Es muy interesante la mirada del sociólogo y analista político Carlos De Angelis, resumida en buena parte de la columna “Cumbre en la post realidad”, que publicó ayer este diario en la página 18. Citando al politólogo francés Bernard Manin, pone énfasis en lo que éste denominara “democracia de audiencias”. Los lectores de PERFIL merecen saber que buena parte de los formatos de comunicación –particularmente los periodísticos, pero con mayor intensidad en las redes sociales y los vericuetos cerebrales de agentes de prensa, expertos en estrategia comunicacional, asesores de imagen y coaches para políticos– están apuntando a una creciente frivolización de la vida pública de funcionarios y dirigentes. Esto, con la inestimable ayuda de quienes han demostrado en las últimas décadas sensibilidad (es una manera de decir) para detectar lo que “le interesa a la gente”.
Estas reflexiones, necesarias para aportarles a los lectores argumentos que les permitan huir de la creciente manipulación (o evitarla) que estos juegos epidérmicos están provocando en la opinión pública, vienen a cuento por al menos un acontecimiento que ocupó esta semana desde primeras planas hasta espacios informativos centrales, pasando por la masificación vía Facebook, Twitter, Instagram y Snapchat: el encuentro del presidente Mauricio Macri con el animador, productor, conductor, empresario televisivo y dirigente futbolístico Marcelo Tinelli.
¿Cuánto se intentó desde el periodismo para investigar a fondo el porqué y el para qué de esa reunión? En verdad, muy poco: lo que llegó al común de los ciudadanos fue la parte más pedestre de esa reunión. Ayer, el editor de política de este diario, Damián Nabot (página 10), dio la pista sobre uno de los temas verdaderamente serios que inquietan a Tinelli y que sirven al Gobierno como contrapeso a sus parodias televisivas: simplemente, cuestión de impuestos impagos, evadidos o eludidos en los últimos años por la empresa que fundó y de la que es hoy accionista. Pero hay más: un multimillonario negocio potencial con las transmisiones de fútbol, un rating peleado cada noche (no curiosamente, fue favorable a Tinelli esta semana, cuando su figura –gracias a la reunión con Macri– arrasó con audiencias, centimetrajes, exposición y contactos en internet. Y, finalmente, la necesidad del Gobierno de tomar aire cuando llueven las críticas sobre aspectos negativos o cuestionables de su estilo y filosofía de gestión.
En verdad, lo visto es una anécdota, en apariencia. Pero el fondo es mucho más peligroso. Dijo el periodista español Pascual Serrano, en una exposición que realizara en el marco del IV Congreso Iberoamericano de Cultura (Mar del Plata, 16 de septiembre de 2011): “La evolución del formato periodístico está cayendo en una terrible carrera de la simplificación, la frivolización, la espectacularidad y el sensacionalismo. Es lo que yo llamaría la cultura Twitter y la cultura espectáculo. El pensamiento crítico, la información compleja, necesitan espacio y profundización, y los medios –con la ayuda de la carrera tecnológica– están operando en contra de esa complejidad.”
No es una situación para tomar de manera superficial, porque ello sería colaborar con la banalización de cuestiones que tienen que ver con el poder y su administración. En el portal Azayartmagazine.com, el profesor de Lengua Castellana y Literatura y politólogo Diego Vadillo López escribió en agosto de 2015: “Son tiempos extraños los que nos contienen; no es que la corrupción, la perfidia y en general las bajas pasiones sean privativas de nuestra época, pero lo que sí es muy de ‘hoy’, de unos lustros a esta parte, es el vacío, la ausencia de contenido, de esencia… de todo lo que orbita en rededor de nuestra realidad. A esa ausencia de esencia (…) se suma ese otro rasgo tan de esta hora, consistente en ventilar las trastiendas que sostienen los resortes de nuestro ‘coexistivo’ vivir por el mero placer de recrearse en hacerlo”. Su mirada es pesimista, al menos en apariencia: “Lo grave y lo frívolo se hermanan haciendo muchas veces imposible discernir entre lo solemne y lo estúpido, por ello la estupidez es aupada a lo en otros momentos asumido como egregio, y, a la inversa, lo sublime, por su parte, es banalizado muy frecuentemente”. El ensayista dispara: “Los líderes políticos se auto-patrocinan de esta manera (…) retratándose al cabo, o dejando al menos entrever ciertas aristas no del todo ejemplares de su personalidad, al funcionar dichos sistemas comunicativos en clave de inmediatez”. Sin embargo, acepta que “la sobreexposición mediática no implica, no obstante, mayor cercanía al ciudadano de a pie”.
Parafraseando al pensador argentino Tato Bores: queridos lectores (no chichipíos), la neurona atenta, vermut con papas fritas y ¡good show!