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La batalla de los dioses

Cada dios y cada gigante sabe a quién derrotará y por quién será vencido.

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Salió en los diarios, no sé si en todos pero al menos en alguno. En 1963, una erupción volcánica submarina producida a 130 metros de profundidad expulsó lodo rocas limo líquenes peces agua fuego líquido hacia la superficie, una serie de borboteos sucesivos que arrastraron lo inerte y lo vivo que a lo largo de cuatro años (una nadería en términos cósmicos), magma que se fue solidificando y creciendo en la superficie hasta determinar el nacimiento hervoroso de una nueva isla islandesa, que un grupo de marinos bautizó Surtsey, en homenaje a Surt, el gigante de fuego, aquel que blandirá su espada de fuego y pondrá fin a casi toda la vida sobre la tierra, luego de que haya comenzado el Ragnarök.

En la mitología nórdica, Ragnarök es la batalla del fin del mundo.

Los dioses, liderados por Odín, se enfrentan a las hordas de Surt apoyadas por Loki, el dios chiflado. Dioses, gigantes y monstruos mueren, y casi todo el universo es destruido. Cada dios y cada gigante sabe a quién derrotará y por quién será vencido. El destino está fijado de antemano. Contar con dioses que son mortales y que conocen lo ineluctable del futuro parece de un fatalismo horrible, pero esa sentencia posee un rasgo admirable: si todo está prefijado, solo podemos aceptar, y en esa franja estrecha nos sentiremos libres de la incertidumbre que tanto apasiona a los profetas del libre albedrío. Si soy Thor, alzo el martillo y acato que mi suerte me lleva a matar y morir en las puertas del Walhalla.

¿No es llamativo que el culto de lo nórdico se haya difundido desde las playas sudamericanas por obra de un poeta ciego y que ahora sea furor desde las pantallas, cuando un público planetario se fascina con los avatares de la serie Vikings? Lo curioso es que Surtsey desaparecerá en   2100, arrasada por los vientos y olas del Artico. Hasta que otra erupción de nuevo lance a los dioses a la batalla del fin del mundo.