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La bata

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Odio la bata. La odio. Tan inocente que parece ¿no? Tan alba, tan lisa, tan sincera, tan sin doblez. Tan sin malas intenciones, tan franca, y resulta que es más mala que una araña y más traidora que la propia Mesalina. Una se pregunta cómo se hace para llegar a esas cumbres de maldad y resulta que no hay respuesta.

He intentado, lo confieso, varios complicadísimos senderos, y he fracasado lamentablemente. Hasta que me di cuenta, querida señora, estimado señor, de que había emprendido el camino equivocado desde el principio. En el inicio están los cómplices. Siempre allí, infaltables. Y era por allí por donde yo y cualquiera que quisiera conocer la maldad de la bata tenía que empezar.

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Cosa que hice; no me apure.
Al principio pensé, mejor que pensar, sentí que había vuelto a equivocarme. Pero enseguida un rictus, una mirada, un súbito perfil y sobre todo la seguridad de que le era imposible moverse, volar, tornar, volver sobre sí misma, anudarse y desanudarse sin ayuda, todo eso me convenció de que estaba en el buen camino.

La bata consiste en tres paños independientes; uno adelante y dos atrás que se unen presumiblemente en la nuca de la víctima. Y digo presumiblemente porque como usted habrá comprendido o experimentado, y en este último caso lo compadezco, rara vez las dos cintas se mantienen unidas aunque sea gracias al más mínimo de los nudos.
Y entonces la bata es feliz. Y entonces yo la odio.
Se cae para un lado, se cae para el otro, danza, repta, canta, se pone sedosa y cachonda mientras el pobre ser que va bajo ella sufre y se desespera por mantenerla en su lugar.

Nada que hacer, se lo digo desde ya. La muy cretina obtiene lo que desde el principio quería: dejar en ridículo a quien la usa; mostrarle al mundo qué feo es, qué mal dispuestos tiene los huesos; da asco, francamente. Y el pobre tipo o la pobre tipa sufre. Y yo sólo puedo odiarla. Y a veces no me alcanza, maldita sea.

Se me ocurre, y a ver si usted me ayuda, se me ocurre meterme en el vericueto de las páginas de algún diccionario (usted ya sabe cuánto amo los diccionarios) de ideas afines y tratar de averiguar si es que hay o hubo o no alguna otra prenda de vestir capaz de despertar tanto rechazo como la bata. Bueno, pero un momento, la bata no es, definitivamente, no es prenda de vestir sino más bien de desvestir. Y aquí me parece, uno, que estamos a punto de meter el dedo en el ventilador; y dos, que es ahí, en el ventilador, en donde reside el odio, amén.