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metamorfosis

La batalla que se libra en la Argentina

El capitalismo democrático, bajo ataque. Milei y la plutocracia.

Javier Milei será recibido por Donald Trump en la Casa Blanca el 14 de octubre
Javier Milei será recibido por Donald Trump en la Casa Blanca el 14 de octubre | CEDOC

Partimos de una convicción realista: el capitalismo democrático, con sus errores e injusticias es, no obstante, y bajo ciertas condiciones, la única alternativa viable para Occidente. La que resulta compatible con su cultura y su historia. Reflexionar sobre esas condiciones es clave. Se plantean algunas cuestiones apremiantes, que discuten los politólogos: cuál es el fundamento de este sistema y cuáles son las fronteras que, si se traspasan, lo desnaturalizan sin remedio; por qué el liberalismo democrático atraviesa una etapa de severos reparos que, aunque el contexto sea muy diferente, recuerdan los que sufrió en la primera mitad del siglo pasado. Por último, aunque no lo último, cuáles fueron los problemas que se generaron desde adentro para que las democracias se debilitaran dando lugar a liderazgo populistas.

Sin entrar en estos temas, que exceden a una columna periodística, puede hacerse un comentario acerca de la naturaleza del capitalismo democrático. Lo primero, y acaso obvio, es que democracia y capitalismo nacieron en el mismo periodo histórico, el de las grandes revoluciones burguesas y la revolución industrial, que con su gigantesca innovación técnica posibilitó el capitalismo, cuya primera fase fue despiadada para moderarse luego, al incorporar la legislación social, impulsada por las protestas obreras que obligaron a los Estados democráticos a redefinir las relaciones laborales. La progresiva civilización del capital no impidió, sin embargo, que el sistema recibiera el ataque arrollador del comunismo y el fascismo. Sin embargo, el capitalismo democrático subsistió y pudo darse el lujo de los llamados “30 años gloriosos” posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Milei está siendo devorado por los mismos medios que usó para llegar a la cima: la depuración económica y moral y las redes, que se le volvieron en contra.

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Este renacimiento se quebró con el regreso de un capitalismo regresivo, que lideraron Ronald Reagan y Margaret Thatcher, al que la democracia se plegó, con Estados que se desmantelaban y desprestigiada por su ineficacia. Se atisbaba ya otro mundo. La globalización, el ascenso imparable de China, la revolución tecnológica, la concentración económica, la deslegitimación de la política, las migraciones, el terrorismo y la desigualdad creciente entre naciones y al interior de ellas, anunciaban un siglo XXI con nuevos y complejos conflictos. Las Torres Gemelas fueron el presagio de lo que vendría. Hubo que esperar quince años para que irrumpiera Donald Trump y terminara de agredir a un sistema corroído por dentro. Fue el ídolo de los desterrados de su propio país; el líder trasgresor que le devolvería la grandeza a su nación destronando a las elites liberales. Un depredador de la democracia entendida como deliberación y búsqueda de consenso, un practicante fanatizado del desprecio y la megalomanía.

En la Argentina, cuya cultura política de centro parecía librarla de este germen, surgió, por decadencia de sus dirigentes, el émulo mundial de Trump y su más aplicado alumno, acunado y aclamado por la ultraderecha internacional y con todas las licencias del capital financiero. Implementó un ajuste severísimo del gasto público, que hasta cierto punto era indispensable, pero lo aplicó al estilo de su maestro: con odio al Estado y los amplios sectores sociales que debieron soportarlo. Y con corrupción. Lo hizo, como su rector del norte, en modo emperador, creído de que la sociedad, que al principio lo acompañó, seguiría soportando el combo de restricción de ingresos, insultos, discrecionalidad en las decisiones y humillación sistemática de los que no piensan como él. Esto se explica porque detrás de líderes como Milei hay un proyecto mucho más siniestro. No es fascismo, sino la transformación de la democracia liberal en una plutocracia, donde los ricos deciden según sus propios intereses y de manera autoritaria el destino de las sociedades. Es un fenómeno histórico, porque este tipo de dominación política posee viejísimos antecedentes, pero adquirió nuevas formas con la revolución digital, la transnacionalización irrefrenable del capital financiero y el surgimiento de líderes populistas de ultraderecha.

Giuliano da Empoli, célebre por su libro Los ingenieros del caos, ilumina una cara de esta nueva realidad. En una nota publicada en el Financial Times el sábado pasado, titulada “How tech lords and populists changed the rules of power” (Cómo los señores de la tecnología y los populistas cambiaron las reglas del poder), sostiene que los dueños de las grandes tecnológicas, aliados con los líderes ultraderechistas encabezados por Donald Trump, están subvirtiendo el consenso de Davos, cuyo fundamento es un sistema conducido por tecnocracias políticas de derecha o izquierda moderadas, siguiendo principios democrático-liberales y respetando las reglas del mercado, a veces atenuadas por políticas sociales. Se trata del capitalismo democrático del que hablábamos al principio. En las antípodas de este se ubica la intervención paradigmática de Elon Musk, que da Empoli relata, en la manifestación de extremistas realizada estos días en Londres, bajo el rótulo “Unite the Kingdom”, donde el creador de Tesla afirmó que “se viene la violencia” y “luchamos o morimos”.

Las palabras de Musk, sostiene da Empoli, son la punta del iceberg que esconde un fenómeno más profundo: la disputa entre las elites de poder por el control del futuro. Cree el ensayista que la confluencia entre líderes de extrema derecha y magnates tecnológicos es estructural. “Ambos –escribe– derivan su poder de la insurrección digital, y ninguno de los dos está dispuesto a tolerar límites a su ansia de más: el viejo mundo y sus reglas son sus enemigos naturales, el objetivo a destruir para que el nuevo mundo prospere”. Milei comparte de modo altisonante esta concepción y ha sido invitado al club de los magnates. Lo convirtieron en un héroe venido de un país periférico y exótico, al que conviene exhibir y premiar para mostrar hasta dónde llegó el movimiento que destruirá el viejo orden.

Pero algo no cierra. Milei está siendo devorado por los mismos medios que usó para llegar a la cima: la depuración económica y moral y las redes, que se le volvieron en contra. Trastabilla ante una sociedad que es moderna, aunque su economía no crezca. Podremos autoflagelarnos o enfrentarnos, pero esa modernidad se expresa en conciencia de los derechos, respeto a las minorías, libertad de expresión, relativa convivencia política, sensibilidad ante la corrupción, debates y legislación progresistas, salud pública con áreas de excelencia y universidades prestigiosas.

Valores de la democracia liberal que aun menguantes se sostienen. No es exagerado decir que en Argentina se está librando una batalla entre esa modernidad y una ideología que, bajo el pretexto de la libertad y el saneamiento macroeconómico, parece querer que el país retroceda a la época de los reyes despóticos de Shakespeare.

El resultado de este lance no será indiferente para la política mundial. Ni para Trump, que le está poniendo demasiadas fichas a un discípulo en graves y quizás insuperables dificultades.