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La Argentina y el narcotráfico

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De un tiempo a esta parte, nuestro país se debate entre la banalización y el reduccionismo de problemáticas que cambiaron no sólo los usos y costumbres sino también la cosmovisión de los procesos sociales y urbanos que hoy se encuentran atravesados por un flagelo que se ha mundializado: el narcotráfico.

Argentina ingresó en la carrera narcótica a mediados de los años 70 pasando por diversas etapas hasta llegar a su punto más emblemático en la última década. Acompañó, a su vez, la vorágine continental que se debate entre el desplazamiento de la violencia y el avance sobre el narcotráfico. Con veinte años de diferencia, nuestro país vive lo que supo experimentar en aquel entonces México, cuando el narcotráfico comenzaba a mostrar su génesis negra de renta blanca.
El triple crimen de General Rodríguez marcó un punto de inflexión que llevó a la consagración del flagelo en 2014 y a la progresiva consolidación de sus diversos brazos: armados, intelectuales y económicos. El crimen puso al descubierto, entre otras cosas, el tema de la efedrina como vertiente fundamental para un mercado que ya estaba abierto. Con la efedrina se profundizan, por un lado, las relaciones con México y, por el otro lado, se abre lo que las bandas de narcotraficantes locales necesitaban para iniciar el desprendimiento del mercado internacional. Es decir, la generación de un mercado interno no dependiente de drogas de diseño.

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En este contexto, la provincia de Buenos Aires junto a Santa Fe encabezan el PBI narco delictivo a nivel nacional en donde existe, de acuerdo a las investigaciones, un sugerente y funcional entramado de relaciones entre algunos sectores de las fuerzas de seguridad y las bandas de narcotraficantes. Pero también con algunos exonerados de las fuerzas que son, de acuerdo a fuentes, la tercera vertiente de un triángulo. Una vertiente que sería funcional al reclutamiento de menores para formar organizaciones delictivas con mayores o menores aspiraciones en la cadena del delito conforme a los alcances del paco, que es una construcción, básicamente, del Conurbano. No porque allí se elabore sino porque es allí donde se rebaja con acetona, vidrio o aserrín.

Ahora bien, la perforación del tejido social que este diagnóstico refleja no hubiese sido posible sin la desidia, las impericias y/o la omisión de la clase política. Tres situaciones que fueron funcionales a un caos que no tiene ocho años sino que lleva décadas en Buenos Aires, una provincia estragada también por un aparato reproductivo de marginalidad que hizo de los planes sociales la variable y no el complemento.

Algo que se da, fundamentalmente, en el Conurbano “entregado”, encabezado como núcleo duro interno del PBI bonaerense por un desbordado partido de La Matanza, con el invento de la conejera de las policías locales –poco serias en tiempo de formación y de alta sensibilidad al desborde– de delitos vinculados y no vinculados al narco. Seguido por el partido de San Martín, en el cual aún duele el silencio del asesinato de Candela Rodríguez, en donde las maras locales se jactan de la impunidad y en donde el “patrullaje” está en manos de los narcos. Y a este partido le sigue Lanús, y luego Lomas de Zamora, con el Tongui, una de las villas emblemáticas de la década, en donde no hay sosiego. También incluyen, en la profundidad, Mar del Plata y Bahía Blanca.

Sin embargo, debemos ser uno de los pocos o tal vez el único en el cual los divismos de algunos sectores de la clase política que caricaturiza los desastres están por encima de un flagelo que mata con renta. Que nos enturbia. La etiqueta de narco para degradar y denostar al opositor se convirtió en la gran caterva de los últimos tiempos.

Y que sin ser México (aunque siguiendo la misma línea de los eslabones criminales de pandillas, maras, bandas narco y carteles de la droga), por oportunismo y conveniencias nos esmeramos en arrimarnos cada vez más porque existe, al mismo tiempo, la patología o el “deseo” de construcción del Chapo Guzmán propio. Con nuestro color local.

Bajo los lineamientos del desconocimiento y, lo que es peor, de la simulación de profundidad de conocer, en Argentina, no se trata la droga ni como delito ni como enfermedad sino como una realidad para devastarse los unos a los otros. Como si fuesen ellos, los políticos, las mismas “marabuntas” en el contexto miserable de la tergiversación como regla.

 

*Socióloga, especialista en narcotráfico y maras.