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la mirada de roberto garcia

La bomba de Cobos

Es una visita imprevista, no deseada en ocasiones. Aparece sin avisar, a la hora de la siesta, cuando uno ya se había acostado; o interrumpe, justo en la cena, cuando ya se había servido el primer plato. Con esa inoportunidad parece operar Julio Cobos en la política argentina.

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Es una visita imprevista, no deseada en ocasiones. Aparece sin avisar, a la hora de la siesta, cuando uno ya se había acostado; o interrumpe, justo en la cena, cuando ya se había servido el primer plato. Con esa inoportunidad parece operar Julio Cobos en la política argentina, al menos frente a otros sectores –kirchneristas, radicales, peronistas disidentes, alumnos de Carrió–, generando escándalos con episodios parroquiales (su entrevista con Francisco de Narváez, por ejemplo), pero advirtiendo sobre cuestiones más serias y graves con declaraciones que cualquiera calificaría de insignificantes. Como persiste la agonía argentina en el subdesarrollo, casi todos se ocupan del lugar donde se fotografía Cobos y no del sitio en el que pone el huevo. Habrá que distinguir entonces los dos casos.

Para un observador común, Cobos se reunió con De Narváez para expresarle una comprensible solidaridad –como si fuera un pésame– por la imputación atribuida al Gobierno, y obviamente desarrollada por uno de los tantos jueces de la Nación, de que estaba vinculado al sórdido negocio de los precursores químicos, más exactamente de la efedrina. Justo al Colorado que no es precursor en nada. Hasta allí, un gesto de bonhomía de Cobos. Otra gente, sin embargo, no lee esa actitud caballeresca: le atribuyen intencionalidad perversa, una búsqueda de rédito adicional. Debe ser así porque el mendocino no es ingenuo (recordar que fue gobernador de una de las provincias que aportó al país la mayor cantidad de pérfidas y brillantes personalidades; también que no casualmente fue adoptado como número dos por los Kirchner luego de varios examenes de ADN), de ahí que en los ataques a su persona aparecen, con argumentos diferentes, la Administración Kirchner (de Randazzo a Massa) y sus secuelas de temporales serviles (Eduardo Fellner), los radicales de Margarita Stolbizer, también Elisa Carrió y su compañía.

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Matar al Colorado

Aumentan entonces los Kirchner su odio contra el vice –primer target en su cartera de venganzas– por acercarse a quien le mueve el piso de las encuestas bonaerenses; a su vez, la Stolbizer se preocupa porque esos cónclaves incrementan el grado de polarización electoral que la empiezan a perjudicar en la estantería provincial y la otra dama en cuestión, Lilita, se suma al mismo pensamiento: protestan ambas como si Cobos las hubiera descubierto a la salida de un hotel con horarios rotativos. Hasta Mauricio Macri se indispone –más con el alimento constante y conspirativo de quienes lo cercan, los que le proponen “matar al Colorado” porque éste, si le va bien el próximo 28, en 2011 se postulará para presidente y no para gobernador–, pues la entrevista habilita a pensar que De Narváez no agradeció simplemente la actitud de Cobos, sino que lo estimuló como posible aspirante a presidente de la República. Al margen de que los dos protagonistas no provienen de un jardín de infantes, la evolución intolerante de los políticos por una simple fotografía sorprende a cualquiera que no participe de estos menesteres. Si hasta se perdió la noción del horizonte: nadie habla de la intervención de los servicios de inteligencia en el operativo de la efedrina con De Narváez (incautación de mails de terceras personas, por ejemplo), hasta se ignoran los montajes urdidos, las improvisaciones y hasta el descuido amateur en ese ejercicio con sueldos que pagan todos los contribuyentes. No en vano, en el último cumpleaños de uno de los más enigmáticos referentes del radicalismo, a uno de los invitados –casi un incunable en reuniones sociales– con mayor responsabilidad al frente del espionaje local, se le atribuyó esta confesión: “El 95% de nuestra actividad hoy se la llevan las elecciones”.

 

Peligro de derrota

Tanto revuelo interesado en la entrevista, sin embargo, permitió distraerse y no reparar en otra alerta (como lo consignó el experto Rosendo Fraga en una conferencia): las manifestaciones de Cobos, horas antes de la famosa reunión, expresiones obvias, casi idiotas, que parecen corresponder a la caricatura que le han concedido sospechosamente los programas cómicos más que a su propia y complicada personalidad (a propósito de la televisión, en sus ratos libres, ¿Marcelo Tinelli se dedicará el año próximo a la política?). Dijo entonces el vicepresidente: “No voy a renunciar”. Casi un delarruismo esa declaración en este momento, cuando todos suponen que ya se extinguió la voluntad kirchnerista por hacerlo dimitir. Para agregar: “Seré candidato en 2011”, otra recurrencia inapropiada cuando todo el mundo la conoce. A nadie se le ocurrió, por la extensión estúpida que produce la imagen televisiva, que el vicepresidente se expresaba sobre otras conjeturas más atinentes. Al menos, para él.

Tal vez, el exceso de información privilegiada (¿hablará de estos temas con Enrique Nosiglia o Raúl Baglini?) lo obligó a Cobos a formular advertencias preventivas. Con relación, claro, a una mentada eventualidad sobre el proceso institucional en el caso de que al kirchnerismo le resultara estrepitosa la derrota en todo el país. Bajo la inspiración de aquellos días anómalos que el mismo vicepresidente provocó con su voto “no positivo”, cuando los Kirchner amagaron dejar Olivos en represalia por la presunta pérdida de poder y el repudio de buena parte de la población, más de uno ha imaginado una deserción semejante después del 28. Con otro condicionamiento engañoso: llamar de inmediato a elecciones generales. Fantasías en un terreno de arena que, naturalmente, supone la dimisión también del vice (de ahí lo de “no voy a renunciar”, a pesar de que algunos radicales le han sugerido esa conveniencia pues lo colocaría en inmejorables condiciones para participar en futuros y perentorios comicios presidenciales).

Sin decirlo, Cobos señala –si alguien mira detrás de sus palabras como suelen mirar detrás de sus actos o fotografías– que se abstiene de cualquier pergeño de combinación electoral diseñado con un criterio de Lampedusa, ya que un kircherismo castigado el 28 bien podría ser una alternativa como primera minoría un par de meses más tarde con otra figura como estandarte (¿Daniel Scioli?). Sobre todo si se logra convencer de la necesidad de “salvar el modelo”. También en ese marco habría que inscribir esa inocente declaración: “Sólo seré candidato en 2011”. Blanco y en jarra, leche.

 

Candidatos experimentales

No parece, sin embargo, que esas especulaciones de continuidad irregular hoy embarguen a Néstor Kirchner, aunque éste ha demostrado capacidad técnica e iniciativa para todo tipo de experimentos políticos (adelantamientos, testimoniales, sosias). Más bien se entrega a sus inconductas públicas en la campaña –pasar de pacífico veterano que brinda consejos a un imberbe expropiador de los 70– que le alteran el barómetro de las encuestas, ésas que le prometen amplios triunfos y otras que le auguran fracasos estrepitosos. Una irrevencia científica, si es que esa actividad puede encuadrarse en esa calificación. Igual, refunfuña, habrá que aceptar la afrenta que padece como profesional experimentado frente a un frívolo amateur de origen porteño a la hora de contar los votos. Al margen de opiniones, sabe que el asedio de De Narváez sobre él merece, por lo milagroso, más causa de estudio en Harvard que el antecedente que allí se estudia sobre su sucesión familiar en Casa Tía.

 

Vendettas post 28-J

Se inflama de ira también con ex asistentes –desprecio absoluto por Alberto Fernández, hoy en los medios como si no hubiera sido conspicuo miembro del Gobierno– y se indigesta con nombres y apellidos, también con empresas, a los que anota en una libreta negra y a los que habrá de atender luego de los comicios. Salgan como salgan.

Piensa en ese compromiso personal, dicen, con medidas anticipadas sobre Clarín (de ahí el nerviosismo empresario si los negociadores fracasan), mayor control sobre ciertas empresas de servicios públicos (se inquietan las de origen español), zanjar para su gusto el tema Telecom (¿habrá que decir quiénes serán los beneficiados?), operar sobre el sector industrial más rebelde, quizá proceder sobre los bancos en materia de depósitos en dólares (no casualmente aumentan los desvíos al exterior), incrementar la alianza con los gremios, instrumentar otras acciones de repatriación de capitales si no funciona el blanqueo (¿hay una experiencia ecuatoriana al respecto, sobre obligaciones a las empresas en ese sentido?), afectar posiblemente la rentabilidad en granos y aceites de exportación, alguna nacionalización (finalmente, como Aerolíneas, ¿Somisa –hoy en manos de nefastos empresarios que su dinero del exterior lo mantienen en el exterior– no perteneció antes al Estado argentino y fue privatizada en los malditos noventa y hasta por una impronunciable María Julia Alsogaray?).

Un listado aterrador que construyen los propios aterrados y que se fundamenta en inauditos precedentes de los últimos días: tal el caso de los accionistas de Telecom, a los cuales un simple funcionario, no un juez, les impidió un movimiento de personal jerárquico. O la declaración del propio Kirchner sobre Nordelta, cuando a los vecinos humildes de la zona norte les dijo: “Nordelta es de ustedes”, invitándolos al ingreso al country como si fuera D’Elía o para que establezcan un asentamiento en tierras que ese emprendimiento privado comparte con el Estado por las acciones conservadas en la ANSES.

 

Experto en encuestas

Mientras, Kirchner jura que gana por 10 puntos –como si también supiera de encuestas y de éstas, por lo que se conoce de muestreos, no sabe nadie–, al tiempo que se presta a despedir la campaña con la pompa justicialista de antaño en el Mercado Central (se debe recordar que, para el Gobierno, la Argentina se reduce hoy a la provincia de Buenos Aires). Con Leonardo Favio cantando un pegadizo tema oficial sobre “los compañeros” (ya que la marcha, por consejo de Aníbal Fernández, quedó en un rincón precioso de algunos opositores al régimen) en un final de fiesta que fuerza el recuerdo siniestro: el de un Favio más potente en voz, hace décadas, cuando regresó Perón y a él le tocaba presidir el palco con peronistas que se masacraban arriba y abajo del escenario. Curioso: no demasiados metros separan, en el camino a Ezeiza, aquella bienvenida frustrada, infausta, con montoneros rabiosos, recién iniciados de la Triple A y voluntarios de la violencia, de esta otra despedida. Que, se supone, será en paz, ya que los Kirchner no permiten –y es comprensible observando la barbarie de la historia peronista– ninguna disidencia.