas en el programa del FMI. Más allá de eso, el país necesita reformas estructurales, especialmente una mayor reducción en el tamaño del sector público, comenzando por las pensiones. Más gradualismo solo prolongará el dolor y permitirá que aumente la oposición política. Si el paciente toma el medicamento pero continúa festejando, puede disfrutar de unos años de estabilidad, pero terminará en el consultorio. Entonces, lo primero es lo primero: reformas serias, o el médico puede decidir desconectarlo.

*Ex directora ejecutiva del FMI.

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